El ladrón, el guerrero y los 48 demonios

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Con mas de una década de retraso respecto al resto de países de nuestro entorno, se publica por primera vez en España una de las obras mas populares del dios del manga, situada a medio camino entre el Yōkai (género de terror basado en las criaturas homónimas del folklore japonés, que aquí podríamos denominar sin demasiada concreción como demonios o espíritus), y el Sewamono (drama histórico donde se presentan conflictos de personajes populares).

Sus dos protagonistas principales participan de esa amalgama. Hyakkimaru es el hijo de Daigo, un señor feudal que acaba de sellar un pacto con cuarenta y ocho demonios: les entregará a su hijo, al que le quedan tres días para nacer, a cambio de obtener el dominio de todo el país en el futuro. Cada demonio poseerá una parte del cuerpo del bebé, que de esta forma nacerá sin brazos ni piernas, lengua, ojos, orejas o nariz. Arrojado al curso de un río por sus padres, será recogido por un médico que le acogerá, dotándole posteriormente con miembros artificiales de madera y loza. Hyakkimaru desarrollará sentidos especiales: podrá leer el pensamiento, hablar telepáticamente, y con el tiempo llegará a caminar, e incluso, a correr. Con posterioridad, toda clase de fantasmas y seres monstruosos comenzarán a atosigar a su padre adoptivo, así que a Hyakkimaru no le quedará otro remedio que separarse de él. Este, mediante sus extraordinarias habilidades artesanales, incorporará katanas y otras temibles armas a los postizos de su hijo, convirtiéndole así en un ser bizarro extremadamente peligroso. Por si fuera poco, un bonzo ciego le adiestrará en el manejo de las armas, convirtiendo al muchacho en un enemigo temible.

El segundo protagonista principal de la obra es el propio Dororo, un joven ladrón, hijo de unos bandidos a los que las circunstancias han obligado a vivir a escondidas. Como Hyakkimaru, también ha sufrido una infancia extremadamente dura y lastimera: su padre morirá atravesado por una lanza y su madre, congelada de frío. Al contrario que Hyakkimaru, Dororo está dotado de un optimismo y un pragmatismo envidiable. Cuando ambos personajes se encuentran, terminarán estableciendo una relación en unos términos quizá no excesivamente amistosos, pero a partir de ese momento recorrerán juntos un país devastado por la guerra y la injusticia.

Realizado a finales de los años sesenta, Dororo resulta una muestra interesante de la transformación que se estaba produciendo en el estilo de su autor durante aquellos años: Tezuka ya había comenzado a abandonar su papel como bastión del manga clásico, dirigido a un público infantil, repleto de imágenes sencillas. Otras tendencias de la época, como el gegika de Yoshihiro Tatsumi (corriente que incluso había comenzado a manifestar cierto declive durante esa época), reivindicaban historias con temáticas dirigidas a personas mas adultas, con ilustraciones mas complejas y realistas de las que se habían venido utilizando hasta la fecha.

Decía, pues, que en esta obra resulta patente que Tezuka había comenzado a adoptar maneras propias de este estilo, aunque fuese de manera paulatina. Esta transición, que culminará a lo largo de la década siguiente, resulta especialmente palpable a partir de la segunda mitad del libro (es decir, pasadas sus primeras cuatrocientas páginas): así nos los indica la presencia de viñetas con detallados paisajes o determinados elementos realizados con un mayor verismo, que perfectamente podían haber sido realizados por algún autor gegika de la época. También se observa la coexistencia de determinados personajes que se siguen dibujando mediante el trazo sencillo que caracteriza los primeros años del autor, con otros en los que desaparecen, por ejemplo, los ojos grandes y redondos tan característicos, que tan profusamente han sido luego reproducidos por mangakas de todas las épocas. Otros adoptan rasgos peculiares, resultando extraños o de carácter animal (especialmente los que guardan alguna relación con algún espíritu). Hay que prestar especial atención a la representación de los demonios, donde se rastrea la innegable influencia de Shigeru Mizuki.

Lo que no cambia es el carácter profundamente humanista que destila todo el conjunto, como sucede en muchas de las obras de Tezuka y que es lo que, en definitiva, ha terminado por consagrarle como un autor fundamental en la historia del cómic mundial. Muchos de los conflictos y actitudes que presenta siguen teniendo la misma vigencia que cuando fueron planteados, porque son universales. De esta forma, podemos tener la certeza de encontrarnos ante un auténtico clásico, que contribuyó de manera relevante a la evolución del medio. Y si no, observad la absoluta soltura con la que maneja el autor recursos propios del cine, como el flashback o la alternancia de planos, que tan merecida fama dieron a Tezuka en sus comienzos como mangaka.

Durante los años en que se publicó Dororo, en los que Japón comenzó a convertirse en una potencia económica de primera magnitud, la industria del manga explotó definitivamente. Las nuevas revistas de cadencia semanal fueron los vehículos que contribuyeron a este estallido, cuyos ecos todavía resuenan en nuestros días. La que tuvo mayor éxito de todas ellas, Shōnen Sunday, contó con Osamu Tezuka durante sus primeros años de vida. De su producción en esta publicación hay que destacar la serie de ciencia-ficción Wonder Three (1965-66), la de terror Vampires (1966-1967) y, por supuesto, Dororo (1967-68). Las tres llegaron a contar con su propia serie de animación, todas realizadas en blanco y negro, aunque el episodio piloto de Dororo se realizó en color. De hecho, Dororo fue la última serie de animación en blanco y negro que realizó Tezuka. El manga y la serie de animación tienen, por cierto, finales distintos.

No puedo terminar esta reseña sin comentar brevemente que existe una adaptación a la pantalla grande de Dororo, llevada a cabo por Akihiko Shiota en 2007, que llegó a presentarse en el Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges, ya que no puedo evitar esbozar una sonrisa al recordarla. No dudéis en verla, si tenéis ocasión.

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