martes, 19marzo, 2024
17.5 C
Seville

El gran azul

José Antonio Vergara Parra
José Antonio Vergara Parra
Licenciado en Derecho por la Facultad de Murcia. He recibido específica y variada formación relacionada con los trabajos que he desarrollado a lo largo de los años.
- Publicidad -

análisis

- Publicidad -

Sólo hay algo peor que estar solo en soledad; sentirla en compañía.   Los aforismos y refranes acostumbran a sintetizar una aparente certeza con ocurrente estética, pero sólo son eso; elementales combinaciones de palabras para realidades por lo común inabarcables. Luego no encierran verdad sino conjeturas de quienes, sometidos a particularísimas circunstancias, perciben lo humano y lo divino de dispar manera.

Es curioso cómo cambian las prioridades en el transcurso de los años. La pérdida de fortaleza, los reveses y la sabiduría que otorgan las calendas tornan en meta muy cercana lo que antes era vacuo.

De ninguna manera volvería a atrás pues el sólo hecho de imaginarlo me produce un insondable cansancio. A medida que deambulamos por el bosque de la vida, sus ramas, quebradizas por el peso del tiempo, se precipitan dejando una panorámica diáfana.

Aunque les reverbere cuan solemne estupidez, sólo en las contrariedades aprendí. No me entiendan mal. No hablo de cálices amargos que prefiero soslayar sino de metas erróneas que conviene ignorar. No hay sueños unívocos sino bien distintos que cada uno de nosotros debe esclarecer. Hallados éstos, hemos de estrujarlos con pasión e inquebrantable perseverancia. El diablo, créanme que existe, acechará en cada esquina y, con suma paciencia, aguardará un instante de debilidad para derribarnos y colonizarnos.

La realidad me parece tan prosaica, tan mezquina, que necesito alejarme de ella sine die, para refugiarme, mientras pueda, en lo imaginable. Si hundimos nuestras manos en el lodo, su hedor podría atravesarnos la dermis. Todos, a todas horas, hablan, hablamos, de lo que está mal y, mientras sucumbimos al pesimismo, ofrecemos un mundo triste y obscuro. Obscuridad que sólo empeora las cosas pues el ánimo de las gentes decae y con él la esperanza en un mundo más humano.

Habría de inventarse el telediario de las cosas buenas, donde únicamente lo mejor de nosotros emergiera como un iceberg desafiante. La maldad, como la zafiedad, gozan de excesivo protagonismo. A cada instante, suceden hechos maravillosos que debieran ser oreados a los cuatros vientos; no para gloria de protagonistas pero sí para aliento de todos.

La sepsis moral y ética de este mundo parece irreversible. Un mundo donde miles de angelitos mueren de inanición y enfermedades menores en cada ínfimo y macabro lapso de tiempo. Una sociedad donde se mercadea con armas, drogas, órganos y personas. Un mundo donde millones de mujeres y niños son sistemáticamente prostituidos, sodomizados o violados, despojando a estas criaturas de Dios de su divinidad y grandeza para reducirlos a carnaza para escualos.

Supongo que no todos estamos llamados a ser ángeles, que los hay. La inmensa mayoría, entre quienes me hallo, apenas podemos con lo doméstico y más cercano. Que no es empresa menor pues si todos hiciésemos lo que se espera de nosotros, los ángeles tendrían menos trabajo.

Hay algo que sí podríamos no hacer: el ridículo. Un ridículo espantoso y hasta punible. Mientras millones de seres humanos visten de harapos, modelos anoréxicos se contonean con trapíos que casi nadie usará, por prohibitivos y grotescos. Mientras millones de semejantes mueren de hambre, aquí, en esto que pretenciosamente llamamos el primer mundo, vamos de dieta en dieta y tiro porque me toca. Allí, bien lejos, donde no hay petróleo ni nada que esquilmar, soldaditos imberbes portan armas de verdad, con balas de verdad, que matan de verdad; por gentileza de algún hijo de Belcebú, de los de verdad.

Por aquellas tierras olvidadas por el mismo Dios, los niños caminan grandes trechos para conseguir agua o para ir a una escuela o algo parecido, donde la hubiere. Acá, donde la ilustración retuvo la luz y liberó el esnobismo, andamos locos entre ratios vulneradas y graduaciones y postureos de parvulitos y papaítos.

Allá no viajan; huyen de la guerra, la miseria o de limpiezas étnicas. Acá tampoco viajamos; no crean. Competimos para ver quién la tiene más grande; la cámara maxipixelada del celular, digo. Para regocijo propio y amargura de envidiosos. La felicidad ha dejado de ser un sentimiento íntimo para convertirse en un derroche de exhibicionismo narcisista.

Allá la gente se muere por carecer de las medicinas más elementales; acá, atesoramos verdaderas boticas caseras como si no hubiese un mañana aunque la caducidad de los principios activos acaba por desvelar nuestra solemne estupidez.

Me debo estar haciendo mayor porque lloro con facilidad y excepto un puñado de pequeñas cosas, lo demás me suscita displicencia. Lloro de tristeza pero también de rabia por el dolor ajeno. Lloro por nuestra indiferencia y egoísmo. Lloro por la indolencia de un mundo frívolo y por las dolencias de los hijos de un dios menor.

Anoche, sin ir más lejos, mientras mis pies eran bautizados por un río cuyas aguas jamás serán las mismas, andaba yo recostado junto a mi compañera del alma. La noche era clara y las estrellas estaban encendidas. Tres hijos tenemos y tres fueron las lágrimas celestiales que, fugazmente, se cruzaron ante nosotros. Y tres fueron los deseos que formulé en silencio. Me guardo dos para mí mas les confesaré el primero entre todos. Que el fulgor de las estrellas a todos alcance y nuestros espíritus sean bendecidos por las olas del Mar Antiguo.

La cuestión es si, mientras esperamos el resarcimiento de un  Cielo incierto, hacemos algo por aquí abajo. Porque la lírica queda bonita para el saciado pero no llega al famélico. Muchas insurrecciones ha conocido el hombre pero la verdadera  revolución está por llegar.

- Publicidad -
- Publicidad -

Relacionadas

- Publicidad -
- Publicidad -

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre

- Publicidad -
- Publicidad -
- Publicidad -
- Publicidad -

últimos artículos

- Publicidad -
- Publicidad -

lo + leído

- Publicidad -

lo + leído