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“El hombre puede vivir con menos comida, menos ropa, incluso sin internet, pero nunca sin poesía”

La poeta Rosa García-Gasco publica ‘El dormitorio de las golondrinas’, una introspección sobre la necesidad de emprender el vuelo a toda costa para restañar las heridas que deja el paso del tiempo

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análisis

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Poeta, narradora, actriz, profesora de Griego y Latín. García-Gasco (Toledo, 1980) dice sentir todos los roles cada vez que va a ejecutar uno en particular. En su nuevo poemario El dormitorio de las golondrinas (La Consentida editorial, 2023), escribe sobre lo femenino y la necesidad de ser pájaro después de los rompimientos que deja un dolor. 

¿Por qué El dormitorio de las golondrinas? 

El dormitorio de las golondrinas quiere ser un recordatorio de que, a veces, cuatro paredes no bastan para encerrar a lo que quiere escapar a toda costa. Hay cosas (emociones, personas, historias, recuerdos, músicas) que, por más que traten de apresarse, van a salir volando en cuanto puedan. Parecerán quietas o resignadas, pero estarán dormidas y, entonces, no hablamos de prisión, sino de cuarto, de dormitorio, donde uno puede descansar hasta que llega el momento de la libertad, tenga ésta la forma que tenga y venga cuando venga. 

Si hablamos de una justificación del título, que haremos extensiva a la totalidad del poemario, la excusa nos la proporciona el relato mítico de la metamorfosis en pájaro de dos mujeres, dos hermanas, Procne y Filomela, tras una serie de sufrimientos indescriptibles causados por el marido de la primera, que incluyen una violación y un silencio forzado. Después de que se le arranque la lengua, a Filomela sólo le queda contar su desventura mediante imágenes, que va tejiendo en tapices con los que cubre su cuarto. Me imagino los poemas de El dormitorio de las golondrinas como esos tapices, construidos de hilos abigarrados en los que hay sitio para el dolor y el rencor más amargo, pero también para la añoranza y la ternura. Me imagino, también, que cuando todas las golondrinas despiertan de su sueño o de su pesadilla encuentran un resquicio por el que volverse libres y volar, aunque sea un instante, por la ventana o entre los barrotes que nos autoimponemos. 

¿Es un poemario con un tema unitario? 

Es difícil verlo como tal, aunque no me atrevo a pronunciarme de una manera tajante; creo que, si una obra artística es lo que tiene que ser, no puede ceñirse a una interpretación unívoca. Ni siquiera que venga del propio autor. Sí considero, en cambio, que la voz es unitaria. Y así es porque existen dos hilos conductores, dos elementos de unión fundamentales. El primero es lo femenino. Las hermanas del mito, que nos proporcionan la excusa del título, son paradigma del sufrimiento y del silencio, como muchas mujeres lo han sido a lo largo de la historia de la humanidad. Creo que todas hemos sentido, por pertenecer a este sexo, como si se nos cortase la lengua (al menos de modo metafórico). Como si nuestras opiniones u obras, por razones profundas, contaran menos, y no hablo necesariamente de macroestructuras, sino de ámbitos que pueden ser considerados menores, como la familia o la escuela. El segundo punto tiene que ver con el encierro. Hay poemas que hablan, como adelantábamos hace poco, de cárceles mentales, de dormitorios cerrados a cal y canto por las propias limitaciones o por el recuerdo de un sufrimiento que nos ancla a pasados estériles; pero también hay un hecho real motivante, que es el encierro físico. Así, hay varios poemas que surgen directamente del pesimismo o de la añoranza ligados al confinamiento iniciado en marzo de 2020. Pero, en definitiva, me gusta pensar que la unidad y la multiplicidad no están tan alejadas y que de un único núcleo surgen verdades infinitas e interconectadas. ¿Son tan diferentes la nostalgia, el rechazo, el anhelo de una idea, el enclaustramiento, la búsqueda desesperada de algo en lo que creer cuando todo se desmorona? Cada lector tendrá su interpretación al respecto, si con lo temático o lo estético he tenido la suerte de tocar de cerca algo universal… 

“Sin escucha y silencio no puede haber poesía”

¿Cómo surge la idea de este libro? 

Más que una idea germen, creo que prefiero hablar de una intención unificadora, en la línea de la interconexión de la que hablaba hace un momento. Y esto tiene que ver igualmente con el deseo de traspasar las fronteras de la expresión poética intimista sin más, de tender una cuerda o múltiples cuerdas a otras personas, a otras conciencias, en una evolución que he ido observando en mi manera de afrontar lo poético de unos años a esta parte, desde Memoranda hasta El dormitorio de las golondrinas. Como si en Memoranda sólo estuviera yo y ahora pudiera compartir sueños y anhelos con un millón de mujeres, de personas que están fuera, lejos de mí misma, y que, sin embargo, son similares a mí en la forma de sentir, de sufrir y de anhelar. 

¿Después de estar rota se aprende a ser pájaro? 

¡Ojalá! El mito de Procne y Filomela habla de la metamorfosis como de la única forma de escapar a una tortura indecible. Hay cosas que no pueden afrontarse con la mente humana y que necesitan, podría ser, de una pérdida de conciencia para que duelan menos. Sería demasiado prosaico hablar de ciertos comportamientos, estudiados por la psicología, en los que el individuo sale de sí mismo como mecanismo de defensa, en situaciones traumáticas. Pero creo que el mito habla de eso, también, y de la incapacidad para volver a la realidad cuando el impulso que nos ha llevado a esa pérdida de conciencia es demasiado fuerte. Me gustaría pensar que de la metamorfosis puede surgir la curación o, al menos, la aceptación. Que de estar rota también se sale. Que todas podemos volar, aunque sea con todo el dolor del mundo a cuestas. Repito: ojalá.    

¿Es la poesía un alivio para las heridas o más bien una forma de comprender qué hay más allá de las heridas? 

En mi caso, encuentro más alivio y más curación en la lectura de la poesía que en la creación. Hay un punto de partida, una herida, que es completamente real en los versos de El dormitorio de las golondrinas. Pero después, en la búsqueda de lo universal, deja de sangrar y de estar en carne viva para convertirse, paradójicamente, en algo que late más fuerte y que vuela alto (para seguir abusando de la metáfora ornitológica, ja ja ja…). O eso, insisto, es el objetivo. Si, entretanto, he paseado por un camino de autoconocimiento y llego a entender qué hay más allá de las heridas, bienvenido sea. Pero no podemos quedarnos en eso.   

“Me gustaría pensar que de la metamorfosis puede surgir la curación o, al menos, la aceptación. Que de estar rota también se sale”

Novelista, poeta, actriz, profesora. ¿Hay un hilo que integra todos tus roles? 

Creo que las etiquetas son limitantes, la mayor parte de las veces, al igual que cuando hablamos de ciencias y de letras como dos caminos separados. El segundo de ellos, por cierto, cada vez más denostado social y políticamente. Cuando me levanto para ir al instituto por la mañana no soy menos actriz, y cuando explico a mis alumnos una declinación, el arte minoico o el desciframiento del micénico no dejo de ser novelista (o cuentista o rapsodo, ¡hay que volver a la oralidad!). Y si hablo de la Edad Oscura de Grecia, época de grandes pérdidas materiales y germen de la épica homérica, sé y experimento con todos los sentidos de mi cuerpo que el hombre puede vivir con menos comida, con menos ropa, incluso sin internet, pero nunca sin poesía. ¡Nunca sin poesía! La pasión, probablemente. Las ganas de comerme el mundo entero, con mitos, músicas, métricas y escenarios o tarimas, todo incluido. Ése es el hilo que me cose de cabo a rabo.  

¿La sociedad está falta de poesía?

En general, tengo la sensación de que la sociedad tiene demasiada prisa para pararse a escuchar. No sólo lo de fuera, sino también lo que ocurre dentro de cada uno. Parece que tenemos miedo de quedarnos solos, de quitarnos los cascos, de cerrar las redes sociales y apagar las plataformas de streaming. Sin escucha estamos abocados a una onfaloscopia creciente, a la falta de conexión con todo, que se manifiesta en lo cotidiano (cuando empujamos o nos empujan al salir o entrar del metro, por ejemplo) y contagia a todos los ámbitos de la vida. La cortedad de miras y el “ande yo caliente…”, con la excusa de ganancias en términos económicos, no nos deja tiempo de nada más. Sin silencio, no hay música real, no hay ritmo, no hay contenido; sólo ruido, que nos lleva de cabeza al pensamiento único, como denuncia el poema Lo nuevonormal. Y, sin escucha y silencio, no sé si puede haber poesía, pero tal vez no merezca la pena.

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