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El derecho a disfrutar del arte

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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Abogados Cristianos –nombre rimbombante donde los haya- ha emprendido una nueva cruzada. Esta vez le ha tocado a la exposición “La bondadosa crueldad”, que ofrece el Museo Reina Sofía. ¿Acaso puede haber crueldad bondadosa? Pues esa es la gracia de una gran ironía.

La historia nos ha dado muestras más que suficientes de situaciones y personas que han actuado cruelmente, aunque su naturaleza e identidad se considerara socialmente como bondad. Acostumbraba a decir una persona conocida mía y que es, realmente, bondadosa, que tenía pánico ante un requeté que acababa de comulgar. Al preguntarle la razón de esto contestaba sin inmutarse: porque habrá pedido a Dios que le dé fuerza para cumplir con su deber, que era fusilar a los enemigos de España, seleccionados para el paredón El caso es que le horrorizaba cumplir tal deber, pero él era, ante todo, un militar.

Abogados Cristianos tiene como emblema defender judicialmente todo lo que ofenda al sentimiento religioso. El teólogo Tamayo ha establecido un término muy descriptivo en su último libro para caracterizar a los políticos que exhiben una Biblia en la mano, que interpretan de modo fundamentalista, para legitimar sus actuaciones nada cristianas. Habla de cristoneofascismo. Por aquí parecen sonar los ecos.

A la exposición del artista argentino León Ferrari se le acusa de ofrecer imágenes que hacen burla de Cristo, por lo que ofenden a los católicos. La imagen más impactante es la de un Cristo crucificado en un avión de guerra norteamericano, otro Cristo a la parrilla, la virgen María y santos encerrados en jaulas con unas palomas defecando, o el Juicio Final de Miguel Ángel con excrementos de palomas. Todo esto es vejatorio para los católicos y ataca creencias y símbolos religiosos. Por eso exigen al Director del Museo que las retire, porque hieren los sentimientos religiosos.

¿Qué significado puede tener esto? El Cristo se proponía producir una reflexión sobre la guerra de Vietnam y la denuncia de la violencia de la civilización occidental. En otra pieza una paloma defeca sobre una balanza, símbolo de la Justicia, lo que no puede ser más explícito para denunciar la arbitrariedad de los juicios. También hay una,  titulada “Cajita de fósforos” con la tira “La única iglesia que ilumina es la que arde. ¡Contribuya!”. Ferrari es un artista radical, que denuncia con su arte toda clase de intolerancias, abusos y violencias. La sociedad tuvo que tragarse la religión durante muchos siglos. Otros artistas también han hecho obras de mal gusto. ¿Qué diría Abogados Cristianos ante “El Cristo de Gala”, de Salvador Dalí?

Por otra parte, a nadie se le obliga a ver la exposición, ni tampoco nadie puede imponer su visión moral a la sociedad. El arte no requiere jueces, sino personas que disfruten de su contemplación. Esto nos lleva a plantear qué sea el arte.

Las obras de arte contienen ideas, que se expresan a los sentidos. Las impresiones sensibles tienen que ser interpretadas, lo que resulta muy complejo, porque la mirada selecciona las que puede interpretar, por eso no se accede a la experiencia vital plena, sino a algo vivido en concreto. Desde aquí habrá que ir al objeto que aparece y no a sus aspectos concretos y parciales, que se muestran en la superficie pictórica.

Hegel (Introducción a la estética) ha sido siempre un referente en el arte, que concibe como una manifestación del espíritu en forma particular. Esa idea manifiesta se hace mediante una forma sensible. Se trata, pues, de una actividad humana que interpreta la obra, bien sea a través de un lienzo, una escultura, una iglesia u otra construcción, o un texto literario. Por eso constituye una necesidad de los seres humanos. En ella encontramos la subjetividad del artista, su inspiración, para expresar algo, su genialidad. Expresa algo propio de su época y su contexto. La subjetividad acaba en una objetividad, es decir, el resultado, o la obra de arte, que expresa las ideas del artista, su interioridad profunda.

Según Heidegger, la obra de arte no es una cosa, sino un símbolo o una alegoría, que revela un universo de sentidos, abriendo la verdad oculta en la naturaleza. Por eso concluye Heidegger en que “la belleza es un modo de ser de la verdad”.

Una vez establecido lo anterior, es el momento de preguntar si querellarse por una obra que hiere los sentimientos religiosos puede aproximarse, siquiera sea mínimamente a lo esencial de lo que se expone. Parece que no existe intento alguno de indagar por su significado profundo. Sólo se quedan algunas percepciones exteriores para definir el objeto mismo. Esta forma de proceder no resulta seria, ni respeta la dignidad del artista. Se hace un juicio muy particular y luego se procede universalmente para pedir su retirada, porque moralmente no es aceptable. Igual que uno no tiene por qué verla, si no quiere, tampoco se puede impedir que disfrute de contemplarla quien tenga interés en ella. Que uno no vea la exposición no legitima impedir que no sea vista por nadie. Aquí la libertad tiene que estar por encima de todo. Es más, si se considera una obra valiosa, la obligación de un museo es exponerla públicamente. El disfrute de las actividades culturales y del arte, en este caso, es un derecho de la totalidad de los ciudadanos. Y el deber del Estado es facilitar su exposición con financiación pública, por supuesto. Disfrutar del arte no será cosa de unos pocos, que puedan pagar la entrada en una institución privada, sino de la colectividad. Una institución privada no puede limitar la libertad y mucho menos judicializar el arte. Abrir perspectivas culturales dinamiza y democratiza las formas de pensamiento, que permiten ser más autónomos para decidir nuestras acciones

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