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El niño que creyó domar el viento

Guillem Tusell
Guillem Tusell
Estudiante durante 4 años de arte y diseño en la escuela Eina de Barcelona. De 1992 a 1997 reside seis meses al año en Estambul, el primero publicando artículos en el semanario El Poble Andorrà, y los siguientes trabajando en turismo. Título de grado superior de Comercialización Turística, ha viajado por más de 50 países. Una novela publicada en el año 2000: La Lluna sobre el Mekong (Columna). Actualmente co-propietario de Speakerteam, agencia de viajes y conferenciantes para empresas. Mantiene dos blogs: uno de artículos políticos sobre el procés https://unaoportunidad2017.blogspot.com y otro de poesía https://malditospolimeros.blogspot.com."
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análisis

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Seguramente habrán leído alguna vez la famosa traslación de la vida del planeta a una jornada de 24 horas: formándose este a las cero horas, no aparecen las primeras bacterias hasta pasadas las cinco de la madrugada, y los primeros peces no llegan hasta las nueve de la noche: un largo día vacío de vida inteligente. Sobre las 22:50h aparecen los dinosaurios, que se extinguen casi una hora más tarde. El Homo Hábilis aparece a las 23:59h y 56 segundos. Y, hoy en día, los humanos somos tan solo el 0,01% de la vida terrestre (https://www.sciencealert.com/humans-are-just-0-01-of-life-earth-but- we-annihilated-rest-biomass-animals-mammals-plants), dominamos el planeta desde hace un suspiro, y ya hemos conseguido extinguir más del 80% de los mamíferos terrestres y el 50% de las plantas. Todo un record. Aunque siempre obstinados en superarlo.

No creo que sea una exageración opinar que estamos en la época del individualismo. No me refiero tanto al plano material como al temporal. Hay una escisión entre el presente (donde habita el individualista) y el futuro (donde este individualista no estará), como si uno no tuviera nada que ver con el otro. Es absurdo. La Teoría de la Evolución, ya demuestra que los probables futuros vienen determinados por los ensayos (acciones) ante la contingencia del presente: un gran aviso para el sistema económico extractivo humano (que tocaremos más adelante). El futuro no es algo simplemente por llegar, sino que lo hará por los caminos que estamos labrando, algunos de los cuales cerramos. No solo tejemos el futuro, sino que sustraemos hilos que dan oportunidades para tejer otros futuros. Es decir, el futuro, al no haber llegado, es fácil decir que nadie sabe cómo será, pero sí podemos dilucidar “cómo no será”. Si usted desforesta toda una isla de selva virgen, no sabe cómo será de aquí 20 u 80 años (¿una ciudad? ¿un huerto? ¿un desierto?) pero sí sabe lo que no será: esa isla de selva virgen que ha desforestado. El argumento, básico y simple, podemos complicarlo.

Hay cierto error en la dicotomía egoísmo versus altruismo. Se suele tender a pensar que el primero es fruto del individualismo y, el segundo, de pensar en los demás. Pero toda especie (incluso la humana) que ha sobrevivido a los avatares de la naturaleza, lo ha hecho mezclando ambos conceptos: el espécimen particular sobrevive protegiendo su individualismo, pero la especie sobrevive gracias a que cada espécimen es altruista. En caso contrario, cada uno de los individuos, sería el último. ¿Tenemos hijos para que nos alcen un monumento y nos adoren? Está claro que no: sabemos que serán seres individuales independientes de nosotros, tal como nosotros lo somos de nuestros padres. La diferencia respecto a otros animales es que, nosotros, podemos pensar conscientemente en nuestros hijos, los suyos (nuestros nietos), los hijos de nuestros nietos, etcétera. Es decir, que disponemos de la capacidad de ser “conscientes” de un futuro muy lejano. Entonces, todos estos políticos neoliberales, que tienen sus hijos y tendrán sus nietos, ¿piensan en el mundo que se encontrarán estos? La masificación humana que no para de crecer y el sistema extractivo de recursos también creciente, tendrá un límite, antes o después. No sé si es un error o una ingenua prepotencia creer que el hombre del futuro lo solucionará en un plis plas gracias a la técnica. Como si una varita mágica pudiera reconvertir esa isla de nuevo en un vergel selvático.

Viene a colación que hace unos días vimos en familia una película. Se titula “El niño que domó el viento” y, aunque cinematográficamente es justita, su mensaje da qué pensar. El argumento se desenvuelve en Malaui, en una población que sufre el conflicto de vender o no los bosques a la industria maderera, pues la deforestación desertiza la zona, afectando el clima y la agricultura. La gente pasa hambre y, los que disponen de bosques, los venden para conseguir algo de dinero. Un niño (un pequeño Prometeo como símbolo del individuo técnico-científico) idea y construye, gracias a piezas encontradas en un basurero, un molino de viento que alimenta una batería que acciona una bomba que extrae agua de un pozo y, oh la la, puedan los pobres regar y cultivar durante la sequía para sobrevivir. El niño (la técnica) que domó el viento (la naturaleza). Vamos a ver: <<gracias a la técnica e inteligencia humana, el hombre se sobrepone al medio hostil y triunfa (sobrevive)>>.

Ahora bien, ¿cuántos años dará agua ese pozo si se continúa desforestando y desaparecen las lluvias? ¿20 años? ¿80 años? Volvamos al día cronológico del planeta: ni una milésima de segundo. Ah, la contrarréplica: si dejamos de deforestar, ¿cuánto tardará el planeta en recuperar los bosques? ¿Treinta segundos de su día? ¿Dos minutitos? Lo que sucede es que, ese intervalo de tiempo, en caso que la naturaleza pueda auto-regenerarse, para el ser humano es tan amplio que difícilmente sobrevivirá a él. En el caso, claro está, que deje de desforestar. Pero, dos apuntes más: el pozo continúa siendo extractivo, simplemente hemos pasado de extraer bosques a extraer agua de la capa freática (porque suponemos que, ahí escondida, esa agua es inútil). Pero el procedimiento es el mismo. Segundo apunte: el niño no “domina” el viento, simplemente se sirve de sus conocimientos para usarlo. Dominarlo significaría poder establecer su dirección, intensidad, duración, etcétera, cosa que, creo, le queda muy lejana (menos mal) a la técnica.

¿Cuál es el mensaje oculto de la película? Para un servidor, que la deforestación es inevitable, debido a que todos viven su tiempo individual como “único tiempo”, donde no tiene cabida el futuro, y cualquier arreglo es un apaño al que resignarnos. El supuesto comportamiento altruista del niño, está muy bien, pero sólo es efectivo en su “ahora”, nada más. En el futuro de sus hijos, nietos, etcétera, es tan insignificante como una lágrima en el océano.

¿Cómo afrontan nuestros políticos neoliberales la película? Los más puros, aguantan dos minutos y cambian de canal poniendo una de acción o del espacio, y consultan los dividendos de las madereras. Los neoliberales impuros son aquellos que, guau, menudo mensaje ecologista más guay, y escribirán un tweet, soltarán algún mensaje con cara de preocupación y no harán absolutamente nada para cambiar el curso de las cosas. ¿Por qué? Un servidor opina que por una simple razón: si aceptamos que la calidad de vida la dirime el consumismo (el PIB, o el porcentaje de crecimiento de lo que quieran) cualquier política efectiva que tenga en cuenta el planeta comportará una disminución de esta calidad de vida. ¿Qué político va a dirigirse a una sociedad individualista (en el tiempo, “su único tiempo”) para decirle que rebaje esta calidad de vida en aras de mejorar el tiempo de unos otros que todavía no existen?

El error yace no solamente en el enfrentamiento entre individualismo y altruismo, o el ahora versus el futuro, sino en un extraño concepto puramente económico de lo que es y significa la calidad de vida, es decir, la vida, y que hemos aceptado como algo común y establecido. Pero esto sería otro artículo.

Ya fuera un Prometeo o un rayo de Dios, el hombre se dijo a sí mismo que dominó el fuego. Y dominó la madera y la piedra, y el silicio, y las moléculas y pronto los genes. Eso se dice y se dirá para omitir que, el tiempo, nos acaba dominando a todos. El tiempo que le han dedicado a leer este artículo, si tomasen su vida como una jornada de 24 horas, apenas será un suspiro. Pero, ¿sabrían decirme qué cantidad de superficie se ha desforestado mientras leían? Valga decir que uso desforestación como una metáfora de todas aquellas acciones humanas que degradan, destruyen o perjudican el planeta en aras de un simple beneficio momentáneo.

El hecho de no ser creyente en ningún tipo de divinidad, me implica la imposibilidad de ver el mundo como algo completado, fijo, o hecho. Que uno lo perciba como una creación continua, da una gran relevancia a cómo actúa el ser humano sobre él. En un plano matemático es sabido que dos bolas con trayectorias paralelas, si una recibe minúsculas interferencias (por ejemplo, golpecitos contra algún objeto interpuesto) sus trayectorias acabarán diferenciándose enormemente. Este Efecto Mariposa es la interferencia del ser humano sobre la naturaleza (entendida como la base de un planeta donde residen muchos mundos): no sabemos dónde parará la bola en el futuro, pero sí sabemos que interferimos en éste. El ser humano, en un alarde bastante prepotente, no es tan solo un creador de realidades, sino que se ve como un creador de futuro… cuando simplemente es un pastor de mariposas (una imagen muy poética que es un mero autoengaño). La suspicacia de muchos jóvenes concienciados sobre el cambio climático y la deforestación extractiva del mundo (en todos sus sentidos, también aplicada a las relaciones humanas con el trabajo: somos extractores de otros humanos, nos consumimos mutuamente), creo que no se basa solamente en la cada vez más contrastada agresión humana sobre el planeta, sino, también, en cierta grandilocuencia prepotente de “los mayores” (los que mandan, el poder) que solo miran para sus intereses económicos momentáneos. Esos intereses son algo totalmente fugaz, ínfimo y absurdo, si se tiene un poco de perspectiva sobre el tiempo (del planeta). Los capitostes de la UE, los gurús del sistema económico, los profetas del G7, devienen simples pastores de mariposas que intentan convencernos que pueden crear el futuro. Y lo único que hacen es recortarle posibilidades. Las dos principales vías para insertar a los jóvenes en este autoengaño son la mentira (el cambio climático no existe, o sí existe, pero es reversible con la técnica o tecnología) o el sumergirlos en el sistema del consumismo (el cuál anula cualquier tipo de alternativas).

Tal vez hay un pragmatismo mal entendido, y que oculta un conformismo que soporta nuestras no- decisiones. Nosotros (los adultos) ya no estaremos cuando nuestros nietos tengan que lidiar con este futuro. ¿Qué pensarán de nosotros? Que destrozamos su presente para vivir un poco más cómodos, trasladarnos un pelín más rápido, usar cosas y cambiarlas a gran velocidad (qué chuli es lo nuevo). Básicamente, que les decíamos que les queríamos mucho, que lo hacíamos por amor hacia ellos, pero que era mentira: lo hacíamos para nuestra comodidad. Ni siquiera felicidad. Vendimos un planeta a los pastores de mariposas a un precio de saldo. No menudo negocio irrisorio hicimos, sino menuda hipoteca envenenada les dejamos. Eso sí, dominamos el viento, qué guay.

Las personas vivimos sobre la gestión que hicieron nuestros antecesores: ninguna generación parte de cero. Los avances tecnológicos o científicos o de derechos, parten de lo que lograron generaciones anteriores (también la evolución científica es darwinista). La gestión del espacio donde vivimos (el planeta) podría parecer lo mismo, pues nos encontramos carreteras ya hechas, edificios que forman ciudades, etcétera, pero opino que no es así. Hay una diferencia: la reversibilidad y el agotamiento. Lo que atañe únicamente al ser humano, conocimiento y derechos, es reversible (aunque desagrade la idea, podemos involucionar en derechos y conocimiento) e inagotable (siempre podemos conocer más y mejorar nuestros derechos). La gestión del espacio donde habitamos, no: no podemos rellenar la capa de ozono a voluntad ni, por ejemplo, descontaminar el mar o hacer desaparecer los residuos nucleares, y es agotable (llegará un momento que el petróleo se agotará, o la cantidad de agua potable, o los bosques necesarios para equilibrar mínimamente el clima). Respecto a lo que atañe directamente al ser humano (conocimiento y derechos) usualmente el tiempo juega a favor, mejoramos, pero respecto a la “salud” del espacio habitado, el tiempo corre en contra, lo empeoramos. Lo que justifica este proceder es el simple beneficio económico; y, cuidado: una mejor redistribución de la riqueza, que ese beneficio económico fuera de todos, no soluciona absolutamente nada respecto a la salud del planeta. Cierto que, respecto al conocimiento (sea científico, la tecnología o la educación y los derechos) puede haber un impulso basado en el beneficio económico, pero, ya sea un laboratorio que obtiene beneficios de un medicamento o una empresa que los obtiene de un invento, a la larga, se suele beneficiar el conjunto de seres humanos: ese beneficio económico no es un fin en sí mismo. Sin embargo, la degradación del espacio común (el planeta) sí que se mantiene únicamente en el simple beneficio económico. La mejor distribución de ese beneficio, en caso que se diera, no evita que sea un fin en sí mismo, pero es que, además, solo es posible distribuirlo entre las generaciones presentes, pero no las futuras, que verán mermado su espacio común y, también, las posibilidades de beneficio usando este proceder. Lo que falla, pues, es el proceder, y también la teoría sobre la que se sustenta (el beneficio económico como baremo para justificar el proceder).

Siguiendo la Teoría de las Capacidades de Amartya Sen y Martha Naussbam (que ponen en cuestión la validez del baremo económico para categorizar la calidad de vida de los humanos), ¿debería haber unos Derechos del Planeta tal como hay unos Derechos Humanos?

Si las personas no se deben domar las unas a las otras, sino convivir entre ellas, ¿por qué debemos domar el planeta? Pensar que vivimos en él (viéndolo como un recurso) impide pensar que convivimos con él. Esta otra mirada le otorgaría derechos, tal como, muy lentamente, vamos haciendo con los otros animales.

Que el planeta tuviera sus derechos, evidentemente restringiría la libertad de algunas personas, pero es una libertad mal entendida, basada en el restringir la libertad de generaciones futuras. Por ejemplo, esto lo podemos apreciar en el plano humano respecto a los derechos de la mujer: su equiparación de derechos (y oportunidades) al hombre, restringe la libertad de algunos de estos últimos: (siendo muy incorrecto): la libertad que tenía el varón sobre el derecho de decidir sobre la mujer, sexual o económicamente, o restringiendo su representatividad o acceso a una educación igualitaria, ya fuera un acceso a la universidad, o la educación machista infantil, es una libertad que se pierde, pero una libertad mal entendida, pues es solo suya, ergo no es libertad. Una política igualitaria, sabemos que ha de ir más allá de un discurso: posibilitar las capacidades y oportunidades de la mujer de llegar a los puestos directivos (políticos, económicos, etcétera). Y también vemos varones reacios, pues interpretan que se restringe su libertad con estas políticas, no queriendo ver que su libertad (la de estos varones) se apoya sobre una falta de la libertad de la mujer. Es, por tanto, esa libertad que los varones ven atacada, una falsa libertad. Las feministas saben que no luchan solamente por su libertad, sino por la de las mujeres de generaciones futuras. El planteamiento temporal de las feministas es parecido al del ecologismo: los actos de ahora determinan las posibilidades de futuro. Unos derechos del planeta restringirían la libertad de aquellos que lo explotan a cambio de un beneficio económico, pero defendería la libertad de oportunidades de las generaciones futuras. Los pastores de mariposas hacen malabarismos en el aire con el PIB y cifras y porcentajes, pero no tienen ni idea de dónde se posarán las mariposas en el futuro, ni si quedarán flores y, es evidente, no les importa si no quedarán mariposas. Ellos ya no estarán. Mientras tanto, creerán dominar el fuego, el viento, y, si la tecnología lo permite, la lluvia y las mareas, a cambio de simples beneficios para un presente muy cortito.

Los políticos no se mueven en un ámbito globalizado, tal como sí hacen el mercado y el clima. Incluso para acceder al Parlamento Europeo, los eurodiputados deben jurar fidelidad, previamente, a las respectivas constituciones de sus Estado-nación. Es un sinsentido: debería haber unos mínimos Derechos Fundamentales de los Ciudadanos Europeos que fueran los únicos a los que hay que jurar fidelidad, por encima de los Estados-nación. El fracaso de la política de los Estados-nación frente a lo globalizado (mercado, clima) ya está asegurado: vemos cómo las empresas multinacionales se saltan fácilmente las leyes nacionales a conveniencia de sus intereses. Tampoco se cumplen de manera globalizada los diferentes tratados para salvaguardar el clima y el planeta.

Hay mucha hipocresía, y me atrevería a decir que cierta maldad, en desligar la visión ecológica o de protección del planeta de las consecuencias del cambio climático en la vida humana. Por ejemplo, en el caso de la película mencionada, ¿no tienen derecho los propietarios de bosques de Malaui a buscar el camino más efectivo para su supervivencia? ¿Son libres, y hasta qué punto, de no venderse los bosques? ¿Se les puede exigir que no lo hagan sin ofrecerles una alternativa? También, pensando a medio o largo plazo, podemos preguntarnos, cuando no queden ya bosques y la tierra no les dé más de sí, ¿tendrán derecho a emigrar a otras tierras buscando esa supervivencia? Cuando lo hagan, ¿puede comprenderse que deban hacerlo “ilegalmente” y esto les suponga un detrimento de sus derechos? Vemos que tiene tantas consecuencias intervenir en la situación de Malaui como no hacerlo: no solamente la economía y el clima están globalizados, sino, también, las consecuencias humanas de que lo estén. Legislar al respecto desde los Estados-nación es una incoherencia muy poco útil o efectiva. Parece que desde los Estados-nación occidentales se aceptan las consecuencias perniciosas de la globalización hacia los otros, pero no las obligaciones que comportan a los habitantes propios. Un habitante de un Estado-nación tiene más derechos (y oportunidades) por el simple hecho de haber nacido en éste, algo que ya asumimos como normal. Pero no queremos aceptar las consecuencias que nos llegan de otro hecho: al aceptar la problemática global, de nada sirve la legislación nacional. El neoliberalismo, que se va imponiendo en la política occidental, se aferra a la globalización del mercado y consumo mientras mantienen la nacionalización de derechos y oportunidades. Ya no se va a África a buscar esclavos, se pretende que se queden allí esclavizándose mutuamente bajo el paraguas de nuestras multinacionales. Que vengan aquí, nos supone un problema: nos muestran que no tienen los mismos derechos que nosotros, y esto no queremos verlo (su falta de derechos y oportunidades en sus respectivos países, nos permite achacarlo a sus Estados-nación, y desligarlo de nosotros, cuando no es así).

La activista danesa Greta Thunberg me ha hecho pensar en cuál debería ser el proceder ante todo ello. Cuando la veo realizando discursos en parlamentos y senados, ante políticos y dirigentes, pienso que toma un camino vertical sin mucho futuro: hay un techo de cristal infranqueable, que es lo que he intentado opinar en este artículo: el consumismo y el valorar la vida según el beneficio. Creo que, como todo movimiento, hay que centrar el activismo horizontalmente, apelar a los individuos, extender la presión desde abajo para hacer subir una marea de inconformismo. Por ello, por un lado, me agrada enormemente la concienciación que está consiguiendo en los jóvenes, pero también me deja un regusto amargo: los adultos deberíamos sumarnos a ellos. Ni que fuera con la discreción con la que muchos varones queremos apoyar el movimiento feminista: entender que la palabra es suya, pero estar ahí solidariamente, también interpelados, no como si fuera algo ajeno a nosotros. El sistema actual se apoya en un planteamiento irresponsable: por un lado, no cambiar el modo de vivir y de valorar esta vida justificándonos en que las personas del futuro ya se las apañarán (con una tecnología más avanzada); y, por otro lado, sustraerles posibilidades de futuro a esas personas todavía por nacer sin tener en cuenta que la tecnología no avance lo suficiente, o que, aunque lo haga, esto no sea una solución. Trasladamos la responsabilidad de nuestro proceder, y sus consecuencias, a un futuro por llegar. Nosotros no podemos saber si, alguna vez en la historia de la humanidad, hubo un presente que hipotecó tanto el futuro; pero ellos, los del futuro, sí lo sabrán. Menudo consuelo que, cuando miren atrás indignados y con desprecio, nosotros ya no estemos para afrontar nuestra responsabilidad.

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