«La respuesta, amigo mío, está flotando en el viento». ¿Cuántas veces lo he oído citar, decir? Con alguna palabra cambiada: en el viento, soplando en el viento, soplando contra el viento, a favor del viento… Es el gran encanto, para quienes no es nuestro idioma materno, del inglés. Lo traducimos como nos da la gana, y creemos -almas de cántaro- que cualquier otro lo puede traducir bien.

En esta ocasión me quedo con la versión de «soplando a favor del viento» del célebre tema de Bob Dylan: Blowing in the wind.

Han hecho un buen «trabajo de soplado», un buen «blowjob», los promotores del viejo Bob. Eso también es bueno, ser viejo. Te pueden dar todos los premios que les de la gana que ni te la despeina; se va perdiendo la capacidad de emoción con la edad. Si le hubieran dado el Nobel a Dylan cuando escribió Blowing in the wind la habría tenido que rechazar, porque el Nobel -recuerdo al amable lector- nace de la dinamita, nace de la primera arma de destrucción masiva que descubrió o creó Alfredo Nobel; aunque nace, en teoría, para pedir: perdón. Quizá Dylan sí lo habría podido aceptar; o quizá no; lo que no ha sucedido es fantasía y memoria-ficción. Calle cortada.

Supongo que si a cualquier creador de menos de setenta años se le preguntara que preferiría si el Nobel o ser el autor de algo tan duradero, y económicamente rentable (mucho más que el premio sueco), como Blowing in the Wind (o Llamando a las puertas del cielo), elegiría la segunda opción.

Pero está bien y es motivo de alegría. Mi generación, y la anterior, y la siguiente, nos hemos educado con la cultura pop. Estados Unidos de América ha peleado contra medio mundo con armas brutales, pero ha colonizado y reeducado al mundo entero a través de la cultura: todos somos americanos de las colonias; todos deberíamos poder votar en las presidenciales americanas.

Cualquiera que esté leyendo este texto es producto en mayor o menor medida de la cultura pop americana: el cine, la televisión, la música y hasta la literatura (ese arte casi esotérico pues requiere el esfuerzo de LEER). A Dylan no hay que leerlo. Basta con escucharlo, cerrar los ojos y dejar que las palabras viajen a través del viento.

Un viento ordenado ya, y perfectamente empaquetado: el Premio Nobel; la gran referencia cultural del mundo intelectual burgués.

¿Donará Bob la pasta, quizá pequeña para él, a jóvenes artistas que aún creen lo que él creyó una vez? Que se podía cambiar el mundo.

Y se podía. El mundo se podía cambiar. Se puede cambiar. Ya tenemos un cambio climático fenomenal. Una contaminación inimaginable. La magia oscura de internet. El mundo se puede cambiar. Y si no lo cambiamos nosotros cambia él solo.

Pequeños somos, pero a veces brillamos. Boy Dylan ha brillado. Otra vez. En mitad de la tormenta de su propia vejez. Me alegro. Lo felicito. Ojalá volviesen a darle el Nobel el año que viene otra vez, joder (los tacos son cultura pop también).

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