jueves, 25abril, 2024
21.8 C
Seville
Advertisement

El mito de la inmunidad

Jesús García Blanca
Jesús García Blanca
Escritor e investigador social especializado en engranajes de poder en el terreno de la salud, la ecología y la educación. Colaborador de Plural-21, Asociación para el cuidado de la vida, y miembro fundador de STOP VACUNAS. Ha publicado El Rapto de Higea (Virus editorial 2010), La Sanidad contra la Salud (Ediciones i 2015), Vacunas: una reflexión crítica (en colaboración con el doctor Enric Costa) (Ediciones i 2015), Wilhelm Reich, inspirador de rebeldía (Cauac Editorial Nativa 2017) y las novelas Redención y El Segundo Río. Algunos de sus libros se han traducido al italiano y al francés. Ha escrito diez años para la revista crítica Discovery DSalud (www.dsalud.com) y actualmente prepara un libro sobre la falsa pandemia COVID y administra el blog Salud y Poder.
- Publicidad -

análisis

- Publicidad -

A raíz de la imposición de la falsa Teoría Microbiana de la Enfermedad que —como vimos en un anterior artículo [1]— considera a los microbios como invasores, fue conformándose una idea complementaria según la cual poseíamos ejércitos defensores que se enfrentaban a ellos.

La Enciclopedia Británica explica que se trata concretamente de dos ejércitos, uno innato y otro adquirido, y añade: “ambos sistemas funcionan juntos para impedir que organismos penetren y proliferen dentro del cuerpo” [2]. Es decir, que el supuesto “sistema inmunitario” refuerza dos ideas que —como ya vimos— nunca se han demostrado: que los microbios vienen del exterior del cuerpo, y que son causantes de enfermedades; y añade una tercera: que disponemos de un sistema específicamente dedicado a neutralizar o destruir a esos peligrosos invasores, y que gracias a ese sistema conseguimos inmunidad, es decir, nos convertimos en invulnerables.

Debido a la mirada pasteurizada, los descubrimientos sobre mecanismos biológicos relacionados de una forma u otra con microorganismos se interpretaron siempre desde un punto de vista belicista, considerándolos parte de un supuesto “sistema defensivo” en lo que la medicina moderna considera una guerra contra los microbios, decretada por Pasteur y sus adláteres.

Pero surgían preguntas que ponían en entredicho la visión belicista dominada por una oposición entre lo “propio” y lo “extraño” ya que sí la misión del “ejército defensivo” es combatir lo extraño para proteger lo propio, ¿por qué el “sistema inmunitario” no reacciona contra el embrión al que podríamos considerar un cuerpo extraño? O ¿cómo se explican las llamadas “enfermedades autoinmunes” en las que el “sistema inmunitario” se vuelve contra el propio cuerpo? O ¿por qué el “ejército defensivo” no actúa contra la flora intestinal o contra las células cancerosas? Y ¿cómo es posible que si el “VIH” destruye las “defensas”, se sigan fabricando “anticuerpos” con los que se da positivo a los test de VIH?

MICROECOLOGÍA: UNA REVOLUCIÓN PENDIENTE

Estas y otras muchas preguntas ponen de manifiesto que —con honrosas excepciones de profesores inquietos [3]— la biología no es como nos la contaron en el instituto y como se enseña en la mayoría de las universidades. De esta manera, y partiendo de lo que explicábamos sobre la verdadera función de los microbios y su papel en el origen y la evolución de la vida sobre la base de la simbiosis, podemos hacernos una sola pregunta que lo abarca todo y cuya respuesta no necesita formación especializada sino puro sentido común. Esa pregunta es: ¿Tendría sentido que la vida hubiese impulsado la cooperación entre microbios hasta el punto de convertirlos en parte de nuestro ser y que al mismo tiempo nos dotara de armas para exterminarlos?

Lo poco o lo mucho que llevo aprendido sobre biología y salud me dice claramente que no tendría el menor sentido. Pero lo que sí tendría mucho sentido es que la naturaleza se haya ocupado de dotarnos de herramientas biológicas que nos sirvan para regular y mantener esa colaboración con los simbiontes, clave para la vida y la salud. Herramientas que vienen siendo incorrectamente interpretadas como “sistema defensivo” debido al prejuicio belicista pasteurizado.

Por el contrario, desde la perspectiva global ecológica que plantea la Nueva Biología [4] y que observa al ser humano como parte de una comunidad viviente colectiva, interconectada mediante la simbiosis, las herramientas biológicas de las que venimos hablando no pueden ser “defensas” puesto que no hay “ataques”, más bien intervienen en la salud en la medida en que actúan sobre la simbiosis, y es por eso que he propuesto [5] denominarlo Sistema de regulación de la Simbiosis, no por el capricho de cambiar un nombre, sino para que —al igual que otros sistemas del cuerpo— su nombre aluda a las funciones que cumple.

Llamamos “sistema digestivo” al conjunto de órganos que llevan a cabo la digestión; llamamos “sistema circulatorio” al conjunto de órganos y elementos que organizan la circulación; llamamos “sistema respiratorio” al conjunto de órganos, conductos y otros elementos, que llevan a cabo la respiración; y así sucesivamente.

¿Por qué llamar “defensas” a un sistema que no nos defiende puesto que no hay ningún ataque del que defenderse? ¿O por qué utilizar la palabra “inmunidad” cuando es perfectamente lógico que la vida misma implica que en algún momento se sufren daños, que no somos máquinas invulnerables o indestructibles? Una breve síntesis de los descubrimientos más relevantes en este campo permitirá quizá entender por qué he propuesto esa denominación.

LA SIMBIOSIS ES LA CLAVE

En nuestro cuerpo hay una media aproximada de 37 billones de células [6], un uno por ciento de las cuales — es decir, unos 372 mil millones— muere cada día y deben reponerse. Parte de los restos de las células muertas se aprovechan y otra parte hay que eliminarla incluyendo los productos de deshecho del metabolismo celular. Es una operación idéntica a la gestión de las basuras en un pueblo, y en ambos casos son tareas fundamentales para la salud medioambiental, ya sea el medio ambiente de una población o el medio ambiente interno del cuerpo: es indispensable eliminar la basura y hacerlo diariamente para impedir que se acumule. También en ambos casos es una tarea que se hace de noche, cuando el resto de trabajadores está descansando [7].

Tenemos pues una primera labor, quizá la más importante, pero que pasa desapercibida por llevarse a cabo de modo cotidiano, con enorme eficacia y en silencio, es decir, sin provocar “síntomas” visibles. A esta tarea hay que añadir otras más complejas e igualmente necesarias para la supervivencia, entre ellas, las que garantizan una correcta producción de energía y las que actúan para garantizar una adecuada relación de convivencia en nuestro ecosistema interno: población microbiana, células y los microorganismos integrados en su interior e incluso como parte de su genoma [8].

Todas estas funciones podrían reunirse bajo diferentes denominaciones mucho más coherentes y que responderían a una realidad biológica: “sistema de reciclaje”, “sistema de regulación de flujos de energía”, “sistema de emergencia anti estrés”… o procurando reunirlo todo y simplificar, podríamos sencillamente llamarlo “Sistema de Regulación de la Simbiosis”, haciendo referencia a la finalidad última de todas estas tareas que no es otra que la buena convivencia.

Aunque el funcionamiento de este sistema implica numerosos elementos en interacción con otros sistemas, como el linfático, el hormonal, el nervioso, el circulatorio, el respiratorio o el termorregulador; con los ritmos biológicos, los procesos de crecimiento y desarrollo, el psiquismo y las emociones; todo ello conectado a través de nuestro mar interior con las células y los simbiontes, destaco algunos elementos fundamentales para el tema que nos ocupa, a partir de las investigaciones recogidas y puestas en conexión por el doctor Heinrich Kremer [9].

Los “operarios” encargados de llevar a cabo los trabajos que he apuntado son una multitud de células especializadas entre las que destacan dos tipos:

—Linfocitos T (maduran en el Timo): se encargan principalmente del reciclaje y eliminación permanente de las células muertas; son los “basureros”.

—Linfocitos B (producidos en la Médula Ósea: Bone Marrow): actúan de forma puntual para corregir desequilibrios ecológicos en el medio interno, eliminando elementos que rompen la armonía de la convivencia que implica la simbiosis y que pueden resultar tóxicos.

Además de sus funciones como “basureros”, los Linfocitos T están también implicados en las complejas reacciones metabólicas relacionadas con el estrés celular interactuando con los simbiontes y un gas denominado Óxido Nítrico que se produce en todas las células y lleva a cabo importantes funciones que vienen investigándose desde tiempo [10] y que incluyen la regulación de reacciones metabólicas, servir de neurotransmisor entre los sistemas nerviosos, eliminar elementos extraños o tóxicos y modular los perfiles químicos de los Linfocitos T para que cumplan con sus funciones.

En definitiva, lo que en un primer momento debido a la influencia de la Teoría Microbiana se interpretó como un sistema defensivo y se impuso igualmente debido a intereses de poder sin debate alguno, es, a a luz de las nuevas investigaciones, un sistema de limpieza y reciclaje, de aprovechamiento de la energía vital y de regulación de convivencia con nuestros microbios. No hay defensas porque no hay invasores; no hay inmunidad porque somos seres vivos sometidos a desequilibrios. Y como consecuencia de todo ello, no hay posibilidad de entrenar a ningún ejército defensivo, o dicho de otro modo: las vacunas no tienen sentido biológico… pero eso lo explicaremos en un próximo artículo.

REFERENCIAS:

  •  

Sandín, M. “Hacia una nueva biología”. Arbor, CLXXII, 677 (mayo), 167-213.

Sandín, M. “Una nueva biología para una nueva sociedad”. Política y Sociedad, Vol. 39, núm. 3, 2002.

https://revistas.ucm.es/index.php/POSO/article/view/POSO0202330537A

  • García Blanca, J. La Sanidad contra la Salud: una mirada global para la autogestión. Madrid, Ediciones i, 2015.
  • Bianconi, E y equipo. “An estimation of the number of cells in the human body”. Ann Hum Biol. 2013. Nov-Dec; 40 (6): 463-71.
  • Hässig, A, Kremer, H, Liang, W-X y Stampfi, K. “Pathogenesis of inmune suppression in hypercatabolic diseases. AIDS, septicaemia, toxic schock syndrome and protein calorie malnutrition”. Continuum, 6, vol. 4, 1997 (http://www.virusmyth.com/aids/hiv/ ahpathogen.htm); Hässig, A, Kremer, H, Liang, W-X y Stampfi, K. “Stress-induced suppression of the cellular immune reactions. A contribution on the neuroendocrine control of the immune system”. Medical Hypothesis (1996) 46: 551-555 (http:// www.virusmyth.com/aids/hiv/ahstress.htm).
  • Sandín, M. “Las sorpresas del genoma”. Bol. R. Soc. Esp. Hist. Nat. 96 (3-4), 2001, 345-352.

http://www.somosbacteriasyvirus.com/sorpresasgenoma.pdf.

  • Kremer, H. The Silent Revolution in Cancer and AIDS Medicine. Xlibris Corporation, 2001.

Kremer, H. “Gaseous nitrogen monoxide as a bioenergetic regulator within and between living cells —the gas war between humans and microbes”. En The Silent Revolution in Cancer and AIDS Medicine. Xlibris Corporation

- Publicidad -
- Publicidad -

Relacionadas

- Publicidad -
- Publicidad -

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre

- Publicidad -
- Publicidad -
- Publicidad -
Advertisement
- Publicidad -

últimos artículos

- Publicidad -
- Publicidad -

lo + leído

- Publicidad -

lo + leído