La situación es crítica, las protestas no amainan, el desgaste del máximo mandatario colombiano es notable y nadie parece estar al frente del timón, tal como lo percibe la ciudadanía y numerosos analistas y columnistas. Los síntomas de la enfermedad son bien notables y el presidente acusa varios frentes en los que tendrá que poner orden en casa; de lo contrario, de un escenario crítico podríamos pasar a uno terminal o apocalíptico.

En estos dieciséis meses largos de gestión de Duque como presidente, se ha echado en falta una verdadera agenda programática con objetivos definidos y resultados concretos a obtener en el corto y en el largo plazo; el divorcio con la ciudadanía, a tenor de casi todas las encuestas y estudios publicados, es notorio y manifiesto; no hay equipo de gobierno ni partido que salga en defensa del presidente, mostrando a las claras su soledad política y la falta de escuderos que den la cara en este momento -¡cuánto le haría falta un José Obdulio Gaviria en Casa Nariño!-; falta capacidad de liderazgo para dirigir la crisis con un verdadero gabinete de tal nombre que gestione el momento y sepa dar respuestas; no se adoptan decisiones estratégicas ni gestos que la sociedad perciba como señales de que la gobernabilidad va por buen camino; y, finalmente, a este cuadro tan desolador, se le viene a unir la guinda de la tarta: no hay una verdadera estrategia de comunicación, con lineamientos claros y orientaciones precisas, capaz de revertir este punto de inflexión ascendente del que hablaba al principio de esta nota.

El presidente puede que tengas buenas intenciones, predisposición al diálogo y buen talante, pero no sabe explicarlo a la sociedad y sus asesores, tampoco. A este gobierno le falta más pedagogía política, explicar a los ciudadanos y también a los medios sus ideas y proyectos, poniendo especial énfasis en los problemas que realmente preocupan  a los ciudadanos y ofreciendo propuestas sólidas que lleven a la solución de los mismos. Mucha palabrería y proyectos legislativos que la gente no atisba a comprender, pero pedagogía, nula, brilla por su ausencia.

Un nuevo rumbo es necesario

Aparte de todas estas fallas reseñadas, a este gobierno le falta márquetin político. Una regla básica del márquetin es saber vender tus productos, aunque sean malos, pero es que en este caso se junta el hambre con las ganas de comer. Ni hay una estrategia de qué se quiere comunicar ni qué decir, ni hay tampoco un mensaje o un relato qué vender, se camina a  la deriva sin brújula y sin dirección. Alvaro Uribe tenía un relato claro, la seguridad, mientras que el presidente Juan Manuel Santos se aferró durante todo su mandato, como una tabla salvadora, a la paz. ¿Cuál es el relato de Duque? No lo hay y, si no hay cambios en estos meses, seguramente no lo habrá en toda su presidencia.

Si de verdad Duque quiere llegar a un verdadero pacto nacional, dialogando con varios sectores y no “conversando” infinitamente sobre el sexo de los ángeles, debe de poner encima de la mesa una verdadera agenda con los principales asuntos que preocupan a los ciudadanos, tales como la corrupción, la inequidad social, la inseguridad, la necesaria reforma de la justicia, el estado de la educación en el país y, por supuesto, la salud. Solamente afrontando esas grandes cuestiones, con un timing preciso y participando los verdaderos actores sociales, se podrá llegar a ese gran pacto al estilo, por ejemplo, de lo que fueron los Pactos de la Moncloa en España, que sentaron las base para un gran acuerdo social y político que llevó a buen puerto la transición democrática en este país.

Luego el presidente debería de centrarse en poner el dedo en la llaga en el asunto de la corrupción, quizá el más grave problema del sistema político colombiano, toda vez que alarma a los ciudadanos y sustrae ingentes fondos que podrían ser utilizados para hacer frente a numerosos problemas, como la mejora del pésimo y precario sistema educativo colombiano. O se asume la verdadera realidad de las cosas, aunque sea triste tener que aceptar el fracaso del país en materia educativa, o nunca se podrá cambiar nada. Ya basta de frases estúpidas y proyectos condenados al fracaso, como ese montaje bajo la consigna populista de “Ser Pilo, Paga” que terminó en un rotundo fiasco, y es hora de evaluar qué es lo que falla y qué es lo que hay que hacer.

Hace unos años, a comienzos de este siglo, el canciller alemán Gerhard Schröder afrontaba una de las mayores crisis de popularidad de toda su historia y unas providenciales inundaciones le salvaron su carrera política, demostrando, con ello, que a veces las crisis ofrecen grandes posibilidades. Schröder se puso las botas pantaneras y comenzó a visitar todas las zonas inundadas, hablando con los ciudadanos, inspeccionando las zonas afectadas, dando órdenes a funcionarios y ministros, ofreciendo respuestas y generando confianza a la ciudadanía, que comprobaba que al frente de barco sí había mando y capitán. El gesto tuvo unos resultados tan inesperados que quizá ni el mismo  canciller alemán esperaba: contra todo pronóstico, un mes después de aquellas inundaciones, Schröder volvía ganar las elecciones generales, desafiando a las encuestas y mostrando al mundo que a veces unos simples gestos como esos pueden hacer milagros en política. Presidente Duque, baje a la calle, hable con la gente y despida a sus escoltas, ya verá como las cosas comenzarán a cambiar.

Para los estudiosos de la historia, y no quiero ser agorero, este crítico momento por el que pasa Duque recuerda mucho a otras grandes crisis por las que pasaron otros mandatarios en otros tiempos y en otras coyunturas desfavorables que no pudieron superar, terminado sus mandatos hundidos en su aceptabilidad ciudadana y saliendo, como se dice vulgarmente, por la puerta de atrás. Ejemplos como el de Felipe González en España, cuya curva de caída se inició en 1993 y ya no pudo volver a remontarla, perdiendo las elecciones de 1996; como el de Alan García, en Perú, en su primer mandato (1985-1990), que abrió las puertas al fujimorismo tras su calamitosa gestión; o más recientemente, el caso de Mauricio Macri, hundido en los sondeos desde hace dos años y cuyo vía crucis terminó con su rotunda derrota frente a los peronistas recientemente.

O el presidente hace frente a esta crisis con creatividad, un nuevo equipo y un nuevo talante o  acabará sus días de una forma similar a los líderes reseñados anteriormente. Hay que recuperar el pulso de la calle, conectar con la ciudadanía, para poder remontar este momento de grave crisis con una pulsión política en todos los órdenes.

El presidente Duque se encamina, como el Titanic, hacia un iceberg de gigantescas proporciones que amenaza a la nave pero quizá, llevado de sabias manos y buenos consejeros, como el brillante periodista Hassan Nassar, sepa enderezar el rumbo  del barco y evite un seguro naufragio de proporciones épicas que ya se presiente casi cercano. Esperemos que, por el bien de Colombia y de todos nosotros, ese nuevo rumbo evite el desastre.

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