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El Gobierno está más fuerte de lo que parece, la derecha sigue desnortada y acomplejada por Vox

Pedro Sánchez se muestra satisfecho con el primer año de coalición y pide a Unidas Podemos bajar el "nivel de decibelios"

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análisis

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El Gobierno de coalición goza de una mala salud de hierro. Si no ha reventado ya por los cuatro costados, tras meses de riñas y grescas, es que tiene cuerda para rato, mal que le pese a Pablo Casado. El jefe de la oposición le pidió ayer a Pedro Sánchez, desde la tribuna de las Cortes, que rompa ya con los morados radicales y separatistas. Obviamente, el presidente de la nación es un hombre con sentido común y no va a tirarse por un barranco ni a suicidarse políticamente, tal como le pide el ingenuo líder del PP, ya que expulsar a Podemos del Gobierno sería tanto como romper el propio Gobierno. Y Sánchez podrá ser socialista pero no es tonto.

Ayer mismo, el jefe del Ejecutivo invitó a sus socios de coalición a “bajar los decibelios” para poder afrontar las diferencias que tienen abiertas en múltiples frentes (Ley Trans, Ley de la Vivienda, Ley de Libertad de Expresión). Es decir, Sánchez está muy lejos de darle pasaporte a Pablo Iglesias y a su gente. Es obvio que, salvo descalabro mayúsculo (en esta vida no se puede estar seguro de nada), el Gobierno tiene cuerda para rato y está pensando en agotar los tres años restantes de Legislatura. Sin duda, es lo mejor que puede ocurrirle a la izquierda española. Más vale unidos, aunque sea a regañadientes y tirándose los trastos a la cabeza, que cada cual por separado y haciendo la guerra por su cuenta, ya que eso sería tanto como darle vía libre a la ultraderecha. Siempre antes un mal Gobierno que un desgobierno o una tiranía neofranquista, que es lo que nos prometen los muchachos escuadristas de Vox.

De la tensa jornada parlamentaria de ayer sacamos en claro que PSOE y Unidas Podemos tienen voluntad de seguir juntos, por mucho que Pablo Echenique escenificara en el hemiciclo una especie de ultimátum: “Con la Ley de Vivienda no solo nos jugamos el futuro del Gobierno de coalición, sino el futuro del país”, advirtió el portavoz podemita al jefe del gabinete. Lo cual no significa que las desavenencias, discrepancias y disentimientos vayan a resolverse a partir de ahora de puertas para adentro, en privado, en la lavandería interna de los trapos sucios. Ambos partidos en el poder están tan condenados a seguir juntos como a vivir en una jaula de grillos permanente (para desgracia de los españoles, que tienen que soportar las zapatiestas diarias del Dúo Pimpinela). Ese el principal riesgo que corre el Gobierno de coalición: que el pueblo se canse del follón permanente, que el cansancio cunda en el personal y mande a paseo a unos y a otros. Sería la derrota de la izquierda no por desgaste del poder o fracaso programático, sino por hastío y hartazgo.

Pero ese momento no parece estar cercano. La pandemia empieza a estar controlada, la campaña de vacunación coge velocidad de crucero y acaban de caer otros 11.000 millones de euros en ayudas a la hostelería, turismo y pymes (que es tanto como socorrer a cientos de miles de familias que viven del pequeño negocio). Todo ello ayudará a que el país desarrolle la paciencia infinita que necesita. El pan mitiga el hambre y hace más llevaderos los vicios de los políticos. De modo que todos en el Consejo de Ministros, socialistas y morados, tienen claro cuál es la obligación, el deber y la responsabilidad a la que deben hacer frente: trabajar por la estabilidad del país; fortalecer el bloque de fuerzas progresistas; cumplir la función de último bastión de la socialdemocracia frente a los ultraderechistas.

Las bajas pasiones suelen vencer a la razón, pero este Gobierno está aprendiendo a convivir con las miserias del otro en un curioso fenómeno de simbiosis política. Santiago Abascal, que una vez más no sabe leer el momento histórico-político, ha anunciado una nueva moción de censura, un nuevo fracaso habría que decir. A estas alturas hasta sus votantes más fieles empiezan a preguntarse a qué demonios juega este tío con sus mociones kamikazes que no van a ninguna parte y que no hacen más que darle aire y resistencia a los socialcomunistas, mientras la derecha se desangra cada día un poco más. Abascal es que sabe mucho de montar a caballo y de montar pollos (mayormente el franquista) contra los indepes de Cataluña, pero de estrategia política anda más bien pelado. El líder ultra tiene menos olfato para este negocio que ese convaleciente de coronavirus que no puede distinguir el azúcar de la sal. Sabrá mucho de pegar tiros a los pobres corzos, pero la pieza grande, el macho alfa sanchista, siempre se le acaba escapando de las monterías parlamentarias. Si Vox va para arriba es por pura inercia de la indignación popular, por el suflé de la rabia que surge espontáneamente en momentos de crisis. Un éxito efímero a pesar de Abascal.

En realidad, si dejamos al margen las reyertas ideológicas que siempre han estado presentes en las dos grandes familias de la izquierda española (y seguirán estándolo por mucho tiempo) no le va tan mal al Gobierno de coalición. Tezanos le da un valioso colchón de puntos sobre el PP de Casado, que pierde fuelle; Europa da crédito a las políticas españolas de gasto público (más una inyección de 140.000 millones en ayudas); las elecciones catalanas han sido todo un éxito y empieza a verse algo de luz al final del túnel de la pandemia. No es como para estar ansioso por el futuro inmediato. A poco que Sánchez e Iglesias vayan cogiendo experiencia con sus broncas domésticas, el experimento de coalición seguirá teniendo recorrido. Ya son como ese matrimonio mal avenido que no se aguanta pero sigue por el bien de los hijos. Los hijos, por supuesto, son todos esos españoles que sienten pánico a quedarse huérfanos con un padre putativo o estricto tutor que quiere coger las riendas de la familia. Ese hombre con barba y ademanes autoritarios que mete miedo cuando llega a casa por la noche.

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