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El horror de lo nuestro

Eduardo Luis Junquera Cubiles
Eduardo Luis Junquera Cubiles
Nació en Gijón, aunque desde 1993 está afincado en Madrid. Es autor de Novela, Ensayo, Divulgación Científica y análisis político. Durante el año 2013 fue profesor de Historia de Asturias en la Universidad Estadual de Ceará, en Brasil. En la misma institución colaboró con el Centro de Estudios GE-Sartre, impartiendo varios seminarios junto a otros profesores. También fue representante cultural de España en el consulado de la ciudad brasileña de Fortaleza. Ha colaborado de forma habitual con la Fundación Ortega y Gasset-Gregorio Marañón y con Transparencia Internacional. Ha dado numerosas conferencias sobre política y filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, en la Universidad UNIFORM de Fortaleza y en la Universidad UECE de la misma ciudad. En la actualidad, escribe de forma asidua en Diario16; en la revista CTXT, Contexto; en la revista de Divulgación Científica de la Universidad Autónoma, "Encuentros Multidisciplinares"; y en la revista de Historia, Historiadigital.es
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análisis

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Lo que Isabel Díaz Ayuso dijo hace unos días acerca del “Modo de vida que tiene nuestra inmigración”, achacando a los inmigrantes buena parte de responsabilidad en la propagación de la pandemia es censurable, pero está muy instalado en el discurso de la derecha y la ultraderecha patria: eso tan estúpido de defender lo propio, aunque sea bárbaro y particularmente vergonzoso como las corridas de toros o el desprecio al inmigrante. Es cultural y se escucha en círculos cercanos, ya sean familiares o de amistades, por eso se normaliza y no se censura con la dureza que realmente merece. El ser humano es capaz de adaptarse a cualquier horror, no podemos olvidarlo. Viktor Frankl explicaba en “El hombre en busca de sentido” como personas capturadas y trasladadas a un campo de concentración nazi la mañana en que él mismo fue detenido eran testigos de tales horrores en el transcurso del viaje en tren que al caer la noche no mostraban emoción alguna al ver como un médico le arrancaba a un niño uno a uno con unos alicates los dedos congelados de los pies.

La barbarie, porque eso es el racismo: un crimen con efectos devastadores sobre el ser humano, que comprende mejor quien haya padecido otras formas de discriminación, se normaliza cuando la observamos en círculos familiares. Solemos considerar que no hay nada condenable en lo que hacen nuestros padres, aunque hagan cosas execrables. Hace años, cuando vivía en Barcelona escuchaba algo similar, me refiero a la defensa irracional de lo propio, de labios de mucha gente que no comulgaba con el discurso independentista-que tampoco era entonces lo que es ahora, aunque la semilla del mal estaba ya plantada-y que se sentía española. Me parecía un discurso pobre por poco elaborado, que se sintetizaba un poco en eso de “yo soy español”, sin más, y levantando la voz porque a algunas personas les parece que con un cierto exceso de testosterona queda todo mejor. Un poco como el gorila que se golpea el pecho. Estas personas, como ocurría a la inversa, lamentablemente, necesitaban construir una identidad “contra” otra: me siento español, luego desprecio todo lo catalán. Eso vende, no lo neguemos.

También el independentismo catalán, como el vasco, se sostiene con un discurso antiespañol en el fondo y en la forma, aderezado en los últimos tiempos con el veneno del racismo y el supremacismo. Y somos tan tontos que salimos a las calles portando las banderas de las élites, que nos azuzan desde arriba cuando nuestras preocupaciones son otras: llegar a fin de mes y todo lo que esto comporta, que no es poco porque se suele hacer cuesta arriba ser español, pero siempre acabamos encontrando hueco en la agenda para salir a defender sus banderas y a sacudirnos con ellas si hace falta.

Si desde niños nos hubieran enseñado en el colegio un poco de euskera, otro poco de gallego y unas gotas de catalán, y lo hubieran hecho ensalzando la diversidad, el respeto, la fraternidad entre los pueblos y la cultura a nadie se le ocurriría construir una identidad denigrando otra porque esas identidades serían lo propio, serían nuestras y todo el mundo se solivianta furioso al ver atacado lo que es suyo. Y nos daría vergüenza incluso hablar de estas cosas porque lo único que de verdad importa es la convivencia y que la gente sea feliz. Pero llega una persona como Isabel Díaz Ayuso, con puntos de vista aldeanos, y sus palabras encuentran eco en muchas personas que terminan repitiéndolas para acabar legitimando el racismo, y ese es el mundo que tenemos. Hay que afear los discursos de todos estos catetos que nos quieren dividir y que niegan el pan y la sal al inmigrante-que es otro español-al que solo aceptan en su faceta económica de mero aportador a la economía, y nunca en su vertiente cultural y humana. Los inmigrantes también somos nosotros. 

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