El juicio, el odio, las europeas de mayo y una movida

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He visto televisión durante más de 40.000 horas a lo largo de mi vida, pero ni una sola ha sido tan adictiva como cualquiera de las transcurridas durante el juicio a los líderes catalanes, presos políticos porque es justo respetar lo que ellos consideran de sí mismos, pero también porque están en la cárcel, pero no por haber metido la mano en la caja de todos como vulgares ladrones.

Resido en Mallorca y me siento un privilegiado por recibir la señal de TV3. Allá ellos, los responsables del resto de televisiones públicas y privadas que están negando a sus audiencias la vida tal, como y cuando sucede, en este caso un juicio irrepetible, para cambiarla por versiones particulares, muy recortadas y limitadas con toda clase de autocensuras y servidumbres.

Permítame usted, ya que está leyendo, que le pregunte si escuchó al acusado Turull decir, tras poner ejemplos reales que certificaban su argumento, “que aquí, si te pones el traje de constitucionalista puedes violar la Constitución todas las veces que quieras, pero, si vas de independentista y convocas un referéndum, aunque sea un acto expresamente despenalizado, puedes pasar más de 400 días en la cárcel. Y luego dicen ustedes que no estoy siendo juzgado por mis ideas”.

Pues eso. Dime lo que has podido ver en la tele y te diré donde vives.

Eventos sucesivos y de los que trascienden confluirán desde aquí hasta el 26 de mayo, a los que Sánchez y Marchena han aportado sus respectivas camionadas de arena, con millones de granos que salen volando a cada estornudo para nublar nuestras miradas.

El primero, disolviendo el Parlamento en medio del caos y sin obligación legal, otra manera de salir huyendo del lío catalán sin que lo parezca demasiado, tal como hizo Rajoy al no evitar la censura triunfante de Sánchez, cosa que el del PP podría haber conseguido sin despeinarse. Solo tenía que realizar un cambio de vida que ya tenía decidido. Cinismo y mentira hasta el último momento. Veremos que cuenta esta semana en el juicio.

El segundo, y también magistrado del Supremo de quien el jefe de los senadores del PP confesó que su partido “controla desde atrás” sin dimitir, ambos, acto seguido, echa gasolina al incendio no declarando una suspensión temporal y pacificadora del juicio, con vacaciones para unos presos que son, con diferencia, los que más notoriedad le van a proporcionar en toda su carrera judicial. No solo debería hacerlo para mostrar un ápice de agradecimiento, sino para levantar un milímetro la losa de sospecha eterna que Cosidó le colocó sobre su cabeza.

Veo una botella y me apuesto un trago futuro contra mi propia sed a que los jueces no resistirán una presión de tamaño tal que podría devastarlos. A ellos. El color de un brandy solo imaginado me pide con urgencia brindarlo con los catalanes acusados, a quienes demasiadas veces se les acaba el agua de declarar en el banquillo. Aunque solo sea para comprobar que son reales los protagonistas del espectáculo. La testifical se anuncia de carcajada, pero también de infarto, y no me gustarían desgracias de las que no pueden resolverse negociando. Caiga quien caiga.

Pero como lo del “mantenella y no enmendalla” es condición que han cumplido todos los que consiguieron subir suficientes peldaños hasta cualquiera de los poderes de España, perderé la apuesta y me quedaré sin lengua. En este caso, el juicio seguirá sirviendo, fuera de Catalunya pero dentro de nuestras fronteras, para ensayar toda clase de maldiciones contra los acusados, en voz alta y sin descanso, desde miles de bares con las televisiones en ON, aunque de la Sala Segunda del Supremo solo aparezcan imágenes breves en algunos noticieros o comentarios encabronados en las tertulias.

Aun así, y para sorpresa general, no está siendo posible ocultar la decepción por el interrogatorio que están llevando a cabo los fiscales, que nadie con cierta solvencia intelectual se atreve a defender. Y yo me pregunto: ¿Dónde queda la bondad? ¿Dónde el “deseo” tantas veces proclamado de que “nadie tenga que entrar en la cárcel”? Atención, que no estoy preguntando a esos líderes del PVC (“Partido del Valle de los Caídos”, PP, Vox y C’s en feliz ocurrencia de Matías Vallés), que tanto odian cada día. No. Estoy interrogando a los buenistas de conveniencia. ¿Porqué estáis sorprendidos? ¿Acaso no sois capaces de asimilar la posibilidad de que, con la última ley en la mano, la europea de Derechos Humanos, realmente no haya caso ni para un minuto de cárcel y ya lleven más de medio millón cada uno sin poder decir “buenas noches” a su familia antes de acostarse?

No sé si la aversión contra los otros que cada día protagoniza la actualidad de la derecha es una táctica política o una condición impresa en unos cuantos millones de personas y, ya se sabe, “dios los cría…”. No es necesario regocijarse en la evidencia de que, con cada actuación, el abogado de la acusación particular y líder político de “V” conseguirá portadas a mansalva contra los independentistas catalanes, los mismos políticos cuyas papeletas para ser elegibles por usted y por mí deberán aparecer en miles de colegios electorales dentro de noventa días, o esas elecciones hay que anularlas ante los ojos de Europa.

En este instante eterno de mucho “V” cada día, uno y dos, Casado y Rivera, locos por la pantalla, sufren con fuerza creciente el impulso irrefrenable por ser, o los que más amenazan a, o los que más se burlan de Puigdemont, Junqueras y compañía. El 155 peor imposible les parece nada, y este marcaje permanente contra un colectivo previamente señalado se contagia a la velocidad de la mancha de aceite entre los muchos seguidores activos que tienen esos tres líderes del autoritarismo. Se trata de personas residentes en todos los rincones de España y que están deseosas de pasar a la acción en ámbitos de influencia. Y no hay manera de impedir que se les vaya la mano cuando los excesos que disfrutan imaginando ya no les caben en sus cabezas. Y al gobierno no parece preocuparle la persecución de esa violencia.

Está escrito. Tras un calvario judicial de tres meses llegará otro día D, de decisivo. El 26 de mayo. Antes se habrán superado las generales del 28 de abril, pero las posibilidades de que en menos de 30 días se forme un gobierno en España son prácticamente nulas, tanto a tenor de las encuestas como porque la legalidad no lo obliga. Y también porque todos los poderes, tanto los municipales como muchos autonómicos y el estatal, se meterán en el mismo paquete de transacciones e intercambios donde se comprometerán sin luz los apoyos cruzados y, en consecuencia, también los miles de cargos de confianza a retribuir con el que no deja de ser el mismo presupuesto, por lo que se refiere a quienes lo financian.

Únicamente las elecciones europeas producirán unos resultados que no se negociarán en el ámbito español, y aquí es donde queríamos llegar, pues son las únicas urnas en las que todos los votos valen igual.

Y para que se respete el principio democrático esencial de que todos los votos emitidos valgan lo mismo se debe cumplir la condición esencial de que cada votante pueda elegir, antes de votar y sin trampa ni delito, cualquier papeleta de cualquiera de las candidaturas que concurran a la cita con las urnas.

Dada una situación política y social que demuestra cada día que el “¡¡A por ellos!!” sigue tan presente como la primera vez que alguien lo gritó, son muchas las preguntas que, no teniendo respuestas, requieren decisiones. Versionemos entonces aquella sabiduría y afirmemos que quien vigila las malas intenciones de los peligrosos se protege de sus consecuencias.

¿Está garantizada en toda España la presencia visible y accesible de todas las papeletas electorales de todas las candidaturas durante todos los minutos de las irrepetibles once horas que durará la jornada electoral?

No. La respuesta era muy sencilla, a tenor de la siguiente pregunta.

¿Cuántos deseos de tapar las papeletas de las candidaturas independentistas sentirán, por cada minuto del día 26 de mayo, los miles de interventores y apoderados de los partidos contrarios al “derecho a decidir”?

Imposible saberlo, pero el resultado de las urnas puede quedar seriamente dañado porque, además, ¿cuántos presidentes de mesas o vocales, o cuantos representantes de partidos que, aunque sin ser independentistas respetan la democracia, se atreverán de verdad a defender la visibilidad de unas papeletas catalanas que podrían robarles, a ellos más que a nadie, algunos de los votos que necesitan para sus candidatos?

Aunque parezca mentira, en el siglo XXI el reto electoral más importante para una España que tiene que elegir a sus diputados europeos consistirá en no ensuciar aquel Parlamento asegurando algo tan sencillo como que en cada lugar de votación estén igualmente presentes las papeletas de votación de las candidaturas que más odian y de las más odiadas, que cada uno le ponga el apellido que quiera, porque el odio por aquí va por barrios, pero nadie ha conseguido condenarlo a prisión permanente sin revisión posible.

Para conseguir que este país no salga en la foto más fea de todas, los independentistas catalanes tienen, aún, varias soluciones para las horas decisivas en las que las urnas permanecerán abiertas, pues nadie moverá un dedo por la limpieza electoral si con esa dignidad ejemplar puede perder un solo voto.

Creo que, para garantizar la confianza en que el futuro Parlamento Europeo será también fiel representante de “la voluntad democrática de los españoles expresada en las urnas”, las candidaturas que se sientan en peligro deberían dirigirse a las autoridades políticas y electorales europeas y probar, de momento, con las dos siguientes propuestas:

La primera, si no está prevista, que se obligue a la Junta Electoral de España para que ordene el envío de un sobre que contenga las papeletas de votación de todas las candidaturas a las elecciones europeas, con destino a cada domicilio de los casi 35 millones de electores incluidos en el censo.

La segunda, que el día 26 de mayo Europa desplace observadores a todos y cada uno de los colegios electorales de España, con la exclusiva misión de vigilar que siempre estén disponibles, y a la vista del electorado, las papeletas de voto de todas y cada una de las candidaturas. Qué menos, a la vista de un país europeo con un juicio en marcha como el que se está celebrando en Madrid.

Si la Junta Electoral y el Gobierno en funciones sienten aversión o vergüenza, tal como ya han demostrado, por ser oficialmente observados, tienen una solución muy sencilla: Encargar en tiempo récord la fabricación de miles de expositores de papeletas con un diseño inviolable que garanticen, por una parte, la selección secreta de la que cada elector prefiera y, por otra, la imposibilidad de que cualquier persona pueda alterar el contenido de esos expendedores de papeletas.

Por si fracasara lo anterior, y ya sin necesidad de contar con nadie ajeno, las candidaturas independentistas deberán organizar una gran movilización turística protagonizada por miles de catalanes convertidos en apoderados por un día, cada uno de los cuales elegirá, o le tocará por sorteo, uno de entre los miles de lugares que, hasta en el más pequeño de los pueblos españoles, tendrán urnas colocadas para recibir las papeletas que podrán convertirse en votos.

Este inmenso plan de viajes político-electorales, pero que también serán culturales, gastronómicos y muy sociables, se deberán concentrar sin excepción en el fin de semana largo del 24 al 26 de mayo y, si yo fuera un candidato catalán, lo empezaría a organizar desde este mismo lunes, 25 de febrero. Millones de españoles tienen un bonito recuerdo de aquella aventura de Junqueras con una familia de Sevilla, organizada por Jordi Evole en La Sexta.

Es imposible que en el futuro coincidan tal cantidad de circunstancias que alumbren una ocasión democráticamente más favorable para una nueva osadía, a protagonizar por una sociedad que sigue movilizada.

Ánimo y al toro, amigos, que se trata de una iniciativa ganadora al 100%, y desde el mismo momento en que se anuncie.

Ya que el Poder Judicial no quiere enterrar durante unos días el hacha del acoso interrogador, ni para aligerar ellos mismos el peso de las preguntas sin respuesta que cada día añaden sobre sus cabezas, no queda más remedio que inventar más ideas de paz para calmar las aguas.

(Como yo también “estoy lanzado”, para que no se me olviden las evidencias a favor de la libertad lo que sí se me olvida es el sentido del ridículo. Para que el 26 de mayo “la salsa no salga más cara que el pescado”, será necesario que todos los desplazados, recomendable, por cierto, que lo hagan acompañados de sus seres más queridos, dejen antes resuelto el voto por correo a municipales y europeas en sus propias mesas electorales. Porque este no será aquel valioso censo universal que, como derrotó a la represión del Estado, jamás el Estado empleará hasta que no se lo ordene una fuerza mayor).

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