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El hombre y la tierra: El pollardo ibérico

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análisis

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El pollardo ibérico o pollardón es un tipo humano que se da mucho entre los  los altos funcionarios del Estado, responsables de importantes instituciones públicas. Sobre todo las de índole económico que supervisan a las instituciones de crédito y bancos, controlan su solvencia y cumplimiento normativo y elaboran informes y estadísticas sobre cuestiones económicas de transcendencia nacional e internacional. Cada vez que leo uno de estos informes con sus correspondientes recomendaciones o una entrevista o unas declaraciones de uno de estos todopoderosos funcionarios públicos,  pienso en el cuadro “Los fusilamientos del tres de mayo” de Goya. Concretamente en su figura central, el hombre de la camisa blanca con los brazos levantados que mira con gesto de espanto al pelotón que le apunta esperando la orden de abrir fuego. También se me viene a la memoria el hijo del panadero de Tomelloso o quizás fuera de Socuéllamos, no se sabe con exactitud de dónde era, aunque eso no tiene la menor importancia.

El hijo del panadero era un pollardo o pollardón de manual. Esta palabra no está recogida, aunque bien pudiera estarlo, en el diccionario de la RAE, pero se usa popularmente para denominar a los estudiantes tan centrados, absortos y ensimismados en  su carrera que solo viven por y para ella y no están al corriente ni muestran interés alguno por el mundo que les rodea. Si el pollardo es economista, por ejemplo, como ocurre en este caso, solo sabe de eso, muchísimo, desde luego, pero solo de eso.

El hijo del panadero, que ya era todo un doctor en Ciencias Económicas, estaba acabando un máster en una prestigiosa universidad norteamericana y sus orgullosos padres, sobre todo el padre, no perdían ninguna oportunidad de poner por las nubes a su hijo delante de sus clientes habituales. Les decía que era una eminencia en lo suyo y recitaba de carrerilla como un pregonero todo su historial académico, sus matrículas de honor, sus menciones y sus premios. El muchacho era la mejor recompensa posible a tanto trabajo, a tantos madrugones, tantos como días tiene el año. Cuando acabó el máster fue al pueblo a pasar unos días con sus padres. Una mañana al llegar al despacho de pan, los clientes aleccionados por el padre le recibieron con una cerrada ovación. El pollardo, después de agradecer tímidamente los aplausos, se quedó mirando fijamente al horno que estaba detrás del mostrador. Todos los clientes también dirigieron sus miradas al horno sin encontrar nada que llamara su atención. Era el mismo horno centenario de ladrillo refractario con forma de iglú de siempre, con la boca rectangular tapada con la puerta de chapa que se cerraba con un contrapeso, y al lado la gran rueda de hierro fundido, como el timón de un barco, que hacía girar el suelo del horno. Nadie de los presentes sabía qué era lo que miraba  el eximio hijo del panadero con tanta atención, hasta que éste comenzó a hablar dirigiéndose a su padre que también miraba al horno sin encontrar nada especial.  “Padre: siempre me he preguntado, comenzó diciendo el pollardo sin quitar la vista del horno, cómo pudieron meter este horno tan grande por esa puerta tan pequeña”. Se hizo un espeso e incómodo silencio paralizante entre los clientes y unos segundos después, cuando éstos volvieron en sí, pidieron su pan, lo pagaron dejando sobre el mostrador las monedas que ya llevaban preparadas en la mano, se dirigieron a la puerta y fueron desapareciendo uno tras otro tras la cortina de cordones de plástico rojo como tiras de regaliz.

Cuando acabó el máster, el pollardo se presentó a una oposición para ingresar como cuadro superior en una gran institución pública que supervisa la marcha de la economía en el país. Se puso la bata y las pantuflas y encerrado en su cuarto como un cartujo durante doce horas al día se fue calzando, engulliendo como una oca, un temario formado por siete libros como siete albardas. Sacó, como no podía ser de otra manera, el número uno. Un par de años después quedó libre la plaza del segundo de a bordo en la institución y también la ganó. Y poco después el rey, a propuesta del gobierno, le nombró máximo responsable de la entidad supervisora.

Sus padres, ya jubilados, no cabían en sí de gozo por la meteórica carrera de su hijo, aunque éste apenas los visitaba ni casi les llamaba debido a que la alta representación que ostentaba le obligaba a estar siempre preparando y supervisando informes y viajando, sobre todo a Fráncfort, donde asistía a reuniones periódicas con sus homólogos europeos. El pollardo seguía ejerciendo como tal, entregado totalmente a su trabajo sin interesarse por otros temas que podrían haberle llevado a adquirir algún ápice de sensibilidad social. Pero lo suyo, ya se ha dicho, era la economía, los fríos números. Si hubiera leído por ejemplo el libro “Piloto de guerra” del gran Antoine de Saint – exupéry, se habría enterado de que “la pura lógica es la ruina del espíritu”. Pero era un pollardo, no un humanista ni nada parecido, y no había nada que le interesara que no fuera su trabajo, ni leía otra cosa que libros de economía, ni se le conocían aficiones ni vida social alguna. Se dedicaba en cuerpo y alma a la dirección de la entidad, sin horarios ni calendarios, incluso en vacaciones se llevaba a su apartamento de la playa gruesos informes de media arroba de papel que estudiaba sin descanso para  después emitir su implacable dictamen.

Para él, como para todos los de su especie, solo había un objetivo, y éste no era otro que hacer que la economía del país funcionara con la lógica de siempre. Y ésta no era otra que ser fuerte e inflexible con el débil y débil, comprensivo y condescendiente con el fuerte. Ese era el orden natural de las cosas y cualquier alteración de ese orden llevaba inevitablemente al conflicto. Y eso era lo peor que podía pasar porque el dinero es miedoso por naturaleza y necesita seguridad y estabilidad. Y esa estabilidad y seguridad la garantizaba su organismo, que para eso estaba.

Un día, en una visita relámpago a sus padres, después de comer, su padre le confesó que le habían dolido mucho sus últimas declaraciones a la prensa en el sentido de que no solo no recomendaba subir el salario mínimo sino que había que seguir “desarrollando y profundizando” la reforma laboral, es decir apretando todavía más las tuercas a los trabajadores haciéndoles cargar con todo el peso de la crisis. El hijo, con una sonrisa indulgente, contestó que no había otro camino. Y el padre decía que había que buscarlo, que ése el verdadero trabajo de las instituciones públicas: luchar contra la desigualdad y repartir  el peso de la crisis entre todos para que no la paguen siempre los mismos. A lo que el hijo replicó que él no era quién para cambiar esta ley natural que dice que los trabajadores son los que  deben pagar esta crisis, los mismos, quién si no,  que han pagado todas las crisis, todos los platos rotos, todas las resacas de las grandes fiestas financieras. El padre, que hablaba a diario con los clientes de su panadería, le pidió por favor que no le avergonzara delante de ellos, y que en alguno de sus artículos y o en alguna entrevista en los medios de comunicación mostrara alguna sensibilidad ante los problemas de los trabajadores y trabajadoras, ante su creciente pobreza y su dramática pérdida de derechos. Pero el hijo,  pollardo al fin y al cabo, decía que tenía que mostrarse  insensible, cualquier otra postura podría interpretarse como un signo de debilidad, de duda y vacilación. Y eso era algo que no podía permitirse. Su trabajo consistía en mostrar firmeza y determinación afirmando que para la buena marcha de la economía no quedaba otro camino que congelar el salario mínimo y profundizar en la reforma laboral.

El padre, que sí tenía conciencia social, se puso muy triste al ver que su hijo no había cambiado ni cambiaría nunca, que seguiría siendo el mismo ser frío, mohíno, anodino, impasible, insensible e indiferente de siempre. El auténtico y genuino pollardo ibérico que ni siente ni padece, simplemente actúa como un instrumento, una útil e imprescindible herramienta, del poder.

¿No te da apuro decir que subir el salario mínimo de 900 a 950 euros perjudicaría seriamente a la recuperación económica mientras tú te llevas 14. 700 euros al mes? ¿acaso no sabes que esos 950 euros de salario mínimo no llegan ni para alquilar un modesto apartamento de un solo dormitorio en Madrid? ¿ y una vez pagado el techo, con qué dinero se compra el pan? ¿Quieres ver a los trabajadores convertidos  en artistas del hambre, como el personaje de Frank Kafka?. No puedes, siguió diciendo el padre, oponerte a que se limite el precio del alquiler y al mismo tiempo no subir el salario mínimo, y además pedir que se alargue la edad de jubilación y que no se ligue la subida del IPC a las pensiones. No puedes hacer eso sin más, tienes que ofrecer algo, alguna compensación a cambio de tanto sacrificio. Si pensaras un poco te darías cuenta que eso que planteas no es de personas decentes. 

Al principio, tu madre y yo nos alegramos mucho por tu nombramiento para un puesto tan importante, pero la cosa no consiste solo en llegar. Además de llegar hay que hacer algo por los que menos tienen, por la gente de a pie, ésos son los que necesitan ayuda y apoyo por parte de las instituciones públicas a las que mantienen con sus impuestos y cotizaciones. Porque como bien sabes, los asalariados cotizan en proporción, mucho más que los ricos. Unos ricos que no necesitan tanto apoyo y ayuda porque ya tienen la sartén por el mango. El poder sabe cuidarse muy bien a sí mismo y no necesitan que gente como tú les ayude, aunque les viene muy bien tenerte siempre en su bando para servirles y protegerles. ¿Acaso ya  estás pensando en alguna puerta giratoria como pago a tus servicios?. Espero que no se te ocurra algo así, bastante vergüenza estoy pasando ya.  El padre no espera la respuesta del hijo que ya no le escucha porque está ensimismado mirando el móvil. Así hace con los que van a verle a su despacho, llega un momento en que ya no les escucha,  y eso significa que el tiempo que tenía asignado para él, ha acabado.

Su padre le mira pensando que su problema no es que sea malo, es peor que eso. Es, como se ha dicho antes, un ser carente de la más elemental empatía, un ser insensible, indiferente, totalmente ajeno al mundo, a la realidad en la que vive la inmensa mayoría de la gente. No, no es que sea malo, es mucho peor, es un ser que  que no piensa en los demás ni se pone jamás en su lugar, que lo suyo son las cuentas y nada más. Y las cuentas dicen que  aumentar los salarios y mantener los derechos de los  trabajadores son un lastre para la recuperación económica y se acabó. Y que los jubilados también son a sus ojos un gasto, y solo eso. Y está convencido que reduciendo esos gastos la economía no tiene más remedio que crecer. Eso sí, a costa de ellos, de su bienestar, esa es la verdad, pero lo importante es el fin que se persigue y eso lo justifica todo.

El padre quiere convencerse de que su hijo puede cambiar de actitud, llevaría muy mal sobre su conciencia la responsabilidad de haber traído al mundo un pollardo de la categoría de su hijo, un catorce puntas medalla de oro, una persona que no hace otra cosa que mostrar un total y absoluto desprecio por la ruina que se le viene encima a esos trabajadores y trabajadoras ya empobrecidos por décadas de gobiernos “apollardados” que han cargado sobre sus espaldas todas las crisis, todos los platos rotos de las grandes burbujas creadas para el enriquecimiento rápido de unos pocos que después hacen estallar, lo que trae aparejada  una galopante crisis, la enésima crisis en la que ahora estamos metidos hasta las orejas. Su hijo al que tanto ponía por las nubes, solo sabía  pedir sacrificios a los mismos, sin complejo alguno, sin la menor consideración ni compasión, sin un atisbo de humanidad y sensibilidad. Alguien tiene que pagar todas las cagadas de este sistema neoliberal. Además, ya están acostumbrados. Es su sino y si quieren seguir manteniendo a sus familias aunque sea a rastras y de mala manera,  no tienen más remedio que aceptar las condiciones impuestas por el poder económico y autorizadas,  ratificadas y legitimadas por  altos funcionarios públicos como él.

Al día siguiente, el hijo se fue y su padre le despidió al pie del coche oficial con una gran tristeza. Tan triste y dolido estaba que le deseó lo peor: “ojalá os extinguiérais mañana mismo tú y todos los que son como tú” dijo entre dientes mientras veía el coche alejarse calle arriba.

Pero lejos de estar en peligro de extinción, el pollardo ibérico goza actualmente de buena salud. Su población sigue aumentando en todas las provincias del Estado. La gente ya no les escucha, bastante tienen ya con lo que tienen. Y así se ahorran un más que seguro disgusto. Muchos están convencidos de que los pollardos son los únicos seres felices porque ni sienten ni padecen. No tienen remordimiento alguno ni saben los que es eso. No piensan en los demás como personas sino como números que cuadrar. Son como “Terminator” pero con el culo gordo y ocho dioptrías en cada ojo.  Pero lo peor no son ellos, los peores somos los que los sufrimos en silencio como las almorranas, sin una queja, como si fueran una catástrofe natural, algo inevitable como el pedrisco o la langosta, la inundación o la sequía.

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2 COMENTARIOS

  1. El «pollardo» del que usted habla es de un «pollardo» ibérico de derechas. Pero le recuerdo que también abunda por estos lares el pollardo, pollarda o pollarde, ibérico/a de izquierdas.

    Ese tipo de pollardo pollarda o pollarde, izquierdista se caracteriza por cree que el dinero se fabrica en una máquina y que solo hace falta mandar imprimir más. o se puede recaudar de forma ilimitada «haciendo que los ricos paguen más impuestoa» dos grandes novedosas y luminosas ideas del pollardo, pollarda o pollarde izquierdista para obtener dinero, dignas de varios premios nobeles de economía.

    Así, según el pollardo, pollarda o pollarde de izquierdas se pueden mantener las pensiones, dedicar más dinero a la sanidad, a la educación o subir los salarios base a 2000, 3000. ¿por qúe no? a 5000 euros sin ningún problema.

    Cuando estos pollardos, pollardas o pollardes llegan a gobernar y aplican sus «innovadoras» recetas económicas se producen fenómenos tan paranormales para ellos como el hundimiento de la economía un 4000% de inflación como el de Venezuela. País donde gobiernan los pollardes de izquierda.

    Por ultimo estos pollardos, pollardas y pollardes iquierdistas guardan en la manga la receta económica mágica; la expropiación y la intervención. Se interviene o se expropia y se estataliza la economía poniendo la riqueza al servicio del pueblo, y a los pollardas de izquierdas a dirigir las fábricas y la economía . Receta cuyos resultados dieron tan buenos resultados en la RDA, Rusia, Camboya, Polonia, Rumanía, Albania, etc, y los siguen dando en Cuba.

  2. Estimado Sr. Ortiz: no seré yo el que niegue la existencia del pollardo de izquierdas » pollus zurdus» pero su población es mucho más escasa, casi marginal, aquí el que nos está dando por culo, por usar un lenguaje técnico, de forma exclusiva es el pollardo que actúa a las órdenes del poder económico que actualmente maneja con total desahogo las riendas de la patria. Con todo respeto.

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