“Pon tu confianza en Dios, pero asegúrese de mantener seca la pólvora”, aconsejaba Oliver Cromwell. Quizá una reflexión poco entendible por las psicologías mesiánicas y derechistas tradicionales en España, incluidos paradójicamente en los últimos tiempos en este binomio consuetudinario en nuestro país a esa izquierda que se suma como adherencia a un conservadurismo extemporáneo a su propia razón de ser. El Brexit británico es interpretado en España con esa simpleza que para Ortega era no haberse enterado bien de las cosas. Si hay algo que no se le puede reprochar a Gran Bretaña es su exquisita pulcritud democrática, donde es impensable que cualquier problema, demanda o inquietud ciudadana no tenga una solución basada en el escrutinio de la misma ciudadanía. La democracia no puede ser un subterfugio ni un epifenómeno de su propia esencia constitutiva ni un pretexto que trascienda a sus propios fines y eso lo saben bien los británicos y es una asignatura pendiente de la política española.

Después del Brexit vendrán los análisis, anatemas e imprecaciones de Shylock, el shakesperiano usurero, o bien se cavilará que el error ha sido el referéndum mismo, sin tener en cuenta el calado político que conlleva este proceso. El Brexit no es que cause incertidumbre sino que ha sido la incertidumbre lo que ha causado el Brexit con referencia a la deriva del proyecto europeo, donde muchos ciudadanos lo sienten como Voltaire hablaba de la búsqueda del bienestar de la gente: “Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una.” La Unión Europea no puede ser una fraternidad de banqueros y esperar que ello cause una especial emoción ciudadana hacia un proyecto que ha apostasiado de los ideales políticos que constituían la base del europeísmo original.

Sin Gran Bretaña el proyecto europeo entra en una crisis que puede quebrarlo si no se hace un replanteamiento de su propia entidad constitutiva teniendo en cuenta que no puede ser la misma que ha conducido a este callejón sin salida. Europa sin el Reino Unido, pierde parte de su sentido metafísico y político, quizá porque tampoco con Gran Bretaña lo tenía, sino que ahora se descubre crudamente sin atrezo ni pretextos. Y hogaño se comenzará a hablar de prima de riesgo, de “corralito” en Portugal y de quiebra en Grecia, si saber que esa es la Europa que ha fracasado estrepitosamente. ¿Cómo se pueden superar los nacionalismos tradicionales mediante la rapiña de los banqueros? La frase más acertada de los partidarios del Brexit ha sido “Independence Day.” La unión Europea no puede estar de espaldas a las mayorías sociales. Europa, como entidad política, no puede ser la de los mercaderes del templo y prescindir del humanismo y la misma política como, al decir de Azaña, pulsión cívica regida con lucidez.

Los países miembros de la Unión Europea no son protectorados al servicio del poder financiero, sino que deben sentirse coparticipes de un proyecto institucional que propicie un sentimiento de comunidad. Nadie está en un lugar para sacrificarse continuamente. Hubo una vez una Europa de la convergencia, una Europa social, una Europa de los ciudadanos que se ha convertido simplemente en una entidad de préstamos y embargos que no promueve, precisamente, una especial emoción identitaria. La historia y la cultura europea merecen otra cosa.

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