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El arte de desobedecer

Pedro Antonio Curto
Pedro Antonio Curto
Escritor. Colaborador del periódico El Comercio y otros medios digitales. Autor de los libros, la novela El tango de la ciudad herida, el libro de relatos Los viajes de Eros, las novelas Los amantes del hotel Tirana (premio Ciudad Ducal de Loeches) y Decir deseo (premio Incontinentes de novela erótica). Premio Internacional de periodismo Miguel Hernández 2010. Más de una docena de premios y distinciones de relatos. Autor de diversos prólogos-ensayo de autores como Robert Arlt y Jack London, así como partiipante en varias antologías literarias, la última “Rulfo, cien años después”.
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análisis

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Si un día nos sentamos a tomar un café y a la hora de pagar nos encontramos con que ha subido de manera espectacular, pediríamos explicaciones, nos plantearíamos pagar lo que nos exigen y desde luego,  no volveríamos al lugar.  Y nadie esperaría que el resto de establecimientos hubiese seguido la senda de precios ascendentes.

  Más allá de las explicaciones técnicas y justificaciones, está claro que la subida del precio de la luz obedece a operaciones especulativas de las empresas eléctricas, permitido o  con la complicidad del estado español. Que eso ocurra con un bien de primera necesidad, que afecte a todo el mundo con independencia de su nivel económico, se puede considerar un  abuso de poder e incluso, una forma de violencia estructural.

  Hay pocas cosas más desprestigiadas que la desobediencia y sin embargo, gracias a ella, a que sectores sociales, en muchos casos con gran sufrimiento,  desobedecieron en diversas épocas al poder, se han alcanzado muchos de los derechos que hoy tenemos. Dice el filósofo francés Frédéric Gros: “la desobediencia, frente al sinsentido, la irracionalidad del mundo tal como va, resulta evidente. No necesita muchas explicaciones. ¿Por qué desobedecer? Basta con tener ojos en la cara. La desobediencia está tan justificada, es tan normal, que lo que choca es la falta de reacción, la pasividad.” Es decir, pagar las actuales tarifas de la luz es ilógico,  algo así como si aceptásemos que nos cobrasen cien euros por un café. Y sin embargo el solo plantearlo es tildado de barbaridad e incluso de ser inútil. Y en este caso la desobediencia sería de lo más efectiva, bastaría con que un sector significativo de la sociedad, pongamos que un 25 o 30 por ciento de la población, de manera organizada, no pagase el recibo o pagase la parte justa, el tarifazo se derrumbaría. Ni las eléctricas van a cortar la luz a millones de personas, ni el estado va actuar contra ellas porque estaría desbordado. La cuestión está en una “educación moral” muy arraigada que admite la violencia estructural como un algo inevitable.

En realidad, frente a la creencia generalizada, lo que hacemos es sobreobedecer. Se plantea el cumplimiento de las leyes y la aceptación de una normatividad por injusta que esta sea, como las bases de la sociedad del orden, frente al caos que supondría la desobediencia. Se  olvida lo que señala Gros: “La experiencia totalitaria del siglo XX nos ha hecho sensibles a una monstruosidad inédita: la del funcionario celoso, el cumplidor impecable. Unos monstruos de la obediencia.” Si la obediencia social ha sido una de las bases del totalitarismo, las democracias liberales  nos llevan a una trampa: hay que cumplir la ley y si se quiere cambiar ir al proceso institucional donde están las elecciones y la posibilidad de elegir otro gobierno.  Por un lado se quita la soberanía a la ciudadanía que la cede a una élite y por otro, se ignora que hay una realpolitik, marcada por el poder de los mercados,  en la que la ciudadanía apenas decide nada. Además la cuestión no está en la obediencia/ desobediencia por norma, sino en plantearse para qué obedecemos y porque podemos desobedecer. En este sentido es paradójico lo que está sucediendo con la Pandemia; desde los llamados negacionistas, a quienes ahora hacen botellones y fiestas, se nos presenta la irresponsabilidad como una muestra de rebeldía de algunos sectores frente a la responsabilidad del estado. Hay que aceptar las normas nos dicen, confundiendo a unos “rebeldes sin causa”, frente a la desobediencia social, justificada y lucida. “Hace falta una estilística de la obediencia, la única que puede inspirarnos una estilística de la desobediencia.”

   Hoy no exista un suficiente número de gente para hacer un simpa colectivo a las empresas eléctricas. Estamos ante una sociedad acrítica, indefensa, y sometida a los dictados del poder: Toleramos lo intolerable.

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