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El futuro es de las personas

Francisco Javier López Martín
Francisco Javier López Martín
Licenciado en Geografía e Historia. Maestro en la enseñanza pública. Ha sido Secretario General de CCOO de Madrid entre 2000 y 2013 y Secretario de Formación de la Confederación de CCOO. Como escritor ha ganado más de 15 premios literarios y ha publicado el libro El Madrid del Primero de Mayo, el poemario La Tierra de los Nadie y recientemente Cuentos en la Tierra de los Nadie. Articulista habitual en diversos medios de comunicación.
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análisis

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La llegada de la pandemia ha traído, paradójicamente, un pequeño respiro en la agresión que los anarco-capitalistas, libertaristas, ultraliberales y ultraconservadores redivivos (cada día me es más difícil diferenciarlos y entender sus variantes, derivadas, trasversales y cepas mutantes) protagonizan siempre contra lo público y muy particularmente contra el sistema de protección a las personas.

Tal vez la cantidad de personas muertas en las residencias, abandonadas a su suerte, siguiendo, al parecer, instrucciones de los responsables de gobiernos como el madrileño de no ser trasladados a los hospitales, ha hecho que los enemigos de lo público, hayan dejado para momentos menos sensibles y dolorosos volver a plantear cosas como que el gasto en pensiones es insostenible y que hay que dejar esos miles de millones de euros ahorrados por los trabajadores y trabajadoras en manos de aseguradoras y fondos buitres.

A fin de cuentas deben echarse las cuentas de que ya ganaron la guerra de la crisis global iniciada en 2008 y no tienen por qué perder este conflicto desencadenado por la pandemia mundial. Aunque vaya usted a saber, no tendría por qué ser necesariamente así si somos capaces de entender que las sociedades serán justas, equilibradas y sostenibles, o no serán sociedades.

Claro que, para ello, hay que entender que hay que poner en marcha medidas que permitan que quienes más tienen aporten más recursos para la financiación de las necesidades públicas, aunque para ello haya que acordar reformas tributarias que hagan posible reforzar la protección por desempleo, establecer programas de rentas mínimas, básicas, ciudadanas, al menos para quienes carecen de recursos, o estimular la actividad económica y la creación de empleo.

Somos un país que, pese a pertenecer a la Unión Europea, uno de esos pocos espacios cohesionados del planeta, cuenta con 12 millones de personas en situación de pobreza, o en los límites de la misma. El deterioro de las condiciones de vida y trabajo ha llevado al desempleo, a la precariedad, a peores condiciones de salud, al deterioro de sus rentas y el debilitamiento de los sistemas de protección social.

Madrid es un claro ejemplo de estas situaciones. Es comunidad muy rica dentro de España, pero también una Región donde las desigualdades y diferencias entre el 20% más rico y el 20% más pobre son mayores. Una situación que hace que la distancia entre el barrio más rico y más pobre sea 8´4 veces superior en sus rentas medias.

Los años de gobierno de la derecha al frente de los recortes presupuestarios han supuesto la aceptación de una lógica injusta de aceptación de las leyes del mercado, cuando esos mercaderes, conchabados, obscenamente confabulados, han demostrado su ineficacia y su ineficiencia para asignar los recursos de forma equilibrada, sin generar aún mayores desigualdades.

Venimos de años que han demostrado que el desempleo se resiste a bajar de forma significativa y, cuando lo hace, es para dejar un rastro insufrible de temporalidad y precariedad en los trabajos y en las vidas de millones de personas. Años de condena de las mujeres a contrataciones a tiempo parcial y brechas salariales, o de los jóvenes a altas tasas de paro y nuevos tipos de empleos mal pagados, precarios, de usar y tirar.

Si algo nos ha enseñado este año largo de pandemia, aún no bien resuelta, es que el mundo no es como nos lo habían contado. Que quienes vivimos en cualquier país de esta tierra tenemos que aportar nuestros recursos para el bienestar general en función de nuestra riqueza.

Que no podemos seguir compitiendo país contra país, pueblo contra pueblo, persona contra persona, humanos contra la naturaleza, ni dedicar nuestras vidas, el trabajo de cada día, el esfuerzo de nuestras empresas, a ganar dinero a costa de degradar los servicios públicos, debilitar la igualdad, aceptar la injusticia como algo normal y cotidiano. Es tiempo de cambios, de transformaciones, de aprender no una nueva normalidad, sino una nueva forma de vivir, una nueva forma de entender y practicar la política al servicio del pueblo, del bienestar de las personas. Ese es el futuro que está en juego.

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