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El «efecto Feijóo» se diluye: los españoles ya han calado al nuevo dirigente popular

Todas las encuentas revelan un estancamiento del PP y una erosión de la imagen personal de su líder

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análisis

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A Feijóo ya se le conoce en las redes sociales como Fakejóo por su facilidad para difundir paparruchas y trolas. El dirigente gallego del PP ya no engaña a nadie. Llegó de Galicia con la estela de hombre moderado, centrista y dialogante, pero en Madrid ha ido de mal en peor, de traspiés en traspiés, de charco en charco y de jardín en jardín. Y no solo por sus declaraciones erráticas y contradictorias (sale a una por día), o porque se haya entregado descaradamente al ayusismo trumpista rampante, o porque no sepa ni una sola palabra de inglés (qué vergüenza para un candidato a estadista que pretende codearse con lo más granado de Europa) sino porque ha demostrado que no tiene ni pajolera idea de economía. Y claro, un aspirante a presidente del Gobierno que no se entera ni maneja correctamente los términos y conceptos macro y micro, los números de un país, puede dar por finiquitada su carrera política en un futuro a corto plazo.

Fruto de esa impericia como jefe de la oposición es que cada vez que alguna empresa demoscópica lanza una encuesta sobre intención de voto, su partido y él mismo como figura política salen mal parados. Es evidente que los sondeos de Tezanos son ciertamente tendenciosos para quedar bien con el jefe Sánchez y de ellos uno no puede fiarse. El problema es que no hablamos solo del CIS, aparato propagandístico al servicio del Gobierno, sino de otras encuestas elaboradas por empresas independientes que apuntan también a que el “efecto Feijóo” se ha diluido notablemente a las primeras de cambio. Cuando el líder gallego se hizo cargo de las riendas del Partido Popular (tras la cruenta decapitación de Casado) parecía que iba a ganar las próximas elecciones sin bajarse del autobús, sin despeinarse, o como se suele decir vulgarmente: sin sacarse la chorra. Daba la sensación de que el primer devoto del patrón Santiago llegaba con la aureola de salvapatrias victorioso y arrollador y hasta los más entusiastas de Ferraz cayeron en un profundo pesimismo al entender que todo estaba perdido ya. Con Feijóo en Génova, el mapa de España volvería a teñirse de azul pepero y las gaviotas volarían amenazantes sobre Moncloa, echando a su inquilino socialcomunista, tal como ocurría en Los Pájaros, el peliculón de Alfred Hitchcock. No parece que esa sea la tendencia, según indican las encuestas.

Hoy mismo, el instituto demoscópico 40dB publica un nuevo sondeo en el que se revela un meridiano estancamiento del PP y, aunque el barómetro da ganador al partido conservador con un 29,9 por ciento de los votos (medio punto más que en octubre, o sea tres escaños más), si se celebrasen hoy elecciones generales sus 127 diputados no le darían para formar Gobierno ni siquiera con el apoyo de su socio fiel Vox, que por cierto sigue la trayectoria a la baja (ya anda por un raquítico 13 por ciento) y como siga bajando a esa velocidad pronto terminará en los sótanos del Congreso de los Diputados, o sea en las catacumbas o subsuelo de la democracia, que es el lugar que le corresponde como a los Queipo de Llano, Moscardó, Milans y toda la parentela golpista felizmente exhumada estos días.

Pero la avería no está solo en la sala de máquinas de Génova 13, cuyos gurús y spins doctors no terminan de dar con la fórmula para reflotar el proyecto conservador tras el fiasco que supuso la etapa de Pablo Casado. La propia imagen personal de Feijóo sufre una erosión importante, según todas las tablas y estadísticas del barómetro, lo que confirma la tesis inicial de esta columna: al gallego lo han calado los españoles, que ya no ven en él al experto gestor y al estadista que venía para rescatarnos del cataclismo económico. Obviamente, los últimos desatinos del presidente popular le están pasando factura. Han sido demasiadas incoherencias en muy poco tiempo y aunque el votante popular le sigue siendo fiel, el desencantado con Sánchez se lo está pensando dos veces a la hora de cambiar de caballo. Primero dijo que la “excepción ibérica” era el “timo ibérico”. Falso, esta medida para desvincular el precio del gas de la electricidad ha resultado sumamente eficaz, hasta el punto de que otros países europeos la han incluido entre sus armas principales para frenar la inflación. Después se descolgó con que el Gobierno no podía subir las pensiones porque estaban sometidas a la regla de gasto corriente. Falso también, no es así, se pueden subir tanto como sea necesario, al igual que las prestaciones por desempleo. Luego pidió bajar impuestos (cuando vio que la idea le costaba la bancarrota al Reino Unido y el cargo de primera ministra a Liz Truss reculó a marchas forzadas); se hizo un lío al confundir la prima de riesgo con los tipos de interés; y desbarró igualmente al quejarse de que el IVA estaba por las nubes (ellos mismos lo subieron cuando estaban en el poder). Lo de levantarse de la mesa de negociación para la renovación del Poder Judicial, incumpliendo el mandato de la Constitución, no deja de ser la guinda del pastel. Los indecisos, ese granero de clases medias del que pretende pescar el dirigente popular, no lo han entendido.

Ya no cabe ninguna duda. A Feijóo habrá que empezar a llamarlo Fakejóo por el vicio que tiene a la hora de propagar bulos y desinformación. El hombre ha debido concluir que por la vía ayusista/Trump se llega antes a la Moncloa y ha empezado su show particular de la mentira. Si este es el hombre que ha elegido el PP para guiar los destinos de España que Dios nos coja confesados.

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