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El faro del Capitán

El bicentenario del nacimiento de Walt Whitman sirve para revisitar y constatar la plena vigencia de ‘Hojas de hierba’, la obra monumental del poeta neoyorquino

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análisis

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Nació hace ahora 200 años un 31 de mayo de 1819, en un caserío rural de Huntington en el centro de Long Island. Su poesía, y sobre todo su monumental Hojas de hierba –poemario publicado de forma casi anónima por primera vez en 1855 y ampliado regular y sucesivamente hasta 1891, apenas un año antes de su muerte– marcarán para siempre el destino literario de todo un país. Una nación, Estados Unidos, que cuando nació el genio apenas tenía 43 años de existencia tras su independencia del imperio británico. Ese ansia imparable por crecer y conocer y experimentar, siempre han estado muy presentes en la poesía de Whitman, paradigma de la libertad y la defensa de los derechos fundamentales.

Todo estaban en germen, naciendo de forma apabullante, en aquel vasto y extenso territorio, y Whitman ejerció casi de notario-poeta para confirmar el momento único que le tocó vivir. Su gran poemario en torno a Hojas de hierba es torrencial, apegado a la naturaleza, a las personas anónimas, sin prejuicios, con un lenguaje que no reniega de nada, ni tan siquiera de las expresiones soeces y coloquiales.

Lejos, y casi olvidada, queda ya la profecía de otro genio de las letras, y paisano de Whitman, Henry James, que se atrevió a pronunciar una sentencia que, con el paso de los años se le volvió en su contra: “Hojas de hierba es una ofensa contra el arte”. Hoy, esta epopeya americana es indiscutiblemente una obra universal. El escritor ‘no Nobel’ por excelencia, el argentino Jorge Luis Borges, sentenció de forma bien distinta su opinión sobre la obra maestra de Whitman: “Durante un tiempo, pensé en Whitman no solo como un gran poeta, sino como el único poeta. De hecho, llegué a pensar que todos los poetas del mundo hasta 1855 se habían limitado a conducir hasta Whitman, y que no incluirlo era una demostración de ignorancia”.

Galaxia Gutenberg acaba de publicar una edición completa bilingüe de Hojas de hierba a cargo de Eduardo Moga, en la que se incluye también una selección de prosas. En la introducción, Moga recuerda cómo Hojas de hierba “estaba destinado a constituirse en el centro del canon norteamericano, como ha señalado Harold Bloom”. Por ello, tras unos primeros poemas que seguían los esquemas formales y temáticos de la literatura inglesa desde el Romanticismo, Whitman opta radicalmente por el tono épico y da un giro copernicano a su producción, que hasta ese momento se venía publicando en los periódicos en los que colaboraba.

Desde entonces, la producción poética de Whitman se abre a un mundo nuevo, escrito también por un hombre nuevo. A partir de esa firme determinación, su poesía estará apegada a la naturaleza sin cortapisas, y también al hombre inquieto deseoso por aprehender todo lo que la civilización y la democracia le pueden deparar para cultivar su intelecto. Apunta Moga que “las modificaciones formales de la épica de Hojas de hierba no se limitan a la estructura. Whitman alteró sustancialmente también el lenguaje del género y, por extensión, el lenguaje de la poesía”.

Su poesía estará siempre apegada a la naturaleza sin cortapisas, y también al hombre inquieto deseoso por aprehender todo lo que la civilización y la democracia le pueden deparar

Este giro se notó sustancialmente a raíz del poema titulado “Poema de Walt Whitman, un americano”, que después pasará a titularse Canto de mí mismo, integrante indiscutible del canon occidental. “Yo me celebro y me canto / y cuanto hago mío será tuyo también, / porque no hay átomo en mí que no te pertenezca”. Así comienza el poema que estaba llamado a revolucionar las normas de la poesía anglosajona y universal desde su publicación a mediados del siglo XIX. Dos siglos después del nacimiento del poeta neoyorquino, su épica y monumental obra no para de crecer y ganar fieles seguidores.

Pero para fieles y nuevos seguidores los que, sin saberlo, Whitman logró sumar con la película de Peter Weir de 1989 El club de los poetas muertos, en la que el profesor Keating (Robin Williams) insta a sus alumnos a leer el poema titulado “¡Oh, Capitán, mi Capitán!”, escrito en homenaje al asesinado presidente estadounidense Abraham Lincoln. “¡Oh, Capitán, mi Capitán! Ha terminado el proceloso viaje. / El barco ha salvado todos los escollos, y hemos ganado el premio que perseguíamos. / El puerto está cerca, ya oigo las campanas, la gente proclama su júbilo. / A la firme quilla siguen los ojos, al navío porfiado y audaz. / Pero, ¡oh, corazón, corazón, corazón! / Oh, rojas gotas de sangre / donde, en cubierta, yace mi Capitán, / frío y muerto […]”. Whitman, más faro que nunca de la poesía y el hombre del siglo veintiuno.

 

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