La ofensiva de las derechas contra los Presupuestos Generales del Estado no va a limitarse solo a la campaña de desprestigio contra Pedro Sánchez por haber aceptado el apoyo de Bildu al borrador de cuentas públicas. Pablo Casado lleva meses trabajándose a las autoridades de la Unión Europea para convencerlas de que la ley de Presupuestos que prepara la izquierda española supone un despilfarro del dinero de los contribuyentes, ya que desequilibra la balanza entre ingresos y gastos, disparando el déficit. En realidad, todos los organismos internacionales como el FMI aconsejan a los gobiernos que en plena pandemia aumenten el gasto en Sanidad y servicios sociales como única forma evitar que el Estado de bienestar se venga abajo sin remedio. O como dice el profesor Gonzalo Bernardos, la factura ya se pagará si tiene que pagarse.

Y pese a que hasta el propio Fondo Monetario Internacional cree que España debe mantener el esfuerzo en gasto público y en ayuda a las personas y empresas más vulnerables, Casado insiste en que Sánchez está tirando el dinero con la ayuda de sus socios filoetarras y separatistas. El montaje es maquiavélico, ya que en tiempos de zozobra política, convulsiones sociales y crisis de todo tipo agitar el fantasma del enemigo que quiera hundir al país (un truco tan viejo como la democracia de Pericles) sigue dando réditos electorales. La irresponsabilidad del líder de Génova 13, que debería dar muestras no ya de sentido de Estado, sino de sentido común, no tiene parangón en la historia reciente de nuestra democracia. Es obvio que Casado, como jefe de la oposición que es, tiene el deber de criticar los presupuestos y presentar las enmiendas que crea oportunas según su programa electoral y haciendo gala de una oposición siempre constructiva. Pero una cosa es eso y otra bien distinta el filibusterismo por sistema, el bloqueo irracional como norma general, la corrosión tóxica y el no a todo, que impide avanzar al país. El argumento de que Sánchez ha vendido España a los amigos de los terroristas es de una simpleza que asusta, aunque es evidente que el mensaje es lo suficientemente contundente y dramático como para remover el malestar y la bilis de millones de españoles sumidos en la más absoluta de las ruinas. La estrategia de la deslegitimación del adversario y la propaganda goebelsiana es propia de partidos simpatizantes con el fascismo franquista como Vox, por eso resulta preocupante que Casado se haya dejado mimetizar y esté recurriendo a tácticas tan bajas por no perder cuota de mercado a beneficio del partido de Abascal.

Da auténtico miedo comprobar cómo un hombre que aspira a gobernar la nación algún día está dispuesto a todo con tal de conseguir sus propósitos políticos, incluso que sea capaz de construir una España distópica y de ficción donde Otegi es el que manda y los demás obedecen. Trumpismo en estado puro; esquematismo político primitivo; demagogia a calzón quitado. Tal es así que Casado, a este paso, terminará por imprimir un sello propio y por refundar el PP para rebautizarlo como Partido Populista a secas. Con unos cuantos bulos y ficciones bien tramados y manejados, el PP ni siquiera necesita un programa electoral porque de lo que se trata es de propagar la indignación de las masas para hacer que caiga el Gobierno. Basta con cuatro ideas fuerza que quedan instaladas en la gente como un mal virus: Sánchez es un traidor a la patria y un felón; el Gobierno se ha arrodillado ante los etarras; Rufián es un ministro en la sombra que quita y pone ceros a los Presupuestos para llevárselos a Cataluña; Pablo Iglesias ha montado una delegación del chavismo venezolano en su chalé de Galapagar, y en ese plan. No hay nada más antidemocrático que negar al otro agitando el odio, ni siquiera pactar las cuentas públicas con Bildu, una formación que ya sabemos de dónde viene pero que ahora mismo se ha integrado en el juego político y posee los mismos derechos que cualquier otra formación política a la hora de participar, mediante los acuerdos que estime oportunos, en la toma de decisiones.

Grandes expertos en economía, no solo nacionales sino extranjeros, aseguran que los Presupuestos Generales del Estado para 2021 van en la buena dirección, ya que duplican los esfuerzos en políticas sanitarias y sociales. España necesita médicos y enfermeras, no la demagogia de Casado sobre los desmanes y crímenes de la banda terrorista ETA, que dicho sea de paso empieza a ser un recuerdo tan lejano como la guerra civil.

En cualquier caso, no deja de ser curioso que los postulados de Casado y su oposición a la futura ley de Presupuestos firmada por los partidos de izquierdas (un bloque sólido formado por PSOE y Unidas Podemos con apoyos puntuales de las demás fuerzas minoritarias, entre ellas Esquerra Republicana y Bildu) coincida punto por punto con las posiciones de la patronal y del Banco de España, que advierte de que las cuentas públicas de Sánchez pecan de “optimistas” por su excesivo gasto social; porque aumentan la presión fiscal (sobre todo sobre las rentas más altas); y porque dispara el gasto en pensiones y salarios públicos. Un discurso netamente ultraliberal y reaccionario en lo económico que va en contra de los vientos socialdemócratas que soplan en los grandes escenarios y foros internacionales.

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