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“El arte y el amor surgen del miedo a que la vida no signifique nada”

Gustavo Martín Garzo traza en ‘La rama que no existe’ una apasionante historia de amor entrelazada con el arte como empresa amorosa por excelencia

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análisis

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El escritor vallisoletano Gustavo Martín Garzo acostumbra a preguntar más que a responder. Y lo hace con elevadas reflexiones en historias hilvanadas con sentido y sensibilidad. Quizá esté ahí el enigma de la buena literatura. Sobre todo llevando a cabo el envite sin que se note, con una cadenciosa sinuosidad a través de un estilo depurado, epidérmico en lo emocional y certero en lo racional.

“Nunca sabemos por qué nos enamoramos de una persona y no de otra”

Un endiablado equilibro estilístico que le ha valido en su ya dilatada y premiada carrera narrativa el Nacional de Narrativa y el Nadal, entre otros galardones. En La rama que no existe (Destino) entrelaza con equilibrio dos temas universales, el amor y el arte, que siempre dan mucho de sí como líneas temáticas que desembocan en una apasionante historia de amor entre un anodino profesor de ciencias en un instituto y una nueva y enigmática docente de literatura de la que cae perdidamente rendido.

En este encuentro, el arte y el amor conducen a este entrevistador y a su entrevistado por los apasionantes vericuetos de la pasión, el amor, el arte y la creación como un todo unificado de donde surge una energía tan poderosa como imprevisible. Apasionante siempre la palabra de Martín Garzo, sobre todo cuando emociona hablando de esos rincones intangibles que la mayoría no vemos.

 

Abandona ese mundo mágico tan reconocible en su literatura para adentrarse con La rama que no existe en otro camino no menos mágico como es el mundo del arte y el amor, y lo hace a ritmo de realismo psicológico. ¿Por qué?

Cuando escribes un nuevo libro aspiras a no repetirte, a que no resulte igual que los anteriores, pero al terminarlo descubres que has vuelto a escribir el mismo libro. No creo que en este caso sea distinto. Es el mismo mundo, las mismas obsesiones, la misma búsqueda de algo que nunca sé qué es. Lawrence Ferlinghetti dice que “un poema es un espejo que camina por una calle desconocida”. Siempre que escribo me encuentro en una calle así. Nunca sé qué lugar es ese ni lo que me voy a encontrar en él.

 

Afronta las posibilidades conjuntas del arte y el amor, un binomio siempre en buena sintonía a primera vista. ¿Puede la pérdida de uno de estos dos elementos causar el desequilibrio definitivo del otro? ¿Por qué?

El arte es siempre una empresa amorosa, y el amor es una de las bellas artes. De ahí procede la capacidad de ambos para fascinarnos y confundirnos. Nunca sabemos por qué nos conmueven ciertos poemas o ciertos relatos, nunca sabemos por qué nos enamoramos de una persona y no de otra. El arte y el amor no pueden existir separados. Los dos surgen del miedo a que la vida no signifique nada, a que deje de decirnos cosas.

 

El ser humano necesita constantes estímulos para sentirse vivo. En un hipotético pulso del arte con el amor, ¿habría algún vencedor o más bien dos derrotados?

El arte y el amor son hermanos gemelos, representan la expresión más pura del ser humano. El arte es el vestido de Cenicienta en el baile. ¿Para qué otra cosa lo llevaría sino para encontrar el amor?

 

¿Cómo puede el arte sanar las heridas profundas del amor?

No puede hacer eso. El amor es una herida, nada ni nadie la puede curar. Es la espina dorada de la que habló Machado, la espina que nos hace sentir, que nos hace descubrir en nuestro corazón lugares que no sabíamos que existían.

“El arte es el vestido de Cenicienta en el baile. ¿Para qué otra cosa lo llevaría sino para encontrar el amor?”

 

A diferencia del amor, el arte requiere de la soledad para conseguir sus fines máximos. ¿Alguna otra diferencia más que pueda destacar en este sentido?

Cuando escribes nunca estás solo, vives rodeado de fantasmas. También pasa eso cuando leemos, cuando vamos al cine, cuando contemplamos una exposición. Es extraño que necesitemos relacionarnos con lo que no existe, pero es así. El amor es lo contrario a la muerte. La razón nos dice que tenemos que morir; el amor que nunca moriremos. La poesía (el otro nombre del amor) es empeñarse en seguir soñando aun sabiendo que se trata de un sueño. Por eso en las Cántigas de alba los amantes no quieren despertar, que la noche termine.

 

Aunque a priori parece que la razón se impone cuando se aborda la relación del amor con el arte, su novela también muestra razones “ocultas” menos visibles. ¿Es así o se ha ceñido a un realismo más o menos puramente psicológico?

No me interesa el realismo, el arte representativo. Nabokov dijo que la literatura era belleza más piedad, y nuestra época ha dado la espalda al antiguo sentimiento de la piedad, que surge de nuestra relación con lo Otro. Y lo Otro son los animales, los dioses, la naturaleza, el mundo del sueño y del inconsciente. Pero también todos los diferentes: el loco, el extranjero, el niño, el anciano, el enfermo. El arte habla de los seres perdidos. Justo lo que somos cuando amamos.

“El amor es lo contrario a la muerte. La razón nos dice que tenemos que morir; el amor que nunca moriremos”

 

Utiliza en el final de su novela una frase inspirada en Edipo Rey. ¿En este mito clásico está parte de la clave?

No, ahí no está la clave. La tragedia nos dice que hagamos lo que hagamos no podemos salvarnos, que todos estamos condenados. Y yo creo en la gracia, en el encanto del mundo y de sus criaturas. Seguir ese rastro de la gracia es la tarea del arte, que una vez más se confunde con los quehaceres del amor en la tierra. Qué pasó en el Arca de Noé durante la negra noche del diluvio es lo que me gustaría saber y contar. Tuvo que pasar de todo en un lugar así.

 

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