Vox

De celebrarse hoy las elecciones, Vox también irrumpiría con fuerza en la Comunidad Valenciana, como ya sucedió en Andalucía en las pasadas elecciones autonómicas, cuando el partido de Santiago Abascal logró cosechar un resultado espectacular. Desde hace más de dos décadas, la sociedad valenciana se ha ido transformando, virando hacia posiciones políticas conservadoras hábilmente capitalizadas por el PP. En los próximos comicios del 28A, esta dinámica reaccionaria podría acentuarse todavía más con la entrada en el escenario político de la formación verde ultraderechista.

Tras la desaparición de la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, la gran dueña y señora del municipalismo valenciano, Isabel Bonig ha tratado de retomar su relevo y reconstruir un partido asolado por numerosos casos de corrupción. Los últimos sondeos vaticinan que la nueva líder del PPCV perdería un buen puñado de escaños (entre 12 y 13), pero estaría en disposición de ser presidenta de la Generalitat Valenciana si finalmente lograra alcanzar un acuerdo con Ciudadanos y Vox, una especie de “trifachito” a la levantina. La última encuesta realizada por la consultora SyM Consulting para Valencia Plaza confirmaría esta posibilidad.

Según este sondeo demoscópico, el PP valenciano pasaría de los 31 escaños de 2015 a la horquilla de 23-24. Vox irrumpiría con fuerza con un 13% de los votos y entre 14 y 15 diputados. Una acometida que incluso le colocaría por delante de Ciudadanos, que sufriría un estancamiento con el 12,7% de los votos y entre 12 y 15 escaños. El peor escenario para la formación de Albert Rivera está servido, mientras los ultras de Vox alcanzarían un resultado que ni en sus mejores sueños hubiesen imaginado.

Por su parte, el Partido Socialista del País Valenciano, con el presidente Ximo Puig a la cabeza, igualaría los resultados de 2015. Un apoyo del 20,6% del electorado para lograr los mismos 23 escaños de que dispone en la actualidad. En situación parecida quedaría Compromís, el partido de Mónica Oltra, con un 19,8% del respaldo y un escaño más del que posee ahora (entre 19 y 20). La marca regional de Podemos bajaría de los 13 a los 5 diputados. De esta manera, los valencianos avalarían la gestión del tripartit durante los últimos años, una coalición exitosa que ha conseguido reducir el déficit de las arcas públicas de la Comunitat, frenar la corrupción sistémica e impulsar ambiciosas políticas sociales. Sin embargo, no sería suficiente para detener el vigoroso avance de las derechas, espoleadas por la emergencia de los ultras de Abascal.

Pero más allá de la reconfiguración del mapa político valenciano, una pregunta planea con fuerza tras los últimos sondeos: ¿de dónde han salido los votos de Vox en Valencia? Sin duda, del desgaste brutal que ha sufrido el PP en los años de la corrupción. Caso Gurtel; caso Erial; caso Terra Mítica; caso Trajes; caso Fitur; caso Financiación; caso visita del Papa; caso Fórmula 1; caso Brugal; caso Emarsa; caso Imelsa; caso Fuego; caso Pitufeo; caso Nóos; caso Carlos Fabra; caso Cooperación; y caso IVAM, entre otros, son demasiados escándalos políticos, y ni siquiera el PP, un partido fuerte que contaba con mayoría absoluta hasta hace bien poco puede soportar tal nivel de desgaste.

Con total probabilidad, muchos votantes populares furiosos con lo que ha ocurrido decidirán apostar en las próximas elecciones autonómicas del 28A (recuérdese que coinciden con las generales) por un nuevo partido. Unos, los más moderados y centristas, se irán a Ciudadanos. Otros, los más duros y desencantados con la mano blanda de Rajoy contra los independentistas catalanes (que en la Comunidad Valenciana llevan a cabo una agitada actividad) buscarán nuevas expectativas de futuro en Vox.

Conviene no olvidar que la Comunitat es un territorio fronterizo con Cataluña cuya lengua autóctona es el valenciano, una variedad del catalán con sus peculiaridades, tal como han sentenciado ya los expertos en lingüística y numerosos estudios científicos avalados por la Universidad. A nivel académico la condición del valenciano como dialecto del catalán está ampliamente demostrada, según un dictamen de la Academia Valenciana de la Lengua (organismo oficial encargado desde 2001 de elaborar las normas ortográficas y gramaticales). Sin embargo, en su fuero interno la derecha sigue sin aceptar que su lengua sea una variedad del catalán y defiende la esencialidad identitaria e histórica del valenciano.

Tras décadas de democracia, la batalla del idioma sigue latente en Valencia, pero se ha agudizado con los últimos gobiernos del PP y después del estallido del ‘procés’. Pese a que en las escuelas el valenciano es obligatorio para los alumnos desde edades tempranas, partidos y asociaciones cívicas y culturales proindependentistas y también amplios sectores de la Universidad han agitado la guerra de la lengua como forma de reivindicación frente al Estado español. Aquellos votantes del PP que se sientan amenazados por la expansión catalanista –ante la tibieza del partido de Isabel Bonig– podrían dar el paso a Vox. Y no son pocos.

Pero no solo la lengua es un factor de desestabilización y radicalización política que podría beneficiar a la formación extremista de Abascal. También la bandera. Hoy el bloque independentista valenciano ha asumido como propia la ‘estelada’ catalana y no admite la bandera oficial reconocida por el Estatut de Autonomía y la Constitución del 78: la conocida como ‘real senyera’, ‘senyera coronada’ o ‘senyera con la franja azul’. Los soberanistas valencianos tildan despectivamente de blaveros (por la franja blava, azul) o españolistas a todo aquel que exhibe la senyera, de tal forma que a la guerra de la lengua se suma la guerra de las banderas, también soterrada desde hace años en tierras levantinas.

En las tres provincias (Valencia, Alicante y Castellón) el soberanismo catalanista dispone de infraestructura de partido (Esquerra Republicana de Cataluña y otros están muy activos desde el referéndum del 1-O) y de una nada desdeñable masa social que simpatiza con sus ideas y que sueña con poder hacer realidad algún día la vieja ensoñación de los Països Catalans, que supondría la secesión del territorio valenciano de España y su anexión a Cataluña. Como es de suponer, miles de votantes de derechas, hasta ahora del PP, ven con horror esa posibilidad y ansían la llegada de un partido ultra decidido a cortar de raíz las pretensiones separatistas en tierras valencianas. Sin duda, el conflicto de la bandera es otro argumento con mucho tirón que puede dar no pocos réditos electorales a Vox.

Y finalmente conviene no olvidar que la Comunidad Valenciana, junto con Madrid, siempre ha sido un tradicional reducto de la extrema derecha española. Partidos como España 2000 o Falange han contado con un puñado de militantes permanentemente movilizados que han conseguido sacar a varios miles de manifestantes a la calle cada fecha señalada, como el Día de la Hispanidad o el 20N, conmemoración de la muerte de Franco. Los nostálgicos del fascismo valenciano han mantenido en democracia cierta estructura de partido y financiación suficiente como para llevar a cabo actividades electorales y de propaganda.

Así, el pasado mes de noviembre los ultras consiguieron que un teatro de Valencia cancelara el espectáculo del humorista Dani Mateo. Por lo visto, a los neonazis valencianos no les gustó el gag sobre la momia del dictador que el cómico protagonizó junto al Gran Wyoming en El Intermedio de La Sexta. Esa extrema derecha que hasta ahora se había visto arrinconada y reducida a la categoría de grupúsculo residual puede haber despertado con fuerza para sumarse al proyecto de Vox. Un caudal que, bien gestionado, podría catapultar a Santiago Abascal a un éxito en las urnas que ni los más afectos a su añorado franquismo pudieron llegar a imaginar.

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