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El gran pecado de Aguirre es no haber puesto el Goya a disposición de Patrimonio Nacional

La duquesa de Bornos se mete en otro gran escándalo a cuenta de la venta de un cuadro del maestro de Fuendetodos

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análisis

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De Roca, uno de los implicados en la operación Malaya, se llegó a decir que tenía un Miró colgado en el cuarto de baño; en las paredes del Museo del Prado hay cuatro obras pictóricas que en un tiempo pertenecieron al extesorero del PP, Luis Bárcenas; y ahora un nuevo escándalo salpica a un personaje insigne de ese partido, en este caso Esperanza Aguirre: la venta del Retrato de don Valentín Belvís de Moncada, de Francisco de Goya. A los prebostes del PP les encanta convertir sus lujosos palacetes en museos de arte universal para poder presumir cuando llegan las visitas. Un rasgo típico de nuevo rico.

Es España un país que no cuida como debiera su ingente patrimonio cultural. Aquí dejamos que los puentes y monasterios medievales se agrieten y se nos vengan abajo por el paso del tiempo; sepultamos bajo tierra las ruinas de otras épocas que van apareciendo con las obras del Metro; y malvendemos los cuadros de nuestros mejores pintores, que terminan colgados en el rascacielos de algún chino hortera en Singapur. El español no ama ni respeta su arte patrio, ese es uno de sus grandes vicios y un síntoma de su secular falta de cultura.

Ahora nos encontramos con una señora que es condesa y grande de España que en lugar de dar ejemplo y mirar por la conservación de nuestras obras maestras, de nuestro patrimonio, como debería hacer todo gobernante decente, se dedica a zascandilear por ahí con un Goya debajo del brazo, buscando comprador como quien busca colocar un coche de segunda mano con la ITV caducada. Así es nuestra nobleza: cutre, carroñera, falta de elegancia. A la aristocracia hispana se le llena la boca de patriotismo, pero de una forma o de otra siempre acaba esquilmando la riqueza del pueblo, la material y la otra, la cultural que es casi más importante y trascendental para el futuro de la nación.

Si un pueblo sin literatura es un pueblo mudo, como decía Miguel Delibes, un país que malvende a sus grandes pintores es un pueblo ciego. Y así es como pretenden dejarnos estos grandes de la nobleza: sordos como Goya, mudos y ciegos. También desnudos de nuestro riquísimo patrimonio cultural. En esta España de pandemias mortales y crisis galopantes todo se vende y todo se compra y cuando un conde o condesa va apurado de parné saca una obra maestra al Rastrillo del arte universal, lo enajena como si tal cosa y asunto arreglado.

Últimamente Espe Aguirre está en todas las salsas. No hace mucho fue imputada en la pieza de Púnica que investiga la financiación irregular del PP de Madrid, de modo que aún chapotean sus famosas ranas y batracios. Ahora Ignacio Escolar la ha pillado con el carrito del helado, o mejor dicho, la ha pillado su cuñado, que denuncia a la expresidenta de Madrid y a su marido, Fernando Ramírez de Haro, por estafa, fraude fiscal, blanqueo y apropiación indebida, entre otras minucias. Un feo asunto que está dando mucho que hablar en los convulsos madriles de precampaña de Isabel Díaz Ayuso, que seguramente tampoco sabe una palabra de pintura y piensa que un aguafuerte es darle cubatas de garrafón al pueblo, viva la libertad.

En cualquier caso, Aguirre ha tratado de defenderse con un buen ataque (no en vano es una fiel seguidora del manual trumpista que aconseja negarlo todo, aunque sea verdad) y en las últimas horas ha encontrado una buena cortina de humo para desviar la atención y que se hable de otra cosa: arrearle estopa a Pablo Casado, al que ha aconsejado que sea “humilde y flexible” y siga la estrategia política de IDA, que está dando la “batalla cultural a la izquierda sin complejos”.

Que Aguirre haga suya la batalla cultural de Vox resulta harto preocupante, ya que ese concepto significa antifeminismo, xenofobia y maquillaje de la dictadura franquista. Abascal y Monasterio, siendo elitistas como son, pasan mucho del arte como riqueza espiritual del pueblo, ellos son más de echarse al ruedo y darle un pase de pecho a una vaquilla. Si esa es la receta que Aguirre le propone a Casado, si le está diciendo que se ponga España por montera cuando lo que necesita este país es moderación y una derecha aseada y europea, apaga y vámonos. De alguna manera, la condesa le está afeando al presidente del PP que su búsqueda del centro no dé el resultado apetecido, mientras que su delfina, mucho más radical y ultra, va disparada en las encuestas. Ahí hay otra guerra en ciernes entre familias peperas antagónicas. 

Sin duda, todo el lío que montó Aguirre ayer no es más que una maniobra de despiste para que la prensa deje de hablar de su tráfico de goyas. Lo que le faltaba a la condesa de Bornos, que la tomen por una vulgar tratante de arte sin escrúpulos que se deshace de los óleos más valiosos como quien pone una aspiradora a la venta en Wallapop. Pese a todo, el gran delito de Aguirre, caso de haberlo (eso tendrá que decirlo la Justicia) no es la presunta estafa, sino haberle sacado unas perrillas al más grande de nuestros pintores y no haber puesto el cuadro a disposición de un museo para su conservación y disfrute de todos los españoles. Goya tiene que estar donde tiene que estar, en el Prado leñe, no dando tumbos por ahí, de mano en mano, como mercancía barata de nuevos ricos paletos que no saben ni quién fue el genio de Fuendetodos

Dicen los expertos que el maestro supo retratar como nadie al aristócrata español de su época, el semblante pálido y remilgado del pudiente, su atormentada vida interior, su alma, sus vicios y costumbres ocultas. Para Goya la pintura era un vehículo de instrucción moral, no un simple objeto estético. No sabemos cómo el gran cronista de la España decadente y de los desastres provocados por una dinastía degenerada hubiese retratado a esta condesa de Aguirre, gran símbolo del Madrid de las corruptelas y la depravación. Quizá como una maja inquietante y relajada en su chaise longue, en plan duquesa de Alba. En todo caso, alguien que da la sensación de que nunca le dice toda la verdad a su pueblo.

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