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El delirio de Vox va a peor: ahora Feijóo es un separatista peligroso

El partido ultra propugna la abolición del Estado de las autonomías

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análisis

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Elías Bendodo, el coordinador del Partido Popular, llegó a asegurar que España es un “Estado plurinacional”, aunque más tarde fue corregido por la cúpula de Génova 13. Estos días de campaña en Andalucía Macarena Olona ha vuelto a agitar la bandera del patrioterismo barato. “El Partido Popular antes compraba las ideas al PSOE. Ahora se las compra al separatismo racista”. De modo que, según la candidata de extrema derecha, el PP es también un partido indepe, rojo y secesionista. El delirio de los políticos de Vox no tiene límites. Ya otean enemigos de España en todas partes, hasta en el PP.

No vemos nosotros a Núñez Feijóo como un bolchevique subversivo empeñado en traer a España una República compuesta por una nación de naciones. Es verdad que el presidente popular ha jugado al postureo del galleguista de derechas, pero eso está muy lejos del nacionalismo real, tal como denuncia Olona. Para Vox cualquiera que en este país defienda la lengua y la cultura de su tierra es poco menos que un etarra. Nosotros le explicamos a esta gente que no entienden España, que España no es tal como se la imaginan. Para empezar, los suevos se instalaron en Galicia mucho antes de que existiera este bendito país, formando un reino independiente, un pueblo con una identidad propia, uno de los primeros tras la caída del Imperio Romano. Esa idiosincrasia, ese espíritu gallego casi celta, fue asfixiado con el paso de los siglos hasta que en el XIX emergió el Rexurdimento (en castellano, Resurgimiento) un movimiento de conciencia nacional y de revitalización de la lengua gallega simultáneo y similar al de la Renaixença catalana.

A mediados del siglo XIX los gallegos y otros pueblos de España, guiados por brillantes intelectuales locales como Rosalía de Castro, recuperaron la memoria perdida. Todos ellos llegaron a la conclusión de que sus respectivos terruños habían caído en el atraso secular, en la miseria, en el analfabetismo y en el subdesarrollo endémico. La incompetencia de una Corona borbónica cerril incapaz de entender el problema contribuyó a amplificar el provincialismo, que primero fue cultural para terminar convirtiéndose en nacionalismo con aspiraciones de independencia. Los diferentes reyes españoles, desde Fernando VII a Alfonso XIII –a cada cual más inepto–, no encontraron la forma de integrar los diferentes sentimientos nacionales en el mapa del Estado español. Tras tres guerras carlistas y una Restauración liberal que también fracasó en el reconocimiento nacional de los pueblos singulares de España llegó la dictadura de Primo de Rivera (más represión) y la Segunda República (su intento de autonomismo federalizante llegó demasiado tarde, cuando el incendio nacionalista prendía en todas partes). El culmen se alcanzó en 1931, cuando Cataluña se declaraba “una República Catalana dentro de la Federación Ibérica”. Siglos de humillación y de aplastamiento de fueros terminaron por explotar. Todo aquello desembocó en la tragedia de la guerra civil: el intento del fascismo por imponer la idea de una España imperial ya desaparecida (algunos historiadores aseguran que nunca existió).

El fascismo del siglo XX intentó acabar con cualquier vestigio de nacionalismo periférico y de espíritu regional, pero pese a la durísima represión militar, no lo consiguió. Franco se inventó una España inexistente donde solo se hablaba castellano con Madrid como centro del universo. Es lo mismo que hoy vuelve promover Vox a golpe de bulo y revisionismo histórico en las redes sociales. Toda aquella ficción del franquismo se vino abajo en 1975, cuando con la muerte del dictador se reavivaron de nuevo los sentimientos centrífugos. Cuarenta años de campos de concentración, de cárceles y fusilamientos no pudieron enterrar el galleguismo, tampoco el catalanismo ni el vasquismo. Quiere decirse que por mucho que el fascio redentor quiera restablecer el modelo de país centralista y unitario, un país de cartón piedra, más tarde o más temprano el nacionalismo volverá a resucitar. La única manera de acabar con el problema sería echar del país a millones de nacionalistas, condenándolos al exilio otra vez, pero esa solución final también la intentó el dictador en 1939 y no sirvió de nada. Al final, la gente tiende a volver a la tierra que ama. No hay sentimiento más humano y arraigado que la nostalgia por el hogar de la infancia.

La Constitución Española del 78 fue un pequeño milagro. Por primera vez se descentralizó el Estado, se reconocieron lenguas y banderas, se autorizaron instituciones de autogobierno y se transfirieron inmensas competencias como la Educación, la Sanidad y las fuerzas de policía. Sin duda, el estado autonómico, aunque se nos haya quedado corto y obsoleto tras cuarenta años de convivencia en paz, fue una historia de éxito y prosperidad como nunca antes se había visto. Hoy necesita un nuevo impulso, un nuevo salto adelante en busca del encaje de las nacionalidades históricas en un modelo de Estado federal. Por desgracia, Vox ha intoxicado a millones de españoles metiéndoles en la cabeza la misma descabellada idea de la patria única propalada por los fascistas del siglo pasado. Quieren convencer al pueblo de que vivimos en un país uniforme, no diverso; monolítico, no plural; centralista, no plurinacional. Han prometido acabar con las autonomías, una falacia que nadie con dos dedos de frente puede tragarse, ya que liquidar el estado autonómico para reinstaurar no ya el mapa franquista, sino el que regía en tiempos de Felipe II, sería tanto como dejar sin efecto la Constitución dando un golpe de Estado.

La ideología ultraderechista supone un gravísimo peligro para la convivencia de los diferentes pueblos de España. Un delirio sin fin. Los nacionalismos no pueden ser liquidados de la noche a la mañana, a trallazo limpio de Código Penal, como pretende hacer Vox. Las lenguas maternas son entes vivos que extienden sus raíces a través de los tiempos. Perduran porque se transmiten de generación en generación. No hay nada tan poderoso como la conjunción de memoria, palabra y cultura. Si algo es España es un hermoso crisol de pueblos originales y distintos. España será diversa o no será. Pero en Vox ven a Feijóo como un separatista conspirador solo porque promueve un galleguismo de derechas poco menos que de boquilla. Los mismos disparates que se escuchaban en los años treinta del pasado siglo, la imposición por la fuerza del fanatismo, vuelven a helarnos el corazón. Dan mucho miedo.

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