El nuevo odio

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De las fatales rémoras continentales de los siglos XVIII y XIX, mínimo, permanecen dos: los nacionalismos, producto rebote del jacobinismo de la revolución francesa que pese a su época de terror, 1973-1974, creó y fomentó los ideales sobre los que se asienta la UE; y el colonialismo, ocupación extranjera de la nación propia. Si uno se opone, como ha de ser, a que ondee la bandera de Albión en Gibraltar, debe condenar los asentamientos israelíes en Cisjordania (lo afirma un judío de izquierdas) territorio libre del pueblo palestino que por razones de humanidad y de paz en la región tendría que contar con su patria, siempre que los terroristas abandonen la franja de Gaza (ya propiciaron en su día un golpe de estado para derrocar al partido de la Autoridad Palestina elegido en las urnas). Lo anterior no explica el repunte de los antisemitas y la xenofobia en España, denunciado en las últimas semanas por varias organizaciones, entre ellas SOS Racismo y el informe Raxen, que comenzó a publicarse en Europa a partir de 1995.

Ambos, y los demás, coinciden en que el aumento de ataques de intolerancia hacia el/la otr@ se producen por el hecho de un factor diferencial. El problema se resume en la polarización de la sociedad causada por la crisis económica y el extremismo de nuevo cuño español, lo que impulsa un oleaje totalitario capaz, poco a poco, de mermar la calidad de nuestra democracia. Por fortuna en nuestros lares no existe de momento una cabeza política capaz de conjuntar a los salvajes, algo cierto en Grecia, Hungría y Polonia sin ir más lejos. La hisponofobia y la catatalanofobia se mencionan así mismo, originadas por el antaño honorable Pujol, un ladrón al presente con causa probatoria, al igual que la mayoría de sus retoños, lo que provoca la discriminación lingüística en Cataluña.

El fenómeno de la xenofobia, en cualquiera de sus variantes, se se propaga y crece sin una ley que la palie.

Se estima que los incidentes en España, en 2017, rondaron los seis mil, un número alarmante. Aumenta la presencia del discurso del odio, añadido al mensaje del populismo racista y de las organizaciones extremistas difundidas en las redes sociales, contra inmigrantes, personas sin hogar (hay varios ejemplos televisivos), homosexuales, musulmanes y judíos, los grupos preferidos de los muchos grupúsculos neonazis, aunque en mi opinión le sobra el neo. Los viveros de las bestias pardas afloran cual ortigas en los fondos de los ultras de los campos de fútbol, en cuyos aledaños concurren la mayoría de las agresiones; los presidentes de los diferentes clubs y la RFEF consideran a sus cachorros una necesidad que incrementa la pasión de un noble deporte de por si dado a lo febril y fabril, en vez de impedirles la entrada a los campos y dejar de pasarles bajo mano fajos de parné. Ellos y la ausencia jurídica son los auténticos responsables/culpables de la proliferación de la iracundia fanática.

Resulta obligado reclamar a las instituciones, gobierno, CCAA y ayuntamientos un compromiso total, sin medianías, incluyendo la aportación de recursos, a las asociaciones y ONGs sin ánimo de lucro que se están partiendo el alma en la denuncia y combate cívico frente a los liberticidas. Y al parlamento español una Legislación Integral contra los Delitos de Odio y una Ley General contra la Discriminación, amén de un plan de acción que estimule las denuncias. Dudo que HB/Bildu lo firme retrotrayéndome al homenaje a los terroristas que segaron la vida del bueno de Joseba Pagaza y a la paliza que recibieron unos policías de paisano mientras poteaban con sus parejas en una taberna euskalduna.

La madre del cordero o el proemio de las actitudes beligerantes o la incompetencia se le puede atribuir por mucho que sea perentorio y necesario respetar y cumplir las sentencias, al Tribunal Supremo. En octubre de 2009 la Audiencia de Barcelona condenó a cuatro individuos a tres años y medio de cárcel por la venta de volúmenes y libelos en una librería ubicada en la calle Argenter y la distribución en su página web de contenidos que ensalzaban el Holacausto y alentaban a exterminar a los judíos. El Tribunal Supremo los absolvió, noticia que se extendió y escandalizó a las naciones más democráticas de Europa, entre las cuales se suponía que estábamos tras nuestra tan loada con merecimiento transición. Bien es cierto que en España no existe en derecho consuetudinario, pero también lo es que si el alto tribunal hubiese validado a la Audiencia de Barcelona parte sustancial de los demás jueces españoles hubieran tomado buena nota y actuado en consecuencia, con lo que la actual coyuntura se hubiera elidido. Y así nos va.

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