El huérfano

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(Introducción para la novela Viajeros del Picoteórico)

 

Aquí siempre es poco antes de iros, el momento en que las criaturas del parque, apenas unas manchas de perfume y cuatro cuerdas verdaderas, pasean a pie o en coche de caballos. Aquí el mirlo siempre picotea las hojas secas del suelo, con frufrú endiablado, lanzándolas sobre su cabecita como si fuesen los billetes de un botín. Aquí la risa de los niños no cesa, junto a los leones y las ranas de Forestier, en el laberinto francés, en el estanque de los lotos…

Aquí siempre huele bien, a día bien hecho, con ribetes de café y media luna de pan dulce, al mejor cigarro que pueda uno fumar. Aquí las manos están siempre donde quisieron estar, sin gafas caleidoscópicas que confundan el alma, ni charlatanes de caramelo en mitad de la tempestad; no hay errores que remendar, ni sensación de mazmorra, lleváis escrito en los ojos vuestro destino, y brilla, brilla como la estrella polar.

Aquí siempre queréis quedaros un minuto más, alargando mi abrazo de carmín y nicotina, con los ojos cerrados, mientras usáis la ciencia de lo probable para levantar castillos improbables, acaso imposibles, pero tangibles como vuestro corazón acelerado. Lo entiendo, me gusta mi hogar, es cálido y hermoso, aunque se os eche de menos. Sí, porque también yo sé construir castillos en el aire, y vivir en un para siempre sin vosotros es morir de pena ante un bonito escaparate.

Mi tarde no morirá nunca, pero a veces me permite asomarme a la vuestra. Ya no camináis juntos; tenéis soles diferentes y vuestras tardes no huelen a lo mismo. Os veo felices, pero distintos. A veces percibo vuestra mirada, clavándose en mi banco, en mi tarde, y os oigo suspirar, cada vez más lejos. ¿No escucháis las travesuras del mirlo en la hojarasca? ¿Ni el agua de las fuentes? ¿Oléis aquel hojaldre de hace tantos años? ¿Sentís aún el fuego que os unía? Supongo que sí, como yo vuestros suspiros, cada vez más lejos. ¿Y aquellos niños riendo? ¿Os acordáis? Yo soy como ellos, no he crecido. Quedé para siempre en este banco olvidado, bajo estos árboles que tanto han vivido, y cuando os veo, y me veis, os recuerdo a gritos que fui aquel beso.

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