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El desagravio

Tolerancia forzada y gustosa

Francisco Silvera
Francisco Silverahttp://www.quenosenada.blogspot.com.es
Escritor y profesor, licenciado en Filosofía por la Universidad de Sevilla y Doctor por la Universidad de Valladolid. He sido gestor cultural, lógicamente frustrado, y soy profesor funcionario de Enseñanza Secundaria, de Filosofía, hasta donde lo permitan los gobiernos actuales.
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análisis

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Oí una entrevista el otro día a un Azorín nonagenario, moribundio, diciendo que es imposible vivir sin el olvido, que el desagravio era la clave de la vida humana en paz… me dio mucho para pensar, porque si tuviéramos en mente lo que nos hacen (y lo que hacemos) habríamos de morir de puro tedio, porque la humanidad es grandeza pero, sobre todo y con demasía, miserias.

Comí con un amigo catalán y hablamos del «asunto». Mi postura es antinacionalista, tanto contra el unitarismo españolizante, violento y ridículo, como contra el esencialismo populófilo que ansía una Catalunya grande y libre. Sin embargo, el diálogo, la tolerancia forzada y gustosa que supone oír, han cambiado mi perspectiva. Ahora tengo la sensación de entender mejor la diferencia, no quiero simplificar pero les recuerdo que ésta es la base de las ideas humanas, la simplificación es la adaptación de la realidad a nuestra limitada inteligencia: la novedad catalana es un independentismo que brota como autoafirmación de la dignidad pisoteada, es decir: al movimiento patriotero (que es realmente con el que yo no comulgo) se ha sumado un millón de personas que ha encontrado en el nacionalismo el único camino para su reivindicación ante un Estado español beligerante, inmovilista y hasta sardónico: que ha negado o se ha reído de la sensibilidad catalana con una mano en la espalda ocultando la autosuficiencia que da tener a las Fuerzas de Seguridad del Estado a su servicio… y la voluntad de emplearlas. Detrás el Estatut, las manifestaciones, los discursos, los movimientos de ciudadanía ejemplares, las ilusiones de tanta gente.

Yo sí creo que ha habido delitos por parte de los políticos catalanes; no se dan las circunstancias para hablar de rebelión literalmente, pero subvertir el orden legal debe ser delito o abriríamos una espita por la que se nos puede vaciar esta imperfecta democracia… pero democracia. También creo que hablar de presos políticos es un abuso del significado de la expresión, sin embargo su encarcelamiento no tiene sentido desde hace mucho, por comparación con otros delincuentes de su propio estamento y porque el confinamiento provisional puede oler mal si no está referido a la realidad, y la «peligrosidad» de esta gente ya no existe… si existió o no es otro debate, ahora apesta un pelín a «subjetividad» (politiquera).

Y también creo que ha habido delito en el ensañamiento policial del día de la consulta, referéndum o como se quiera llamar. Porque se debió sosegar, pacificar; si el voto no valía: no valía; dar hostias a mansalva no aportaba nada, bastaba según cada caso con detener y hacer cumplir la Ley, pero en los rostros del desafuero golpeante se vislumbraba ya ese odio que ha ido creciendo en la península (y dentro de la propia Catalunya) provocando los bandos, los enemigos y los afines, esa manía funesta de la guerra, de aplastar al contrario…

Pero quizá, como ciudadano, para mí lo peor no es un asunto jurídico ni político sino ético. Porque ambas partes, y hablo de responsables políticos, sabían el juego que se traían entre manos y que los peones eran la ciudadanía y si unos dieron: los otros los llevaron a recibir, y nosotras, nosotros estábamos en medio, y cuando no lo vemos así creo que les damos alas para correr a los otros y a los unos.

Es necesario es el desagravio. Hay que volver al respeto, hay que oír, no hay que descartar nada, hay que huir de esencialismos que generen bandos: eso sólo tiene un final. Es preciso vivir, no mirar al pasado como si tuviéramos ahí facturas pendientes, quienes nos representan deben calcular cómo no generar el mal… porque el bien nadie sabe qué es. Ésta es mi idea (ética apofática): se debe gobernar para evitar el mal y no defender ideas contra nadie: razón, cultura crítica, reservar las creencias a lo privado, gobernar para evitar los abusos.

Hemos generado una espiral en la que el independentismo catalán ha ido creciendo exponencialmente al mismo tiempo que el fascismo español, y ahí no hay una parte responsable: o rompemos la dinámica o esto irá a más, nadie vence, todos perdemos. España debe pedir perdón por sus maneras en el Gobierno, hemos sufrido la soberbia de una clase política que nos ha usado para su realización personal (lo que incluye creencias y negocios): la República aguarda para proporcionar el cambio que necesitamos, hay que regenerar las instituciones. Y Catalunya (y los demás agraviados) debe pararse y, si de verdad hay una mayoría suficiente para su propuesta de independencia, hacer una planificación realista en la que, insisto, el objetivo nunca pase por daños o enfrentamientos, la lentitud es una baza a favor de la consolidación del proyecto: la impaciencia genera confrontación y, además, frustra.

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