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El bienestar de un hombre, ¿Dónde radica: En el lugar donde está o en su propio corazón?

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análisis

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No creo que mi bienestar esté en mi propio corazón: está en el lugar donde vivo, en el Barrio de Hispanoamérica de Madrid.

El corazón es una bomba muscular, impulsora de la circulación de la sangre, con dos ventrículos y dos aurículas y con un sistema nervioso propio. Esta bomba tiene la misión de impulsar la sangre continuamente y si se para por unos pocos minutos, ocurre la muerte. Continuamente cumple con su papel de bombear sangre para sus propias necesidades metabólicas y las de los otros órganos. Realiza su tarea fisiológica con una variedad de funciones eléctricas, contráctiles y estructurales que controlan el flujo de sangre a todos los órganos. A los siete días de gestación el desarrollo del corazón se ha terminado.

 A un ritmo de setenta pulsaciones por minuto, el corazón se contrae cien mil veces al día, treinta y siete millones de pulsaciones por año, correspondiendo a tres  billones de pulsaciones durante una vida de ochenta años. El estudioso del corazón se maravilla con el sistema nervioso propio de esta bomba. El corazón tiene las cosas necesarias para que el ser humano viva bien: sangre que le llega del resto del cuerpo, que se oxigena al pasar por los pulmones que la bomba trae hacia sí, para volver a contraerse  y seguir su movimiento.

Allí está el conjunto de cosas necesarias para que funcione el cuerpo, pero la vida del corazón no es holgada; tiene que trabajar continuamente, sin descanso, toda la vida. Es algo necesario para vivir. Al cabo del tiempo esa bomba se parará y el hombre morirá. 

 Todo lo que el hombre llama bienestar no está en el corazón y alguna vez me he preguntado: ¿Está en el cerebro sano?  Y finalmente me convenzo de que el bienestar del hombre está en el lugar donde vive, donde están sus cinco sentidos, que son: la piel, que permite el tacto, los ojos, que proporcionan la vista, el oído, que además de captar los sonidos, controla el equilibrio, la nariz, con la cual percibimos los olores, y  la lengua, con la que se distinguen los sabores, el gusto.

No dejemos que los políticos culpen al corazón de los problemas que ellos deben resolver. Los problemas políticos pertenecen a la política, no al corazón. Los problemas cardíacos deben ser resueltos por los cardiólogos o por médicos internistas.           

Hace muchos años, en los primeros años de la década de mil novecientos cuarenta, a mis doce años, asistí en Mayagúez, Puerto Rico, a un mitin electoral en que participaba un político muy querido por los que deseaban la independencia de la Isla. Aquel orador era Don Pedro Albizu Campos, un abogado graduado con honores por una importante universidad norteamericana. Su amor por la isla era tan convincente que las autoridades norteamericanas tendieron una red para pescarlo y encerrarlo lejos de Puerto Rico, donde él decía tener su corazón. Quedé admirado por su oratoria, por su amor profundo a la isla que siempre la tenía en su corazón. Don Pedro fue aclamado en las distintas apariciones políticas de aquella campaña. Nos hablaba de su profundo amor por nuestra patria. Pronto el gobierno local, presidido por un militar de Estados Unidos, tendió sus redes, lo arrestó y fue encerrado en una cárcel en Atlanta, estado de Georgia. Allí y en otras cárceles de Estados Unidos, fue torturado y sometido a  terapias químicas y radioactivas para ver los efectos de las radiaciones a que iba a ser sometida la población de Japón cuando fuesen atacadas sus poblaciones con las primeras bombas atómicas. 

Don Pedro decía que tenía a Puerto Rico en su corazón. No se daba cuenta que su bomba cardíaca pertenecía a los Estados Unidos, la mayor potencia mundial. Su objetivo, la independencia de su isla, era una ilusión. Don Pedro está enterrado en el Cementerio de Santa Magdalena de Pazzis, fuera de las murallas de la Fortaleza de San Felipe del Morro, en San Juan, muy cerca de la tumba del poeta Pedro Salinas  y cerca de donde estuvo la de Juan Ramón Jiménez.

Si consideramos que bienestar es el estado de la persona cuyas condiciones físicas y mentales le proporcionan un estado de satisfacción y tranquilidad, pensamos y diremos que el bienestar del hombre radica en sí mismo, en su todo y no en un sitio particular de su organismo.

La semana pasada me dijo un amigo, profesor en una escuela de medicina de Madrid, que se oyen algunas expresiones entre los estudiantes como:

                  “Nena, qué ADN tan bueno tienes.”

                  “Me gusta el ADN de tus…”

                   “Te lo juro por el ADN de mi madre.”

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