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El beso del príncipe

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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No necesitamos tener delante el cuento de Blancanieves, de los hermanos Grimm, porque, entre otras cosas, casi todos recordamos sus más mínimos detalles y hasta lo hemos contado muchas veces a los hijos y nietos. Constituye una narración deliciosa. La reina se encuentra tejiendo, cerca de una ventana con marco de ébano negro, mientras cae la nieve. Se pincha un dedo con una aguja y las gotas de sangre caen en la nieve, produciendo un efecto de gran belleza, que hace exclamar a la reina: “¡Ojalá tuviera una niña tan blanca como la nieve, tan roja como la sangre y tan negra como la madera de ébano!”.

Así fue, pero la madre murió en el parto y el rey volvió a casarse. La reina ahora era arrogante y ambiciosa, quería ser la más bella del lugar. Su espejo maravilloso le descubrió que había alguien más bella, Blancanieves. Se encolerizó y mandó matarla en el bosque a un cazador, que se apiadó de ella. Encuentra la cabaña de los siete enanitos, que la cuidan, lo que el espejo da a conocer a la madrastra, que le hace morir con una manzana envenenada. Mientras estaba en el ataúd, se presenta un príncipe en la casa de los enanos, la ve y pide que se le entreguen, porque es lo que más quiere en el mundo. Mientras sus servidores la conducen por el bosque, tropiezan y Blancanieves arroja el trozo de manzana envenenada que tenía en la boca y resucita. El príncipe la lleva al castillo de su padre y se casa con ella.

Pues bien, la factoría Disney hace una revisión e introduce el beso del príncipe, que la salvará de la maldición de la madrastra. Querían hacer una propuesta más romántica. Se desató la polémica.

Unos califican el beso de no consentido, dado que Blancanieves está inconsciente y muerta. Por eso aquí no hay gesto amoroso, sino una invasión de la intimidad de forma violenta por parte del macho. Enseñar esto a los niños es muy peligroso: sabrán que ellos mandan y que la mujer pasiva desea ansiosamente su presencia, porque así podrá salvarse.

Otros acuden a las novelas victorianas con mujeres sumisas y aún sometidas por una moral realmente rechazable. Ahora bien, es que vivían así como las pintan las novelas. Esto podrá ser rechazable en la actualidad, pero nos ofrece una información detallada del modo de proceder de aquella sociedad y el pasado no puede borrarse. Se trata de fuentes de información fiables y enseñan lo que era normal. Sus costumbres seguían esta línea moral. No tiene sentido censurarlas, porque, son ya clásicas, que debemos leer y que solo aprovecharemos si nos situamos en su contexto. Podemos contrastar esta conducta con la actualidad, viendo cómo hemos evolucionado. Las cosas no fueron siempre iguales, afortunadamente, se van produciendo cambios inexorablemente.

Algunos ponen en valor los aspectos moralizadores de los cuentos. Eran ejemplos de lo que había que hacer entonces. Puede que los lectores pequeños se encuentren extrañados y digan que ya no se hace así, pero es el momento de explicarles que no podemos permanecer siempre inmóviles. Todos estamos vivos, seres humanos, plantas y animales. Tenemos, igualmente, necesidades, que pueden ser diferentes de acuerdo con las épocas. Otras pueden parecernos válidas todavía, no en el detalle, sino en lo más sustantivo. Incluso cambia la manera de contar las historias, el modo lingüístico no será igual, pero también se puede disfrutar de la puesta en escena anterior.

Muchos se fijarán en los grandes estereotipos que representan los cuentos, que pueden cuestionarse, por supuesto. Hay maestros que preguntan a los niños como sería la historia contada de otra manera. Se trata de un buen ejercicio de reflexión, que sacará a la luz las ideas y formas de pensar en la actualidad. Luego pueden compararse, contrastándolas para elegir las que nos parezcan mejor. El valor de las ficciones o narraciones sigue vivo, mientras que sean clásicas.

Otras se irritarán por ver representadas a las mujeres de forma pasiva, mientras que solo los varones son los activos. Todavía se dice que una mujer no está completa sin la pareja y por eso buscan desesperadamente unirse a algún varón. Aprender a convivir autónomamente se hace cada vez más necesario. Hay quien confirma también que es que él o ella son de vivir en pareja, lo que resulta muy válido, siempre que se encuentre la pareja adecuada. Lo que no parece razonable es vivir esperando únicamente que el príncipe se haga presente. No podemos amargarnos con tal situación.

La censura a los cuentos no me parece aceptable. Léanlos quienes quieran y los que no, absténgase de hacerlo, pero teniendo en cuenta siempre que son un material que pertenece a la historia, cumplieron su papel y ahí están esperando la posteridad. En vez de censurar los cuentos lo que podríamos hacer es escribirlos nosotros de otra manera, mediante el ejercicio literario, impulsando valores nuevos o manteniéndolos en el terreno de la neutralidad. Todo menos seguir criticando situaciones anteriores, sin ofrecer alternativa alguna. Soy de los que quieren seguir leyendo cuentos nuevos con todo el potencial disponible. Es el noble ejercicio literario. ¿Por qué los moralizadores del siglo XXI tenemos que destrozarlo sin dejar ni siquiera a los cuentos que vivan a su propio aire?

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