El brillante discurso de María Luisa Carcedo que puso en su sitio a la “ultraderechita cobarde”

El Congreso de los Diputados vivió ayer una jornada histórica con la aprobación del ingreso mínimo vital, que rescatará de la pobreza extrema a más de dos millones de personas

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Durante semanas, las derechas y sus poderes fácticos (patronal e Iglesia católica) estuvieron haciendo una feroz campaña contra el ingreso mínimo vital. PP y Vox llegaron a calificar esta medida, con desprecio, como una “paguita” propia de gobiernos chavistas, cometiendo el grave error de ponerse en contra a millones de españoles que sin duda no lo olvidarán cuando llegue el momento de ir a votar. Mientras tanto, la Conferencia Episcopal Española consideraba el ingreso mínimo vital, despectivamente, como una ayuda para “subvencionados”, una flagrante desconsideración de los obispos que colocaba a miles de personas arruinadas por la crisis a la altura de vagos aprovechados, en contra incluso de la opinión del propio papa Francisco, que reclama la medida por derecho, dignidad y caridad cristiana. El frente ultraliberal contra el pueblo lo completó la patronal, que a través del presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, dio por buena la medida a regañadientes y siempre con “carácter temporal”, es decir: darle pan al que lo necesita durante unos días y quitárselo de la boca cuando pase la pandemia.

Por supuesto, ahí estuvieron José María Aznar y su laboratorio de ideas siniestras FAES para avalar y apuntillar el mayor dislate ideológico y la mayor injusticia que ha cometido el bloque conservador en los últimos tiempos: anteponer la estrategia partidista para derrocar al Gobierno al hambre del pueblo.

El espectáculo de crueldad filosófica dado por las élites conservadoras, esas que alardean de patriotismo, alcanzó tintes de auténtico esperpento nacional. Sin embargo, todo ese inmenso montaje demagógico, toda esa patraña de que la “paguita” era idea de un Gobierno chavista se desmoronó ayer en apenas unos minutos, justo el tiempo que tardó el Congreso de los Diputados en debatir el asunto. Cuando llegó la hora de la verdad, el momento de la votación, la derechita cobarde (o sea el PP) votó a favor, mientras que la ultraderechita cobarde (Vox), tan fiera ella, también se bajó los pantalones y decidió abstenerse, lo cual era tanto como darle la razón a Pedro Sánchez. La claudicación del partido verde fue un hecho y Santiago Abascal, un tipo que suele ir de duro por la vida, al final, paradójicamente, ha terminado rindiéndose para no perder votos, dando el visto bueno a lo que él mismo tildó de iniciativa socialcomunista. Los de Falange se frotaban las manos ante el televisor.

Sin duda, fue una gran victoria del Gobierno. Y no solo porque supone aprobar una medida social justa que ya existe en la mayoría de los países europeos (y que se antoja fundamental para que las clases más desfavorecidas puedan hacer frente con un mínimo de dignidad vital al nuevo e inquietante mundo devastado que se abre ante nuestros ojos tras la pandemia), sino porque ha supuesto la derrota definitiva de la estupidez, el falso populismo y el sectarismo estéril. En su impostado juego de patriotas, Pablo Casado y Santiago Abascal han terminado cegados por la obsesión enfermiza de sacar a toda costa al comunista Sánchez de la Moncloa, mientras se olvidaban de lo realmente importante: que medio país necesita de esas ayudas estatales como agua de mayo para sobrevivir y escapar a la tragedia nacional que deja el coronavirus. Abochorna escuchar las explicaciones que han dado ambos partidos para tratar de enmendar sus incoherencias ideológicas después de lo que ocurrió ayer en la Cortes. El Partido Popular, consciente del gigantesco error que estaba cometiendo negándose a la ayuda, intentó maquillar su despropósito alegando que la medida del Gobierno era en realidad una idea suya. “La renta básica para proteger a los más vulnerables es un invento del PP”, apuntaban desde Génova 13 en un comunicado todavía más sonrojante que el seguidismo absurdo de Vox que ha terminado arrastrando al partido conservador a la derrota en este asunto crucial. Los populares tratan de convencer ahora al país de que fueron las autonomías gobernadas por ellos, sobre todo Galicia y Castilla y León, las primeras en implantar una renta mínima de inserción social para sus habitantes. Pero la coartada no cuela, ya que todo el país ha podido ver lo que ha ocurrido estos meses atrás, cuando Casado, animado sin duda por Aznar y preocupado por el supuesto sorpasso de Vox, puso toda serie de trabas a la aprobación de la histórica ley que fue aprobada ayer. Preocupa comprobar en manos de quién está el PP, un hombre que ni siquiera es capaz de reconocer que se ha equivocado y que cuando es vencido por el rival político en una buena lid parlamentaria termina escudándose en aquello tan pueril de “eso ya lo había dicho yo”.

Si lamentables fueron las explicaciones y excusas del PP, todavía más ridícula fue la rendición de Vox, que ni siquiera ha sido capaz de explicar a sus votantes por qué lo que hace un cuarto de hora era una “paguita” para bolcheviques ahora es una medida ante la que conviene abstenerse, dando luz verde a su tramitación.

Pero sobre toda esa ceremonia de la mediocridad, la incoherencia y la política basura, el día histórico de ayer sirvió para descubrir a una gran parlamentaria, María Luisa Carcedo, la ex ministra de Sanidad y diputada del PSOE, quien por encima de los habituales insultos, desprecios y burradas de los diputados más ultras, fue capaz de hilvanar un discurso parlamentario brillante y de enjundia como hacía mucho no se escuchaba en el hemiciclo.

“Tenemos que estar felices porque estamos haciendo nuestro trabajo y dando respuesta a una situación evidente: en este país hay una distribución muy injusta de la riqueza y eso se llama desigualdad”, argumentó ante los encendidos aplausos de los diputados de la izquierda. Y cuando ya empezaban a asomar las acostumbradas malas formas, pataletas e improperios tabernarios de las derechas, ella repuso con elegancia: “No se preocupen, [la pobreza] no se contagia, pero sí se hereda (…) Como es gasto para personas necesitadas, entonces ya van a ser vagos y van a cometer fraudes… Un poco de respeto a los ciudadanos, son tan de primera como nosotros y como las personas más ricas de este país. Son ciudadanos iguales. Vale ya de apriorismos ideológicos”, defendió la diputada socialista. Su discurso contra la hipocresía, el negacionismo, la doble moral y la cerrazón atávica de las derechas pasará a la historia del parlamentarismo patrio. Hasta se permitió tratarlos como lo que son, unos niños malcriados: “Jolín, qué pena, chicos”. Touché.

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