El nuevo Congreso de los Diputados surgido de las elecciones queda dividido en dos bloques. El bloque de izquierdas o progresista formado por los 85 diputados del PSOE, los 71 de Unidos Podemos, 9 de ERC y 2 de Bildu. Y el bloque de derechas, compuesto por PP y Ciudadanos, que  puede llegar a gobernar si logran el apoyo de Coalición Canaria (1 diputado) y el PNV (5 diputados). En total tendrían 175 diputados, a uno de la mayoría absoluta. También puede suceder que el PP gobierne en solitario con la abstención del PSOE y de Ciudadanos o que el PP, Ciudadanos y Coalición Canaria formen un bloque con la abstención del PSOE y PNV. Combinaciones existen.

El “bloque progresista”, en cambio, no cuenta con una combinación posible para llegar al poder. Es la consecuencia a la que nos ha llevado la actitud de un Partido Socialista cuyo único aval en estos comicios es haber logrado superar a Podemos, es decir, neutralizar el “sorpasso”. Pírrica victoria para un partido que ha obtenido el peor resultado de su historia. Y no es eso lo peor. La tendencia es a seguir bajando. Cinco diputados menos que el 20 de diciembre de 2015. Y todo ello para luchar contra un partido, Podemos, de dos años de antigüedad, y la minoritaria Izquierda Unida.

Las cifras son contundentes. El PP gana 700.000 votos, gracias en parte, dicho sea de paso, a los resultados del ‘brexit’. El PSOE pierde más de 100.000 y, lo más alarmante, se queda sin mayoría en Andalucía. Podemos pierde 1.200.000 votos, y Ciudadanos casi 500.000. El fracaso de Ciudadanos hace especialmente brillante el triunfo de Rajoy.

La derrota del PSOE queda suavizada por la de Podemos, y el fracaso de Susana Díaz en Andalucía da un importante respiro a Pedro Sánchez, que sale reforzado ante los barones del partido de cara al próximo congreso. Un Pedro Sánchez cuyo discurso es insultante para lo que significan las siglas de la histórica formación a la que pertenece. Los comportamientos que están manteniendo los líderes históricos socialistas se convierten en un ejemplo muy negativo para el propio Sánchez quien, quizás, esté luchando contra lo que, como herencia, le dejó, y los comportamientos que aún le deja a diario Felipe González. Todo ello para poder levantar las siglas del PSOE,  que han acabado, al paso de los años, por deteriorarse a pesar de la fortaleza con que se levantaron tras la refundación del partido en el Congreso de Suresnes en plena dictadura franquista.

En cambio, en el PP está sucediendo lo contrario. Sus nuevos dirigentes logran superar, de una manera mucho más positiva, las miserias que les dejaron los viejos históricos. Será “el partido del sobre” como despectivamente les llaman por sus asuntos en materia de corrupción, pero han logrado apuntalar un electorado fiel que no admite injerencias de tiempos pasados y que mira, con confianza, a sus futuros líderes. Esos de los que se ha rodeado el propio Rajoy, el único que queda de la “vieja guardia”.

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