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El nuevo telón de acero. La historia y su infinidad

Ramón Audet Sánchez
Ramón Audet Sánchez
Graduado en Historia por la Universitat de Barcelona, y profesor de Ciencias Sociales por la Universitat Autònoma de Barcelona. Cursa un máster en Historia Económica en la UB y está a la espera de doctorar.
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análisis

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Poco antes que el nuevo conflicto bélico estallara, mi propósito era escribir sobre la crisis vivida C/Génova 13, sin duda las puñaladas políticas entre compañeros de partido llaman la atención, pero de repente, un enfrentamiento abierto desde tiempos inmemoriales hace que debamos mirar hacia las estepas euroasiáticas e intentar analizar la situación. Antes que nada, parece que el Covid y la vulneración sistemática de derechos que durante dos años hemos sufrido en gran parte del mundo se ha empezado a difuminar. De repente todos los países se han ido calmando y hay cierto consenso mediático para tratar al virus como una gripe. Vaya por adelantado que, en Occidente tampoco estamos para dar lecciones de democracia y libertad, puesto que, a las primeras de cambio se nos ha arrebatado so pretexto de los expertos y prerrogativas sanitarias.

El título que he escogido es el de un escenario geopolítico que tiene reminiscencias de la Guerra Fría. El nuevo telón de acero no sabemos si se consolidará y aún quedan algunos estados por dilucidar en qué sitio se colocarán. Cuando hago referencia a la historia y a su infinidad, aludo a Fukuyama y su célebre libro (que primero fue un artículo), “El fin de la Historia” (1992). El politólogo venía a referirse a que, con la caída del socialismo, las democracias liberales habían triunfado. Se interpretó además como el fin del mundo bipolar. Fukuyama, años más tarde, insistió en que no era una frase literal, sino un proceso hegeliano de: tesis, antítesis y síntesis. Lo cierto es que, esa síntesis se ha convertido en tesis, y su antítesis la estamos viviendo en Kiev en el contexto de un mundo multipolar.

Dicho lo cual, entremos en materia. La primera vez que me interesé por Ucrania fue como estudiante de historia. Me llamó la atención los terribles acontecimientos acaecidos durante la Unión Soviética y lo poco que se trataban. Mi interés por la URSS fue in crescendo, especialmente por las estériles disputas universitarias sobre la bondad o maldad de la misma. Sea como fuere, lo que más me horrorizó fue el Holodomor. Este hecho se considera una hambruna dirigida contra los campesinos y el modelo tradicional rural de las zonas de Ucrania. Desde finales de los años 20’, Stalin había declarado la guerra al “campo” y empezó el proceso de dekulakización en toda la URSS. Los kuláks eran agricultores que poseían algunas tierras e incluso, contrataban a gente. El punto clave era la oposición a las colectivizaciones forzadas (decididas por parte de las autoridades soviéticas) y que fueran considerados “enemigos de clase”.

A causa de la planificación centralizada, las requisas forzosas y los planes quinquenales (el primero fue entre 1928-1932) se produjo la llamada “Hambruna soviética” de 1932-33 que afectó a diferentes zonas de la URSS, pero especialmente a Ucrania. Sin duda, esta fue la que se llevó la peor parte. En otoño de 1932, el Politburó soviético (la elite del PCUS) tomó una serie de decisiones políticas que empeoraron la situación en el campo ucraniano y al mismo tiempo, evitaron que los agricultores pudieran salir de su país en busca de comida. En el punto álgido de la crisis, los activistas del PCUS junto con organizaciones policiales asaltaron las casas del campesinado ucraniano. El resultado fue una catástrofe sin parangón, se estima que entre 1931 y 1934 murieron de hambre 5 millones de personas en toda la Unión Soviética, entre ellas más de 3.9 millones de ucranianos.

A lo largo de la historia militar, el hambre ha sido un arma muy efectiva y, a pesar de que en la URSS habían habido algunas carestías y desastres económicos – véase por qué Lenin decidió volver a la NEP -, el Holodomor fue algo premeditado; “The mechanism of the famine included cooperation between many institutions of the modern state in their efforts to remove all foodstuffs from the victims and ensure the starving did not have access to the storehouses or the fields and could not escape the villages” (Wylegała & Głowacka-Grajper, 2020, pág. 20).

Para más inri, cuando muchos de los ucranianos estaban famélicos, la policía secreta soviética aprovechó para mermar a su la élite intelectual, desde profesores hasta burócratas (Applebaum, 2017, pág. 11). Uno de los objetivos era aniquilar la idea nacional de Ucrania, puesto que esto podría suponer un peligro para la unidad soviética. Así pues, hay historiadores que consideran que el Holodomor fue un genocidio, otros que lo niegan. El concepto “genocidio” se le atribuye al abogado polaco Raphael Lemkin y, él mismo, consideró el caso ucraniano de esta época como el ejemplo paradigmático de dicho concepto, “It is a case of genocide, of destruction, not of individuals only, but of a culture and a nation” (Applebaum, 2017, pág. 12). Hoy en día se están realizando excavaciones para encontrar los cuerpos de las víctimas, puesto que la investigación está aún en su fase inicial.

Pero, ¿es esto importante para la situación actual? Bueno, considerando que Putin, durante el discurso televisivo del 21 de febrero culpó a Lenin y a la Rusia comunista como “padres” de Ucrania en 1917, quizás sí que es significativo. Los agravios históricos en el imaginario colectivo ucraniano están presentes, y más después de las continuas situaciones de tensión con sus vecinos durante los últimos años. Así lo corroboran recientes publicaciones de las doctoras Daria Mattingly y Wiktoria Kudela-Świątek en las cuales, se presenta el Holodomor como un lieux du mémoire común en la sociedad ucraniana[1].

Vayamos por partes. ¿Cuál ha sido la justificación de Putin para esta acción militar que, a muchos nos ha pillado a contrapié? En primer lugar, el expansionismo de la OTAN hacia la periferia de Rusia, la “desnazificación” del país ucraniano, el supuesto genocidio étnico hacia los rusos del país, la falsedad histórica de Ucrania como país, las dudas de armas nucleares y las ínfulas de reconstruir el imperio ruso[2].

Si un país es soberano debe poder escoger en qué organizaciones políticas y militares quiere estar. En 2005 la UE se mostraba muy abierta a estrechar relaciones con Ucrania y era un partner prioritario para la PEV (Política Europea de Vecindad). Ambas partes estaban interesadas en estas aproximaciones y pocos años después, en 2007 se mejoraron los acuerdos entre la UE y Ucrania y empezaron a plantear políticas comerciales entre ambos[3]. Por supuesto que, todo esto no estaba bien visto por parte del Kremlin ni de su presidente, el cual llevaba en el cargo des del año 2000. Las negociaciones fueron aumentando con el paso de los años, pero la política de la UE era que los acuerdos estaban condicionados a las mejoras democráticas y judiciales del país. El presidente de ese momento, Viktor Yanukovych, era un fiel aliado de Putin. Lógicamente, acabó marcando distancias con la OTAN y accedió a las peticiones de Moscú respecto a la flota rusa del Mar Negro[4].

En noviembre del 2013 tuvo lugar un levantamiento estudiantil en Kiev contra el gobierno prorruso de Yanukovych. El objetivo era conseguir un tratado de asociación con la UE, – no es de extrañar que se le haya llamado Euromaidán– y lo que empezó como una revuelta estudiantil se convirtió en una especie de revolución que puso punto y final al gobierno pro-Kremlin. Dichos movimientos ucranianos inquietaron al zar Vladimir, quizás tuviera algo que ver su pasado como agente de la KGB y la desaparición de la RDA, hecho histórico que él vivió desde Dresde. Esas movilizaciones quizás le trajeran reminiscencias de un pasado no muy lejano. Así pues, se puso en marcha un plan de anexión de la Península de Crimea. Las disputas se saldaron con centenares de muertos, Yanukovich huyó con ayuda de Putin y se refugió en Rusia[5].

Igual que hubo protestas para dejar de ser una especie de satélite ruso, también las hubo para continuar siéndolo, especialmente en la zona oriental del Dombás y en la Península de Crimea. La reacción se plasmó contundentemente en abril del 2014 cuando estalló la Guerra del Dombás. El resultado fue la autoproclamación de las Repúblicas Populares de Donetsk (RPD) y Lugansk (RPL) en contraposición del poder ucraniano.

Por supuesto que no han sido pocas las acusaciones de intervención exterior y fomento de las protestas señalando directamente a los EUA. Especialmente, quien más ha insistido en ello ha sido el medio prorruso Russia Today, el cual no paró de criminalizar las movilizaciones pro-UE des del primer momento (curioso que no mencionaran quién financia y potencia a los movimientos independentistas en Ucrania). Es cierto que algunas manifestaciones no fueron pacíficas. El paradigma occidental de democracias liberales que disponen de algún margen para la accountability, no es precisamente el mismo que en Eurasia, la correlación de fuerzas existente en esa zona no se dirime por el voto, sino por la fuerza. La Rusia de Putin que elimina a disidentes, reprime toda protesta y censura a la oposición, no puede dar lecciones a nadie. De hecho, con su modificación ad hoc de la Constitución, estará en el poder hasta 2036. Para hacernos una idea, esto supone gobernar muchos más años que Stalin (1922-1953).

Entonces, ¿cuál está siendo la retórica de Putin para justificar sus acciones?, fingiremos sorpresa: el nazi-fascismo[6]. El periodista Mehdi Hasan le preguntó el 24 de febrero a Timothy Snyder sobre los supremacistas blancos y los neonazis ucranianos. La respuesta del historiador fue clara, lo remitió a ver los resultados de los partidos nacionalistas ucranianos en las elecciones al parlamento y mencionó los paupérrimos resultados que a duras penas superaban el 1% del total. ¿Existen? Sí, como en cualquier país democrático, pero de forma ínfima[7]. Lo que llama la atención es que un país invadido hace escasos 8 años por Rusia, no haya desarrollado un nacionalismo excluyente.

Sin duda, lo más chocante de dichas acusaciones es el hecho de que el presidente Zelenskyy sea judío y que recibiera el 75% de los votos en las últimas elecciones. Es justo lo que, en un país de extrema derecha no sucedería, ni mucho menos en uno gobernado por nazis. Para añadirle aún más contradicciones al asunto, es esencial mencionar el intelectual de cabecera de Vladimir Putin, el filósofo Ivan Alexandrovich Ilyin. Un pensador fascista que volvió a surgir en escena durante los años 1990s y 2000s. Su pensamiento lo han adaptado a la Rusia cleptócrata y oligarca para legitimarse, así lo presenta Snyder “fascism serves oligarchs as a catalyst for transitions away from public discussion and towards political fiction; away from meaningful voting and towards fake democracy; away from the rule of law and towards personalist regime” (Snyder, 2018, págs. 16-17).

Sea como fuere, las alianzas internacionales son contradictorias y veremos cómo se va desarrollando todo. Lo que me ha llamado poderosamente la atención ha sido la reacción de buena parte de la extrema izquierda. En España, partidos residuales como la CUP, el BNG o IU han reaccionado atacando a la OTAN en vez de a Putin. Imaginemos si Estados Unidos decidiera mañana bombardear Venezuela. Por supuesto que sería una acción intolerable, pero los mismos intelectuales y políticos que, o bien han guardado silencio, o bien directamente han hecho el ridículo atacando a la OTAN, no dudarían en llamarlo fascismo o golpe de estado ultraderechista. De hecho, ya lo hacen, véase el libro de A. Tirado “El Lawfare. Golpes de Estado en nombre de la Ley” (2021). Recomiendo encarecidamente la lectura del artículo de Slavoj Žižek[8] en el Confidencial.

El tiempo dirá quién se lleva el gato al agua, es evidente que Rusia tiene una superioridad militar que es difícil de contrarrestar, ahora bien, el pueblo ucraniano tiene un propósito: su supervivencia material, cultural y nacional. Pero si algo nos demuestra la historia es que, David, a veces, puede contra Goliat, el Viet Cong es un buen ejemplo. Así pues, Europa debe estar dispuesta a las sanciones económicas más duras posibles. Esto va a provocar disonancias internas, sabemos que Alemania tiene una fuerte dependencia del gas ruso. Es importante mencionar que, el propio Donald Trump, en la Asamblea General de la ONU en 2018, lanzó una profecía autocumplida a la delegación alemana, cito literalmente lo que dijo: Alemania será completamente dependiente de la energía rusa sino cambia inmediatamente de política[9]. Vale la pena ir al pie de página para ver la reacción alemana. Con rostros burlescos no daban crédito a lo que decía el “loco” de Trump.

Llegados a este punto, ¿qué tenemos? Un escenario que podría darse es la conquista de facto de todo el territorio ucraniano, es poco probable, pero si eso llegara a suceder, repúblicas como Georgia serían las que podrían caer irremediablemente en las manos de Kremlin, aunque hay un actor que recientemente se ha pronunciado a favor de Ucrania: Turquía, cosa que no debería ser de extrañar puesto que forma parte de la OTAN, pero es sabido que tiene buena relación con Putin. Polonia también tiene un papel importante, ya que fue parte del Imperio Ruso y es frontera natural con la Bielorrusia de Lukashenko, el cual es uno de los máximos aliados de Putin. Además, hace frontera con una parte de Rusia, el Óblast de Kaliningrado (con una mayoría étnica rusa de más del 80%). Seguramente, el mejor aliado de Rusia sea China, aun así, son competidores económicos directos.

Putin está avanzando movimientos y ya ha amenazado a Suecia y Finlandia con consecuencias militares y políticas en caso de entrar en la OTAN. Suecia de hecho no hace frontera con Rusia, pero sí que comparten parte del Mar Báltico. Sea como fuere, no es deseable que haya intervención directa de la OTAN, eso nos dejaría abiertos a una catástrofe nuclear sin parangón. Aun así, habría que seguir enviando armamento, medicinas y ayuda humanitaria a la zona, sacar a todos los diplomáticos rusos de las embajadas europeas, congelamiento de cuentas bancarias de oligarcas y políticos rusos en el extranjero, el sistema SWIFT, ciberataques y el fin de las importaciones comerciales.

Esta crisis bélica debe abrir la puerta al replanteamiento de las políticas energéticas y a la extrema dependencia de algunos países respecto a materias primas e importaciones. No podemos entregar nuestra soberanía energética a Rusia, ni importar todos los productos de China. Tampoco podemos permitirnos tener a la intelligentsia de los países occidentales en contra de la OTAN, si Rusia ha vulnerado sistemáticamente las libertades de los ucranianos es debido a la falta de cobertura militar. Ciertamente, los países de Europa del este que han ido entrando en la organización militar des del 1997 son muchos, pero es precisamente después de la experiencia del yugo soviético que han buscado amparo en el exterior, si no, quizás alguno de esos países ya estaría dentro de la esfera de poder del Kremlin.

Una última reflexión, Putin está consiguiendo algo que la UE ha sido incapaz de lograr después de tantas décadas: una unión de países del continente y darle sentido a la OTAN, existencia de la cual estaba en entredicho que después del 1991. La ciudadanía europea y occidental está reaccionando contra la debilidad de sus gobiernos. Prácticamente sin excepción, la mayoría de países que dan apoyo a Putin son dictaduras o inclusive teocracias. ¿De verdad nuestros intelectuales, que se llenan la boca de democracia, tolerancia, diversidad, y demás retórica posmoderna, van a estar del lado de Rusia, Irán, Cuba, Venezuela, Bielorrusia, Corea del Norte, China? Parece difícil de creer, pero algunos sí. Llegados al final, debemos considerar que mientras unos dan su vida por defender la democracia liberal, otros debemos estar dispuestos a los aumentos de precios en materias primas. Libertas pecunia lui non potest [no hay suficiente dinero para pagar la libertad].

Bibliografía

Applebaum, A. (2017). Red Famine: Stalin’s War on Ukraine. London: Penguin.

Snyder, T. (2018). The road to unfreedom. Russia, Europe, America. 2018: Penguin.

Wylegała, A., & Głowacka-Grajper, M. (2020). The Burden of the Past. History, Memory, and Identity in Contemporary Ukraine. Bloomington: Indiana University Press.


[1] Me centro en los dos primeros capítulos del libro The Burden of the Past. History, Memory, and Identity in Contemporary Ukraine (2020).

[2] Un artículo de prensa al respecto https://www.businessinsider.com/why-russia-is-attacking-ukraine-putin-justification-for-invasion-2022-2.

[3]https://web.archive.org/web/20081026092026/http://ec.europa.eu/external_relations/ukraine/index_en.htm.

[4] https://www.smh.com.au/world/ukraine-and-russia-vow-new-page-in-ties-20100306-pp42.html.

[5] https://www.bbc.com/news/world-europe-29761799.

[6] Esto es un aviso para navegantes, puesto que en España se ha usado el término de forma sistemática contra todo partido a la derecha del PSOE. El aforismo es claro: al fascismo no se le discute, se le combate, ¿y quién determina qué es o no fascismo? Pues los mismos que vociferan que aún hay mucho fascismo. Es el pez que se muerde la cola.

[7] https://www.youtube.com/watch?v=i7mUJQOG-q0.

[8]https://blogs.elconfidencial.com/cultura/tribuna/2022-02-24/slavoj-zizek-lenin-donbas-ucrania_3380578/.

[9] https://www.washingtonpost.com/world/2018/09/25/trump-accused-germany-becoming-totally-dependent-russian-energy-un-germans-just-smirked/.

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