En los últimos años la violencia terrorista  firmada por la red Al Qaeda y también ahora por parte del Estado Islámico, por no hablar de otros grupos menores, ha golpeado con dureza a las principales ciudades de Oriente Medio, África y Europa. Pero, paradójicamente, estos grupos, claramente antioccidentales, han perpetrado más matanzas y asesinatos entre los musulmanes que entre los cristianos. Por ejemplo, la guerra de Argelia, que comenzó en 1991 tras un golpe de Estado propiciado después de la victoria del Frente Islámico de Salvación (FIS), ha costado al día de hoy entre 150.000 y 200.000 muertos, la mayoría de esas víctimas son musulmanas y apenas hay entre las mismas unas decenas de occidentales que residían en este antaño próspero país.

El problema radica en el islamismo radical, una corriente política que manipula las ideas y creencias islámicas y que las interpreta de una forma exacerbada y llevada al máximo extremo, tal como ocurre en los territorios que ahora controla el Estado Islámico. Además, en la parte donde opera esta organización-«Estado» se da un conflicto de vieja data entre los sunitas y los chiítas, dos corrientes dentro del Islam que surgieron a partir de la muerte del profeta Mahoma en el año 632 después de Cristo, cuando se planteó la elección del sucesor del difunto dentro del Califato y estalló una corta guerra. El 83% de los musulmanes son sunitas y el 13% son chiítas.

TENSIONES Y LUCHAS ENTRE IRÁN Y ARABIA SAUDÍ

Irán es la principal potencia chiíta del mundo musulmán, mientras que Arabia Saudí es mayoritariamente sunita. En lo que respecta a Irak, siempre fue el caballo de batalla entre ambas confesiones. Los chiítas son mayoría en Irak -algo menos del 60%- y viven en las zonas fronterizas con Irán, el norte controlado por la región autónoma kurda y mezclados con los sunitas en las fronteras con Arabia Saudí y Kuwait. Y los sunitas son la minoría -40%, pero sobre todo kurdos- y viven más cerca de la frontera con Siria y también entremezclados en todo el país. Irán, por supuesto, apoya a los chiítas en la guerra contra el Estado Islámico y la principal potencia sunita, Arabia Saudí, alienta y arma a las fuerzas sunitas iraquíes.

Recientemente, en medio de este conflicto entre ambas ramas del Islam que también tiene sus ramificaciones en Yemen, el gobierno saudí ejecutó a un clérigo chiíta que supuestamente conspiraba contra el régimen de Riad, lo que provocó la airada protesta de Teherán y la ruptura de las ya de por sí maltrechas relaciones entre Irán y Arabia Saudí. Desde la ocupación de Irak por los Estados Unidos de este país, allá por el año 2003,  el territorio iraquí se ha convertido en un tablero de ajedrez en el que compiten ambas naciones y otras fuerzas por ejercer su influencia, controlar territorios e instituciones y, en fin, imponer un ejecutivo dócil a sus intereses políticos. Por ahora, una alianza política entre los kurdos de la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK) y una coalición de grupos chiítas es la que gobierna en Bagdad, inclinando la balanza en favor de Irán en esta guerra ente ambas confesiones.

En Irak y Siria, al igual que ocurre en otras partes de Oriente Medio, África y Asia, las principales víctimas de este conflicto son musulmanes. Por ejemplo, los sunitas del Estado Islámico han matado a miles de chiítas, junto a otros grupos religiosos, en los combates que libran contra ambos Estados. Cuatro combatientes chiítas iraquíes, en un gesto de la habitual brutalidad de este grupo, fueron quemados vivos y grabados en un video absolutamente repugnante y terrible. Pero hay más ejemplos de ese horror cotidiano y el Estado Islámico, no lo olvidemos, es también parte de una errada estrategia occidental en esta parte del mundo que, al permitir la disolución del Estado iraquí como un azucarillo, alentó el nacimiento de fuerzas que se desarrollaron con notable éxito en medio del caos, la guerra y el descontrol total que hoy reina en esta parte del mundo.

Este Islam radical, que es el mismo que opera en las calles europeas y que pretende aterrorizar a Occidente, no es algo que haya nacido por sí mismo, sino que incubó en las mezquitas y fue inoculado por algunos líderes religiosos musulmanes desde los púlpitos. Por ejemplo, hay una corriente apoyada por nuestros «amigos» y aliados saudíes, el wahabismo, que tiene una concepción absolutamente radical de la Sharia (ley musulmana que rige todos los preceptos sociales y políticos) y pretende expandir sus ideas más reaccionarias por todo el mundo. La monarquía saudí, guardiana de las esencias doctrinarias sunitas, ha utilizado sus ingentes recursos económicos para expandir esta doctrina radical que basa en el odio a Occidente, el desprecio a las formas democráticas y, por ende, a los valores occidentales, algunos de sus principales recursos narrativos.

El terrorismo islamista que ahora golpea en Egipto, Irak, Libia, Túnez, Siria y Somalia, por citar tan solo algunos ejemplos, tiene mucho que ver con la expansión de esas ideas radicales, la tolerancia hacia las mismas por parte de los jefes religiosos, que las compartían y ellos mismos difundían, y el apoyo económico que los saudíes daban a las mezquitas y organizaciones musulmanas más fundamentalistas. Por paradojas de la vida, ahora estos movimientos y organizaciones, ya fuera de control, se están volviendo contra el Islam más moderado y son una verdadera amenaza a los tenues procesos de transición democrática en el mundo árabe, tal como ha ocurrido en Argelia, Egipto, Libia y Túnez, ya que están en contra de la modernización social y consideran a este modelo político algo ajeno a su idiosincrasia y plegado a los intereses occidentales. El problema no es el Islam, sino esta forma exacerbada y radical de entenderlo fruto de un proceso educativo nocivo y pernicioso, compresivo hacia uso de  la violencia y alejado de toda forma de respeto hacia el diferente.

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