El PSOE es, desde hace ya más tiempo del que se debe recordar, una organización centrífuga. No es una pérdida que se ciña exclusivamente a los votantes, pues con la misma virulencia viene expulsando a militantes y simpatizantes.

En estos tiempos políticos de cambios constantes la fidelidad del voto es casi una referencia de análisis del pasado. Quedan todavía, pero van camino de ser residuales frente a una mayor movilidad del voto promovida en buena medida por las nuevas fuerzas pero sobre todo por la desafección a las tradicionales.

Por eso perder votos no es ahora una buena medida para conocer el estado de salud de una organización. Sí, es orientativo, pero no define como lo hacía antes o al menos hay variables que permiten precisar la exactitud con la que una fluctuación electoral está dañando al partido.

Muchos aseguran que el PSOE está mal por la pérdida de votantes y analizan con buen ojo que la solución a eso es volver a reconectar con sectores clave de la sociedad donde el partido ha perdido su espacio de referencia. Ignacio Urquizu lo ha llamado literalmente «conexión con sectores representativos de los valores de progreso», señalando que entre las clases medias y medias-altas el PSOE se sitúa ahora en tercera o cuarta posición.

Estadísticamente es cierto, no se puede negar de dónde ha perdido especialmente sus votantes el partido socialista, pero sociológicamente hay más elementos relevantes que se suman a haber dejado de ser un partido referente de las clases sociales que definen la política (lo que supone asumir que la izquierda depende de las clases dominantes mientras pide un voto supuestamente basado en las clases dominadas).

Es decir, si el problema del PSOE fuera exclusivamente que no confían en el las clases pudientes del país no se comprendería por qué entonces no logra tener públicamente un discurso de izquierdas y por el contrario es precisamente asociado a servir a esos intereses frente a los de los trabajadores.

Tampoco explicaría la cantidad de bajas de militantes que soportan sus filas desde hace años.

Es precisamente este elemento, la bajada de la afiliación, donde puede estar la clave. Obviamente hace falta algo más fuerte y relevante que perder elecciones y la confianza de las clases «altas» para que un partido centenario de izquierdas sufra un goteo constante de bajas.

Un militante socialista no se va en masa por eso, pero hasta ahora no se ha querido hacer ese análisis. Cientos de páginas para saber el motivo y cómo recuperar votantes, pero escasas líneas sobre el síntoma que representa una bajada de afiliación.

Cuando una organización pierde afiliados se debe a una falta de representación orgánica, a una falta de cercanía con la propia institución o una desafección completa hacia la estructura, a la que considera contraria a los ideales.

Un claro ejemplo es la Iglesia católica. Menos vocaciones y menos fíeles año tras año que entendemos cuando se nos dice alguien creyente que tiene Fe pero no a través de la Iglesia, que prefiere vivir una vida católica sin depender de una institución que siente lejana y con intereses que no entiende ni comparte.

El PSOE vive una situación muy parecida. ¿Cómo va a reconectar con sus votantes si quienes militan se dan de baja lo hacen porque no creen que ese partido tenga como objetivo real o prioritario hacer esa reconexión?

Los militantes que se marchan del PSOE lo hacen tras haber tomado una de las decisiones más difíciles de su vida, sabiendo que dejan atrás años entregados a un partido político. Así que cada baja es de máxima relevancia, aunque hasta ahora se viene tratando como un detalle sin importancia.

El militante se va porque no siente que sus ideales pueden estar representados en esa estructura, no porque haya perdido la confianza de las clases medias. El militante se va porque descubre que esa organización no persigue un cambio, una alternativa, sino una convivencia aprovechada del sistema imperante.

Por eso el PSOE no está carente de un liderazgo, no depende de una abstención o una gestora. Al PSOE le falta volver a servir para algo, volver a ser una herramienta útil en política. Eso solo pasa por una reforma completa organiza que quede en manos de la militancia para reorientar su brújula.

No se trata ya de que los más acomodados vean al PSOE con interés, se trata de que quienes están dentro sepan que ese partido busca una alternativa (la que sea) y no una mera supervivencia de sus propios órganos y direcciones.

Si la gente siente que sirve a unas ideas no se da de baja, por mucho que le dejen de votar. Solo se irá si siente que sus ideas -en este caso las socialistas- no están representadas en la organización en la que milita.

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