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El monstruo que todos llevamos dentro

José Antonio Vergara Parra
José Antonio Vergara Parra
Licenciado en Derecho por la Facultad de Murcia. He recibido específica y variada formación relacionada con los trabajos que he desarrollado a lo largo de los años.
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análisis

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Escribiré este artículo en primera persona del plural y no será ésta una decisión azarosa sino deliberadamente premeditada.  Sepan ustedes que un servidor, a diferencia de quienes sermonean desde níveos e implacables ambones religiosos o civiles, salió defectuoso de fábrica. Oseasé, que me sé falible. No se me escapa que la humildad bien entendida brega en desventaja contra la soberbia de quienes creen saberlo todo pues, pese a ignorancias manifiestas, alcanzan mayor predicamento entre el gentío. Ocurre lo que con la visita al médico de paga; que cuantos mayores son el expolio de nuestro bolsillo y la pompa del consultorio, mejor médico se nos antoja.  Una eminencia, oye, pues para costear ese dispensario y cobrar una pasta ha de serlo obligatoriamente.

Pues eso mismo pasa en el mundo de las ideas y de la plática.  Locutores y contertulios que, con inadmisibles formas  y desde sapiencias planas, igual despellejan a los objetivos marcados por sus mecenas que prescriben recetas políticas y económicas para rotos y descosíos. Un desperdicio pues si tan excelsos pedantes diesen el salto y se ocupasen de la res pública, nuestras vidas serían un oasis; lo que viene siendo un palmeral pluscuamperfecto. Sarcasmos aparte, lo cierto es que la petulancia puede ser tan grotesca como yerma una autoestima en caída libre. Y en esas estamos; como casi siempre. En el desprecio permanente de la realidad, la manipulación del lenguaje y la sumisión con quien esboza los dictados y satisface emolumentos.

Ocurre como en Flandes donde poner una pica costó lo suyo. Hay que comer, pagar el cole de los críos y veranear como Dios manda. Al pariente, parienta o pariento les resulta conmovedor pero inaceptable la sola honra de ser menesterosa. Mejor una bolsa copiosa que indulta faltas y carencias que es un primor. Y hasta mejora el cutis del buscón, confiriéndole un halo de lo más apetitoso. Palabrica del Niño Jesús y que me disculpe por inmiscuirle en semejante banalidad.

Otro tanto ocurre con las distancias. En las cortas el censor cimbrea como un flan; en las largas desenfunda la guadaña. El trato humano, en efecto, enerva la mala baba y anestesia prejuicios. Así andamos o, al menos, ando yo. Entre molinos de viento y las propias miserias, salpimentadas con el lixiviado informativo y el sometimiento del ser frente al tener y aparentar. Malherido de tantas batallas sin cuartel y encorvado por tantas medallas de piedra.  Nunca la educación presumió más de sí misma y nunca antes la sociedad fue tan superficial pues el hombre sin ética es, ante todo, un mero simio en los que sus instintos más primarios acaban despuntando.

Explicitaré algunos ejemplos para hacedme entender. La vida de todo ser humano, desde el mismísimo instante de la fecundación del óvulo hasta el último hálito, es inviolable y sagrada y nadie, absolutamente nadie, puede quebrar su génesis, desarrollo y realidad.  Ni siquiera los imbéciles que, por no haber olido carne quemada en una trinchera, ignoran la ignominia de la guerra. La naturaleza (dejémoslo ahí), y no un contrato social susceptible de adendas, dispuso que la mujer nos diera la vida lo que, pese a fariseas, misándricas y trastornadas, demuestra la sabiduría de aquella. Mas la mujer no es dueña de nuestras vidas. Tirando del lenguaje de la izquierda, no imagino política más progresista que aquella que permite y coadyuva a que la vida progrese naturalmente. El aborto, la guerra, el hambre, la carencia de una elemental sanidad y cualesquiera otros atentados contra la vida humana son radicalmente inaceptables. Punto. Sin fisuras o conjunciones adversativas.

El hombre y la mujer son iguales en derechos y obligaciones mas, por fortuna, diferentes. Pese a orangutanes macho y a otras patologías que todos conocemos, el hombre y la mujer están llamados a entenderse y complementarse. Toda política que ignore esta evidencia o pretenda reescribir los designios de la propia naturaleza está condenada al más severo de los fracasos.

Las inclinaciones y relaciones sexuales y sentimentales entre personas mayores de edad, ejercidas desde la libertad, a nadie incumben salvo a ellos mismos y la Ley del Hombre debe garantizar la igualdad y dignidad de todos ellos. Comprendo que han sufrido demasiado durante demasiados años. Entiendo que, tras tantos años de clausura, respiren profundamente al aire libre pero, por Dios Bendito, cancelen esos aquelarres callejeros donde el orgullo es desplazado por la zafiedad y el mal gusto. Para cuadrar el círculo, sólo faltaría que los camioneros usuarios de burdeles de carretera reivindiquen también su día y su orgullo. Imaginen la Castellana henchida de cabezas tractoras donde los camionetas, pelo en pecho y brazo fornido sobre la ventanilla, tocan el claxon mientras refrescan las experiencias vividas en el SPA TARRÁS. Allí donde el güisqui no se toma con hielo ni con soda sino entre lucecitas de colores y mujeres de vida distraída. Sería de mal gusto, ¿verdad? Pues eso mismo pienso yo.

Decía el gran Unamuno, al que todos querían y temían a partes iguales, que el nacionalismo es la chifladura de exaltados echados a perder por indigestiones de mala historia. Hoy como ayer, Don Miguel. En España sufrimos de xenofobia doméstica, con mejor prensa, y de otra transfronteriza;  denunciada con dureza por los mismos que jalean y callan ante la primera. Lo cierto es que sus motivaciones son igualmente espurias. La pigmentación de la piel no delinque sino la necesidad o la maldad, que desconocen de erreshaches. Por otro lado, hay que ser muy tonto (por no tirar de otra epíteto más grueso) para creerse mejor que los demás.

Echo de menos a la izquierda sensata, que la hay aunque anda silente. Tan necesaria como ayer, tan urgente como hoy. La siniestra oficial, nutrida de señoritos venidos a menos y de cursis redomados, se ha arrojado a las fauces de nacionalismos periféricos e insolidarios. Enarbola cuestiones que a nadie interesan. Tontos útiles en manos de enemigos de una patria unida y fuerte que es la mejor garantía para el bienestar de todos. Menos mal que en medio de semejante erial aparecen quienes usan el boe para las cosas del comer, mejorando las condiciones de los más débiles. Esos que todos nombran por comicios y abandonan a su suerte al día siguiente.  Se nota, y mucho, que antes que sor fue cocinera, defendiendo los intereses de los currantes frente a un capitalismo desalmado. Dos monarquías deben dejar paso a sendas repúblicas; la política, que ha demostrado que no todos somos iguales ante la ley, y la empresarial. En este caso, no me refiero a los miles de autónomos y pequeños y medianos empresarios, por cuyos enormes sacrificios, todavía respira el país. No. Hablo de despachos muy elevados donde el hombre no es el fin en sí mismo sino un medio útil y desechable. Claro que este anhelo mío, de lograrse algún día, sería estéril si la alta política no regresare al ágora para, de una puñetera vez, ignorar a su señor y mirar por su pueblo.

Nuestros recursos y capacidades son limitados y esto es algo que no es posible ignorar. La política es el arte de lo posible y la economía la ciencia que se encarga de asignar eficazmente recursos escasos. Luego, sin dar la espalda jamás a la realidad, lo que diferencia a unos de otros es el ejemplo, el acierto de sus propuestas y la graduación de sus fines. Hará unos pocos días, cuando me disponía a entrar en casa, me crucé con un recolector de frutas de hueso. Llevaba un sombrero de paja, pantalón oscuro y camisa de manga larga. El calor era sofocante pero la ropa protegería su piel de un sol despiadado. Levantó la cara, hasta entonces cabizbaja, y con un hilo de voz apenas perceptible me deseó buenas tardes. Le correspondí con cuanto respeto fui capaz de reunir. Las cuencas de sus ojos acogían unos ojos vidriosos y extenuados. Su rostro reflejaba un sufrimiento extremo tras la brega del día. En ese justo instante, mi admiración y respeto por aquel hombre se vieron quebrados por las arcadas que me suscitan las comisiones del Emérito, los que malgastaban los dineros de los parados en putas y cocaína, los del tres per cent o los casos conocidos como Gürtel, Acuamed, Arena, Bárcenas, Castor, Brugal, Carlos Fabra, Lezo, Nóos, Ave, Ere, Pokémon, De Miguel, Banca Catalana, Elorza, Epsilon, Innova, ITV, Margüello, Melide, Palau, Pallerols, Pretoria, Pujol, Solà y Matas o Txomin Rentería, entre muchos más. Hechos, en definitiva, que revelan la catadura moral de verdaderos sinvergüenzas que, sin necesidad o apretura alguna, se enriquecen a costa del sudor de aquel hombre de sombrero de paja, pantalón oscuro y camisa de manga larga.   

Sí. Yo también lucho contra el monstruo que llevo dentro. Un monstruo dispuesto a dar por buena la mentira cuando acomoda y a renunciar a la reflexión, cuando duele. No bajaré la guardia y seguiré batallando contra mis demonios. Un ángel me dijo una vez: José. Estamos solos. Muy solos. Él y cada uno de nosotros. No le entendí entonces o tal vez no quise entenderle mas hoy ya lo comprendo, y lo acepto. Pero quisiera, al menos, sentir SU presencia más a menudo.

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