El Padrino, la popularización del capitalismo salvaje

La novela de Mario Puzo, que habría de servir de base a la trilogía cinematográfica de Coppola, cumple medio siglo de plena vigencia

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Más allá del drama y los negocios de la familia Corleone, la vigencia y popularidad de esta saga hay que buscarla en su manera de hacer atractiva la imagen del capitalismo salvaje que encarna la progresiva prosperidad del clan. Además, aún sorprende el peso de la gastronomía en la historia: la gran metáfora del éxito y la justificación de los medios para alcanzarlo.

Si consultamos la base de datos cinematográfica más completa, IMDB, podemos observar que de los 1.750 títulos catalogados con la palabra clave ‘mafia’, solo un centenar son producciones rodadas antes de 1972. Ese año llegó a las salas El Padrino, la primera entrega de la trilogía de Francis Ford Coppola que narra el drama de una familia de la Cosa Nostra de la Costa Este estadounidense, y despertó de manera inesperada el interés por ese ambiente. Pero si bien las películas han tenido una mayor influencia al cabo de los años, es indudable que estas no hubieran existido si poco antes, en 1969, hace ahora medio siglo, Mario Puzo no hubiese publicado la novela que habría de presentar por primera vez al clan de los Corleone.

Pero más allá del enorme poder artístico de ambas obras, especialmente la cinematográfica, la relevancia del melodrama de esta familia criminal va mucho más allá del mero entretenimiento. Novela y películas sirvieron para ofrecer nuevas e innovadoras lecturas de diversos aspectos, cambiando de manera radical la imagen del mafioso, en el sentido más amplio –y marbellí- del término.

Hasta entonces, cada vez que aparecía un mafioso en una película se trataba de un tipo habitualmente perturbado, ambicioso, egoísta y pocas veces italoamericano. Con El Padrino, sin embargo, las pistolas empiezan a ser reemplazadas por plumas, y las ametralladoras, por contratos. A imagen de los mafiosos reales que comenzaban a caer en las redes del FBI y las comisiones del Senado, empezaba a perfilarse una imagen del mafioso menos relacionada con el gánster violento y más próxima al hombre de negocios; eso sí, que no duda en tener a matones a su servicio para “convencer” a socios, competencia o clientes.

“Todo es posible en América”, era uno de los mantras habituales del pasado siglo XX. Y en ese sentido, los Corleone suponen una gran metáfora del fallido sueño americano: son inmigrantes que llegan a la tierra prometida, que prosperan, que pueden ofrecer lo mejor a su familia, pero que terminan traicionando sus propios valores al recurrir a la violencia más salvaje para llevar a cabo sus propósitos. Ahí está la esencia del éxito de El Padrino: los Corleone son la personalización del capitalismo ‘genuinamente americano’, de ese liberalismo sin reglas ni condiciones -tan Albert Rivera- contra el que el propio Vito Corleone luchó en su juventud para terminar encarnándolo con mayor alcance y sofisticación.

Por esa razón la saga de El Padrino supone un manual perfecto para los negocios, tanto que se han escrito manuales e impartido innumerables cursos al respecto. “No es nada personal”, “Le haremos una oferta que no podrá rechazar”, “Ten cerca de tus amigos pero aún más cerca de tus enemigos”… Existe un sinfín de frases surgidas de la pluma de Puzo y Coppola que, entonadas con esa apariencia de nobleza de don Vito, ofrecen una pátina de seguridad y profesionalidad incuestionable; apariencia, sí, porque don Vito, por más refinado que parezca, acaba siempre manchándose las manos de sangre.

Porque no lo olvidemos, los Corleone son una organización criminal. Sin embargo, la genial concepción de Puzo y Coppola hace que eso nos pase por alto demasiado a menudo, incluso que los envidiemos, que deseemos tener el talante de don Vito, la templanza de Michael, el encanto de Sonny. El Padrino fascinó a medio mundo cuando se estrenó, y particularmente a los miembros reales del crimen organizado, que desde entonces no repararon en esfuerzos por parecerse a la imagen que aquella película y aquella novela ofrecía de ellos.

A partir de El Padrino, quedó de manifiesto que, al menos en la ficción, la mafia italoamericana era mucho más: era la famiglia. Toda actividad criminal se sustentaba en ofrecer lo mejor a la familia, que iba mucho más allá del mero núcleo de esposa e hijos, y esa acción se representaba a través de mesas bien servidas.

Violencia y comida

Escribe Puzo: “La primera comida que Tom Hagen hizo en casa de los Corleone fueron unos espaguetis con salsa de tomate. Hagen nunca había logrado olvidar el sabor de aquel primer plato. Después le dieron una buena cama de metal donde dormir. Fue como un sueño”. De este modo, a través de la comida, se expresa, tanto en la novela como en la película, amor, cuidado, generosidad y familia: cuando Sonny Corleone, el hijo mayor del Don, “afectuoso e impulsivo”, lleva a casa a un huérfano de 12 años, don Vito acepta de inmediato al niño, Tom Hagen, en su familia. No hay palabras, todo lo expresa la comida. Fue la ofrenda de aquel plato lo que unió a Tom con la familia Corleone. El plato no era una mera cuestión de asistir a un niño hambriento; fue el primer recuerdo que Tom vino a compartir con su nueva familia.

En la saga de El Padrino, la comida se usa por igual para consolar a un amigo, para darle la bienvenida a un niño, para evocar recuerdos o anunciar la muerte. Tal vez por ello ninguno de los dos autores repara en detalles a la hora de describir esas escenas. En la novela, por ejemplo, leemos cómo diversos productos son cultivados, comprados, cocinados o, por supuesto, paladeados. En el pasaje en el que Michael Corleone asesina a Sollozo y al Capitán McCluskey -momento clave que desencadena el viaje a los infiernos del personaje que supone el corazón de la obra-, Puzo describe la ternera con espagueti que está engullendo el policía con tanto detalle como poco después lo hará con los disparos que recibe en la cabeza y la garganta: un festín antecede a la ‘carnicería’.

Poco antes ha tenido lugar en la película una de las escenas gastronómicas más populares de la historia del cine: cuando el caporegime de la familia, Clemenza, cocina para el resto de los hombres (lo hace, por cierto, justo después de haber ejecutado a un ‘soplón’). En la novela, el pasaje resulta más sucinto: “Clemenza había regresado finalmente de su día de trabajo y estaba dando vueltas por la cocina preparando una enorme olla de salsa de tomate. Michael asintió con la cabeza y fue a la habitación contigua, donde encontró a Hagen y Sonny esperándolo con impaciencia. ‘¿Está Clemenza ahí fuera?’, preguntó Sonny. Michael sonrió. ‘Está cocinando espaguetis para la tropa, igual que en el ejército”.

En la película, sin embargo, el caporegime explica a Michael la elaboración completa de la receta. Inicialmente no estaba tampoco en el guion, pero al parecer Coppola pensó que si al público no le gustaba la película, al menos se llevaría consigo la receta: “Eh, ven aquí, chico, aprende algo. Nunca se sabe, tal vez algún día tengas que cocinar para veinte. Mira, empiezas con un poco de aceite. Después fríes algo de ajo. Luego echas tomates, pasta de tomate y lo cocinas todo, asegúrate de que no se pega. Dejas que hierva, añades tus salchichas y tus albóndigas. Y un poco de vino. Y un poco de azúcar, ése es mi truco”. Inicialmente Coppola escribió “rehogar”, pero Puzo le corrigió: “Un hombre como Clemenza no rehoga, fríe”.

También el orondo Clemenza es el autor de una frase que para muchos estudiosos de la obra de Coppola -no aparece en la novela- resume el espíritu de toda la saga y, en buena medida, de la mayor parte del cine de la mafia neoyorquina: “Leave the gun, take the cannoli”. Al salir de su casa, la esposa del caporegime le recuerda que no olvide comprar cannoli (un popular postre italiano) para la cena. Junto a uno de sus hombres, recogen a un tercer tipo, hacen un alto para comprar los dulces y se detienen de nuevo poco después en un descampado. Clemenza necesita orinar, anuncia, y su soldado aprovecha el alto en el camino para ejecutar al tercer individuo. De regreso al vehículo, el mafioso ordena a su acompañante “Tira el arma, coge los cannoli”. Es la más salvaje y sorprendente normalización de la violencia en el seno de la familia, representada ésta a través de la gastronomía: el trabajo está hecho, así que se abandona ‘la herramienta’ y se recoge el alimento. En el guion solo estaba escrito “Tira el arma”, pero Coppola dejó libertad al actor italoamericano Richard Castellano, que interpretaba a Clemenza, para que improvisara según lo sintiera. Él añadió los cannoli (Que en el doblaje español, por cierto, se convirtieron en canelones).

No se habla de negocios en la mesa

Entre 1880 y 1920, alrededor cinco millones de italianos llegaron a Estados Unidos, la mayoría procedente del sur del país mediterráneo. Con ellos llevaban sus tradiciones y su gastronomía, que tuvieron que adaptar a los ingredientes que encontraron en su nuevo hogar. Esto dio lugar a una cocina, la italoamericana, a medio camino entre ambos mundos; una cocina y una forma de entender la gastronomía injusta pero inevitablemente ligada al universo de la Mafia.

Los textos firmados por Mario Puzo y Francis Ford Coppola para El Padrino establecieron el canon de esa relación de los mafiosos con la gastronomía. Como herencia de sus raíces italianas, para los miembros de la Cosa Nostra, la familia –tanto la de sangre como la criminal­– es algo sagrado, y la mesa cobra un cierto carácter de altar en torno al cual se reúnen para celebrar festividades, discutir operaciones o decidir sentencias de muerte.

Tal vez por esa razón ningún otro género ha dado tanto juego al universo gastronómico, desde cadenas de restaurantes (La mafia se sienta a la mesa) a libros de cocina (The Sopranos Family Cookbook, La cocina de la mafia, La mafia se sienta a la mesa), aunque faltaba uno por llegar: El libro de cocina de la familia Corleone. La editorial Norma acaba de publicar en España este volumen, firmado por Liliana Battle, que combina recetas tradicionales, tanto italianas como italoamericanas, con abundantes anécdotas y fotografías de la saga cinematográfica. Es e complemento perfecto para mantenerse bien alimentado mientras se disfrutan las nueve horas largas que supone un maratón de la saga completa de Coppola.

“A diferencia de la mayoría de las películas de la época, aquí no se presenta la comida junto al estereotipo de la rolliza ama de casa italiana que sirve enormes cazuelas de salsa de tomate. Ya sean comidas familiares con platos de pasta, lasaña o pollo a la cazadora, mesas preparadas para banquetes suntuosos o sencillas bandejas de fiambre, pan, queso y fruta para compartir, las películas de El Padrino fueron fundamentales para mostrar la cocina italiana como acogedora y abundante”, escribe Battle en la introducción del libro, y apunta un detalle importante: “La mesa familiar es el centro de todo, es donde las personas interactúan, y el elemento criminal de las películas suele ocupar un segundo plano. ‘No hablamos de negocios en la mesa’, le dice Sonny a su cuñado Carlo cuando todos se sientan a comer. Es un momento para la familia, un lugar sagrado que no se puede mancillar”.

Carlo, por cierto, resultará un mal marido para Connie Corleone. Es un mujeriego violento, pero más allá de las evidentes palizas, el gesto simbólico más rotunda es que al llegar a casa desprecia la cena que ella le ha preparado, sumisa, con la intención de mantenerlo en el hogar. También la comida juega un papel simbólico de unión en El Padrino III, cuando los primos interpretados por Andy García y Sofia Coppola protagonizan un erótico momento mientras cocinan juntos unos gnocchis. Y por supuesto, no hay simbología gastronómica mafiosa más reconocible como un pez muerto enviado a la familia tras la desaparición de uno de sus hombres de confianza, Luca Brazzi: “Es un mensaje siciliano. Significa que Luca está durmiendo con los peces”, explica Clemenza.

No lo olvidemos, los Corleone son una organización criminal. Sin embargo, la genial concepción de Puzo y Coppola hace que eso nos pase por alto demasiado a menudo, incluso que los envidiemos

Claro que es imposible hablar del empleo simbólico de la comida en El Padrino o en cualquier otra obra sin citar las naranjas. En la trilogía cinematográfica la aparición de esta amable fruta precede siempre a una tragedia: Vito Corleone se acerca a una frutería a la salida del trabajo para comprar unas naranjas; cuando vuelve a su coche es tiroteado por los hombres de Solozzo. También son unos gajos de naranja lo que don Vito utiliza para jugar con su nieto en el huerto segundos antes de caer muerto sobre sus cultivos.

En la segunda entrega, poco antes de que intenten matar a Michael durante la fiesta de la comunión de su hijo, Johnny Ola, mensajero de su enemigo, juega con una naranja en las manos mientras habla con el capo. Ola trabaja para Hyman Roth, y cuando Michael acude posteriormente a un encuentro con él, ¿en las manos lleva…?

Un último ejemplo –estos son solo unos pocos–, sacado esta vez de la tercera entrega, lo encontramos en el momento en el que don Altobello encarga la muerte de Michael Corleone. Sobre la mesa podemos ver un plato con naranjas.

Vida y muerte sobre un mantel

Como protagonista de la historia (en la novela, al menos, pues la trilogía cinematográfica gira en torno a Michael), la relación de Vito Corleone con la comida llega a ser un signo de la evolución de su poder. No solo pasa de poner humildes platos en la mesa familiar a organizar grandes festines, sino que su propio aspecto físico va describiendo su prosperidad. Cuando es un niño de 12 años que huye de su pueblo natal siciliano, Vito es pequeño y delgado; enfermizo. Diez años después, casado y con dos hijos, como asistente de tendero en Hell’s Kitchen (Nueva York), es un joven fuerte y atlético, capaz de escalar techos y matar a un hombre más grande que él. Es en esos años cuando Puzo advierte en paralelo de la prosperidad del futuro capo y de la progresión de su cintura, pues describe a su joven esposa como una “cocinera experta”. De este modo, la creciente circunferencia del Don no solo encarna su propio viaje personal con la comida, también significa la fortuna creciente de las personas que dependen de él para llenar su mesa.

La relación última de don Vito Corleone con la comida llegará en sus últimos días. Cuando el patriarca decide retirarse y dejar la familia en manos de su hijo Michael, se dedica a pasar el día en su huerto cuidando de sus tomates, comiendo queso y bebiendo vino. Las armas y la sangre derramada parecen ajenas por completo a ese nuevo paisaje vital. Así lo describe Puzo en la novela: “Últimamente el Don había engordado mucho. Trabajaba en el huerto, decía, por su salud. Pero no conseguía engañar a nadie. Porque la verdad era que le encantaba cultivar el huerto; le gustaba ver las flores por la mañana. Se sentía trasladado a su infancia, en Sicilia, sesenta años atrás; a una infancia sin el terror ni el dolor por la muerte de su padre. Ahora las habichuelas tenían, en su parte superior, unas hermosas florecillas blancas; y los fuertes tallos verdes de cebolleta ya rodeaban la parcela por completo”.

De manera más profunda que en la adaptación cinematográfica, Puzo utiliza así el huerto, con toda su generosidad de alimentos, no solo para evocar recuerdos, sino también como símbolo de renovación. El Don no solo está ocupado con el pasado, también se preocupa por el futuro y garantiza la continuidad de una nueva generación de Corleone para preservar su legado. Es por ello que el Don no está solo en ese momento trascendental de su muerte: su nieto le acompaña en el huerto como símbolo de continuidad de la familia.

La novela resulta así aún más efectiva que la película al emplear la comida en numerosos puntos de la historia para humanizar a unos personajes que, en otras circunstancias, despreciaríamos (algo que llevaría a su máxima expresión al serie televisiva Los Soprano). Aunque en la película apenas se le da relevancia al personaje, Puzo dedica todo un capítulo a explicar el origen de la relación de Michael con Al Neri, su hombre de confianza como Luca Brassi lo fue para su padre. Tras su primer contacto, cuando Al Neri se dispone a marcharse, Michael lo detiene y le dice: “Es la hora de comer. Me gustaría que se sentara a nuestra mesa. Mi padre tiene deseos de conocerle. Podemos ir andando hasta casa… Mi madre habrá preparado pimientos, huevos y salchichas; una comida típicamente siciliana”. O dicho de otra forma, a través del sagrado ritual de compartir la comida, Michael Corleone acaba de invitar a Al Neri a formar parte en la famiglia.

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