Cuesta trabajo escribir estos días para analizar, con rigor y calma lo que está sucediendo. Y cuesta hacerlo porque la responsabilidad pesa, porque todos debemos asumir lo que generamos con nuestras palabras, con nuestras opiniones y a dónde las dirigimos y lanzamos.
Mientras escribo esto estoy pensando, evidentemente, en lo que está sucediendo en Cataluña. Me cuesta mucho trabajo ser ponderada en mis análisis, buscar la objetividad necesaria y emitir un análisis que pueda resultar constructivo. Porque para insultar, y lanzar veneno todos se apuntan. Sin embargo, para intentar reflexionar, analizar y sopesar pros y contras, no hay tantos.
Hay quien dice que soy equidistante cuando digo el dolor que me produce ver a personas enfrentadas, concretamente ver los sectores que representan Oriol Junqueras y Carles PUigdemont a tortazo limpio. No veo equidistancia en mi afirmación cuando considero que el distanciamiento entre dos formaciones políticas que iban de la mano para un proyecto de regeneración democrática es doloroso, por lo que conlleva. Pero que me duela ver lo que sucede no me impide saber perfectamente cuál es mi opinión al respecto. Otra cuestión es si mi opinión aquí sirve de algo, si aporta, si suma, o si por el contrario, restaría. Y para restar no estoy. Sinceramente.
No creo que nadie tenga nada que reprocharle a Carles Puigdemont, que no ha cambiado su discurso y que se ha mantenido firme defendiendo el proyecto del 1 de octubre, la soberanía popular, la expresión desde las urnas de manera pacífica, y su implicación en el ámbito internacional, que está siendo clave para entender todo un proceso emancipador dentro de la Europa del Siglo XXI que tanto tiene que reforzar la democracia para seguir siendo un proyecto de referencia a nivel global. A nadie se le escapa que la internacionalización del conflicto catalán es una pieza clave y que quien quiera negarlo estará equivocándose.
El papel de Oriol Junqueras en todo esto es importante también, porque desde el primer momento se ha visto limitado a la hora de poder expresarse, ya que desde prisión todo es muchísimo más difícil. Y qué duda cabe que siempre defenderé que Oriol debe ser puesto inmediatamente en libertad, al igual que sus compañeros y compañeras de prisión que han perdido su libertad por defender unas ideas, de manera pacífica. Por lo tanto, mi defensa a la idea de la soberanía es firme.
Sin embargo en mi papel creo que en Oriol Junqueras ha habido siempre la sombra de una animadversión casi personal hacia Puigdemont, y eso ha movido y promovido bloqueos, trabas y zancadillas que no se han explicado abiertamente para evitar, precisamente, lo que estamos viendo ahora: el estallido.
Puedo entender la propuesta de ERC, esa de ir paso a paso, aglutinando mayorías, generando contexto y acumulando apoyo desde el soberanismo. Por supuesto que la entiendo. Y de hecho hasta podría parecerme adecuada. Lo que no comparto es la estrategia, la de decir una cosa en campaña electoral y decir otra después. No me gusta que la gente pueda sentirse engañada, o de alguna manera que se haya podido ocultar algo importante, como era el compromiso real con el proyecto iniciado el 1 de octubre.
No nos vamos a engañar, el problema en todo esto son las deslealtades entendidas como mensajes que se dicen en un lugar y se cambian en otro. Y eso es algo que debería cambiar en la política catalana, porque sobre todo se supone que el proyecto independentista busca marcharse de esa manera de hacer las cosas, la del engaño, la de la traición, la de dejar a la gente por el camino.
Y con Puigdemont se hizo al no investirle como President. Y por eso es normal que para muchos Puigdemont sea el legítimo presidente de Cataluña que desde el exilio defiende la soberanía de un pueblo que ha recibido palos, censura y persecución.
Otra cosa son las negociaciones, las estrategias, los tiras y afloja y donde cada formación enarbola banderas ideológicas. Que si la izquierda, que si la derecha y lo de arriba y lo de abajo. Ya, ya me lo sé. Y me resulta un tanto tramposo usar ahora en este momento ese discurso. Porque yo, siendo de izquierdas, pudiendo estar de acuerdo con todo el ideario y propuesta de una formación de izquierda, sea ERC, sea la CUP o incluso los Comunes, pensaba que el debate abierto a partir del 1 de octubre era otro: era el de la democracia, el de crear un proyecto participativo desde abajo contando con toda la sociedad. Y ahí no se hablaba de izquierda o derecha sino de radicalidad democrática.
En eso consistía la lista unitaria donde estaban perfiles como el de Artur Mas (con el que nada tengo que ver) hasta Raul Romeva (con quien estoy muy de acuerdo). Esa era la gracia del proyecto plural, heterogéneo y que tenía como máxima poder establecer unas nuevas normas del juego más abiertas, dinámicas y transparentes, o sea, un planteamiento de un proyecto político «emancipador» por la vía de la democracia plena. Sacarse de la chistera después el corte de la izquierda y la derecha me parece una trampa, una manera falaz de querer generar división para poder bailar con unos y con otros dependiendo del sol que más caliente.
Y no me gusta. Porque la gente se siente confundida: gente que es apelada por ser de izquierdas, gente que no comprende bien por qué hay que dividirse antes de abordar la cuestión de la soberanía, por qué hay que distanciarse cuando ni el exilio ni la prisión ha diferenciado siglas ni colores.
Solamente sale beneficiado el nacionalismo español de la batalla entre independentistas. Y quien le haga el juego se equivoca. Siempre.
Dividir España y segregar a los españoles por grupos étnicos es un disparate de tal calibre que en España lo rechaza el 90% de los ciudadanos, en Europa no quieren ni oír hablar del asunto y en resto del mundo tampoco.
E incluso en Cataluña donde los nacionalistas controlan en poder económico y político y han puesto al servicio de su desquiciado proyecto segregacionista las instituciones, las escuelas los medios de comunicación público tienen la oposición de la mitad de la población.
Proyecto de regeneración democrática no Beatriz, un proyecto supremacistas de segregación étnica. O lo que es lo mismo; una nación para cada pueblo.