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El país que soñó Machado

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análisis

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En plena guerra civil, Antonio Machado escribió una carta a su amigo el novelista ruso David Vigodsky donde decía: “En España lo mejor es el pueblo, siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos invocan a la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre” Estas palabras escritas hace ochenta años se muestran tan actuales que, de haber vivido Machado, podría haberlas escrito hoy mismo sin cambiar una sola coma.  Y es que este país sigue perpetuando los mismos males sin que el paso del tiempo los remedie. En estos días terribles de pandemia, algunos partidos políticos no han dejado de  invocar a la patria mientras el pueblo, personificado en los millones de personas confinadas, los médicos y todo el personal sanitario y las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, no la han nombrado, pero han trabajado duro dando lo mejor de sí mismos, su vida incluso, para preservar la vida de todos, incluso de los patriotas de bandera al viento que de forma irresponsable e insensata se han manifestado pidiendo libertad. Piden libertad los privilegiados a los que nunca, ni a ellos ni a sus antepasados, les ha faltado ni les faltará, sin embargo nunca la pidieron  para los millones de españoles a los que, además de libertad, se les negaron todos y cada uno de los derechos humanos. Entonces habría sido el momento de pedir libertad para ellos, porque un país no puede considerarse siquiera medianamente digno ni decente si gran parte de su población no solo no puede expresar libremente sus ideas, sino que se le castiga con una salvaje y sistemática represión solo por el hecho de pensar diferente. Por eso ver ahora pidiendo libertad a los que siempre gozaron de todo tipo de privilegios y prebendas, causa como mínimo malestar cuando no repugnancia, grima y repelús. Que pida   libertad esa gente a la que nunca les faltó ni les falta, es de un cinismo y una desfachatez inconcebible. Deberían saber que esos comunistas a los que denigran de todas las formas posibles lucharon por traer la democracia a este país. Una democracia de la que los grotescos peticionarios de libertad se sirven tanto como la desprecian porque no la necesitan, es más, las más de las veces les estorba. 

El espectáculo que está dando la oposición tanto en el Congreso como en el Senado es la prueba de que desprecia a la democracia porque, entre otras cosas, no le ha permitido estar en el gobierno, que es el sitio que creen que les corresponde, porque se sienten los guardianes de las esencias de la patria, sus únicos dueños y propietarios, y no soportan que otros usurpen su sagrado dominio.  Durante la pandemia, en países con sociedades y  democracias avanzadas y bien asentadas desde hace muchos años, como Suecia o Bélgica, la oposición ha sido leal y no ha cuestionado y abominado de cada palabra del legítimo gobierno salido de las últimas elecciones generales.  Qué pena no tener ya inventada la máquina del tiempo, porque de haberla tenido hubiéramos visto que si hubiera gobernado la derecha en España durante esta pandemia, aun metiendo la pata infinitamente más que lo que ha hecho el gobierno actual y abandonando a su suerte, como suele, a los más desfavorecidos, nunca hubiera recibido la menor queja por parte de sus votantes. Y eso indica que solo entendemos la democracia como una lucha entre los nuestros,  los buenos hagan lo que hagan, y los demás, los malos malísimos que no dan ni una. Cuando lo ideal sería que hubiera un sentido común, una verdad por encima de colores e ideologías, lo que está mal está mal, lo haga quien lo haga. A estas alturas de la historia deberíamos tener bien desarrollado un saludable espíritu crítico, también para con los nuestros, sobre todo para con los nuestros. Y pedirles explicaciones por las promesas incumplidas, apercibiéndoles de no votarles más en caso de no quedar satisfecho con las explicaciones recibidas. Pero por desgracia no solo no lo tenemos desarrollado sino que, directamente, no lo tenemos. Y eso es algo fundamental si queremos una sociedad avanzada y una democracia digna de ese nombre. “¿Tu verdad? No, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela”. Otra vez Machado, que tanto y tan bien conocía a nuestro país, paisaje y paisanaje, dando en el clavo.

Hace muchos años, en un pequeño pueblo de la mancha toledana, cuando la democracia estaba todavía en pañales, durante un tenso pleno municipal, en ese tiempo todos los plenos eran tensos como la pellica de una zambomba, porque los que siempre habían ejercido el poder de forma absoluta sin oposición alguna, no se acostumbraban a tener delante de ellos a concejales de izquierdas a los que siempre habían considerado sus enemigos irreconciliables y por extensión enemigos de España, solo por el hecho de no pensar como ellos. Al final del pleno, durante la última votación, un concejal de derechas se despistó y no se enteró bien de qué se votaba. Cuando le nombraron para que diera su voto, solo preguntó al secretario ¿qué ha votado ése?, señalando a un opositor, un rojo malvado y recalcitrante, vamos, lo que viene siendo un rojo. El secretario dijo que había votado que  sí, a lo que él contestó: “pues yo que no”. Y se quedó el hombre tan ancho. Igual era algo que venía bien al pueblo, pero viniendo de donde venía la propuesta, ésta no podía ser aceptada en modo alguno. Por desgracia parece que se mantiene ese espíritu retrógrado. ¿Y quién pierde con esta actitud reaccionaria?, es fácil contestar a eso: todos nosotros.

Uno envidia también a países como Suecia y Bélgica porque no han tenido que decretar el confinamiento de la población. A las autoridades les ha bastado con exponer el problema al que se enfrentaban y explicar que como no existía tratamiento alguno para acabar con el virus, la única manera de contenerlo evitando su propagación, era quedarse cada uno en su casa. El confinamiento    evitaba contagiar o ser contagiado. Y ambos países, entre otros, de un modo admirable, han cumplido con  su confinamiento de forma voluntaria, con convencimiento y responsabilidad, sin necesidad que tener  que desplegar a todo un ejército de polícias. Aquí, además de explicarlo una y otra vez, ha habido que poner en la calle a todas las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Y desplegar a diario miles de controles por todas partes, en las calles y plazas, en las vías de salida y entrada de las ciudades, e imponer fuertes multas a todo el que no cumpliera esa norma destinada a salvaguardar la salud de todos. Y poco ha faltado para  sacar a la acorazada Brunete como último recurso para hacer cumplir una norma tan sencilla, tan de sentido común como es quedarse en casa.

También hay que decir, sería injusto no hacerlo, que la gran mayoría de la gente ha entendido el mensaje a la primera y ha cumplido ejemplarmente con la parte que le tocaba en todos estos largos y penosos meses de pandemia. Además de la ya señalada irresponsabilidad por parte de esa oposición montaraz que ha aprovechado la coyuntura de forma bochornosa y mezquina para intentar tumbar al gobierno culpándole de todo,  hay que añadir la pequeña pero significativa cantidad de gente insolidaria que parece disfrutar enormemente saltándose a la torera cualquier norma. Y a pesar de ser una minoría, cantan mucho, hacen mucho ruido y en muchos casos, demasiado, haciendo que el esfuerzo de la gran mayoría de la población quede manchado por la incívica actitud de estas personas. Las cifras son  elocuentes, desde el inicio del estado de alarma se han puesto más de 635. 461 propuestas de sanción por saltarse el confinamento, eso supone el 1,35 por ciento de la población. En ese mismo periodo de tiempo se han producido 5568 detenciones. Hasta tenemos todo un campeón por derecho propio, un hombre récord que ya puede pedir su ingreso en alguna de esas cadenas de televisión convertidas en circos donde exhiben un catálogo completo de monstruos de feria. Se trata de un ilicitano que ha establecido una plusmarca nacional de 33 detenciones. Pero al margen de esta gente, un pequeño porcentaje de la población  que hay que llevar en silencio y resignación, como si de almorranas se tratara, la inmensa mayoría de ciudadanos y ciudadanas han ejercido de forma sobresaliente la responsabilidad que les tocaba.

Ahora falta que la clase política, sobre todo esa oposición en permanente y estéril zafarrancho de combate, hostilidad y enfrentamiento con el gobierno, tomen nota del ejemplo de esta inmensa mayoría de españoles. Hay que exigirles que sean leales a este sistema político, que defiendan la democracia y dejen de entenderla como un periodo de oportunidad que permite enriquecerse por ley y con todas las garantías. Dejen de abrazar el neoliberalismo salvaje al que repugna todo lo que tenga que ver  con  gasto social, algo más que necesario imprescindible, y más todavía en esta época. Dejen de ver a cualquier doctrina política ajena como un totalitarismo porque no lo es. Dejen de llamar “reforzar las debilidades del modelo laboral” a debilitar los derechos de los trabajadores. Guarden el altavoz de la protesta que no tiene sentido ni razón alguna, excepto para azuzar la división y el enfrentamiento. No contaminen el aire de la ciudad, ya de por sí contaminado, con sus caravanas de coches erizados de banderas pidiendo libertad, que en sus bocas suena a dolorosa burla, a cruel sarcasmo, y empiecen de una vez a sumar esfuerzos, a participar en la reconstrucción con lealtad al país que dicen querer tanto, demuestren que están por ayudar  a construir un país más justo y solidario. El país que soñó Machado y no el que fue su amarga pesadilla.  Pónganse a ello de una vez. O vayánse, que también es una forma de ayudar. 

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