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El apagón, el hornillo de camping gas y la neurosis colectiva

El miedo a un corte de luz y al desabastecimiento, que los expertos califican de "improbable", dispara los beneficios de algunas empresas

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análisis

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La histeria colectiva ante un posible apagón cunde también en España. En las últimas horas los hornillos de camping gas, las linternas y más de 400 medicamentos han empezado a escasear en ferreterías y farmacias. Muchos españoles viven con angustia las noticias sobre el posible gran apagón, aunque los expertos repitan una y otra vez que esa hipótesis es “improbable” porque nuestro país dispone de una red de suministro energético potente y consolidada.

No vamos a volver a un Neolítico alumbrado con velas, como predicen algunos. Cuestión distinta es que los motores del capitalismo hayan colapsado tras el parón por la pandemia. Al sistema le está costando arrancar de nuevo, en buena medida porque la producción va lenta, la oferta insuficiente no puede dar respuesta a la demanda frenética (lo que se conoce como “cuello de botella”) y hay escasez de materias primas. El desabastecimiento mundial es un hecho y algunos elementos como el chip fabricado en China no está llegando a sectores estratégicos como el automóvil, la telefonía o los electrodomésticos.

Pese a que falta más de un mes para las fiestas navideñas, muchas familias están empezando a comprar ya los juguetes para los niños. El mundo podrá irse a la mierda, pero Papá Noel y los Reyes Magos que no falten a su cita. El apocalipsis será más llevadero mientras la Barbie repija y la videoconsola anestesiante lleguen a su tiempo como cada año. Es la neurosis consumista en su máxima expresión, una fiebre que genera entontecimiento y burricie. Las asociaciones de consumidores advierten de que a fecha de hoy no hay problema de abastecimiento, aunque puede haberlo si la gente se deja llevar por esta especie de extraña fiebre de codicia, infantilismo y estulticia.

Fue el maestro Zygmunt Bauman quien alertó de que el sistema nos incentiva y nos predispone a actuar de manera egocéntrica y materialista. Y así nos movemos, por impulsos narcisistas, por placer y por miedo. El mundo puede reventar, pero las bandejas de turrón y polvorones bien repletos en la mesa. La tradición manda más que la razón. Nos encontramos en un bucle sin fin de exceso y desechos, grandes motores de la economía del engaño. Juegan con nuestra psique, nos manipulan, nos tratan como marionetas sujetas por el hilo musical del supermercado. La libertad es un fin de semana de tarjetazos a la cuenta corriente antes de que llegue el lunes con su rueda laboral, sus miserias, sus salarios africanos y su precariado. Anulan nuestra voluntad hasta convencernos de que necesitamos una motosierra cuando ni siquiera tenemos jardín, pero el efecto más alucinante y perversamente bestial está en cómo el sistema nos hace creer que somos ricos cuando no salimos de pobres desgraciados.

“La cultura de la modernidad líquida ya no tiene un populacho que ilustrar y ennoblecer, sino clientes que seducir” (otra vez Bauman). O como dijo Galeano, “estamos en plena cultura del envase. El contrato de matrimonio importa más que el amor, el funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo y la misa más que Dios”. Lo que se lleva ahora es transformarse en un producto deseable y deseado y todos van de estrellas del rock en TikTok (ellos depilados y musculados, ellas operadas de las tetas). El comprador es un robot que se mueve por pulsiones, por adicciones, por filias y fobias. La mitad de la humanidad pide diván mientras que la otra mitad se muere de hambre.

Estamos, sin duda, ante el peor gripazo del sistema capitalista desde que empezó aquella pesadilla de la primera Revolución Industrial. Hemos pasado de la máquina de vapor a la computadora, pero el truco sigue siendo el mismo: triturar el alma del homo sapiens hasta reducirlo a homo economicus, es decir, un ser que nace, crece, consume y muere. Como muy bien decía Tyler Durden en El club de la lucha, tenemos empleos que odiamos para comprar cosas que no necesitamos. En esa ficción existencial vivimos y lo peor de todo es que nos gusta.

Probablemente tardemos algunos meses en superar esta crisis de producción y abastecimiento. No habrá gran apagón ni nada que se le parezca y Hollywood sacará unas cuantas malas películas de esto. Simplemente será una etapa más en el progresivo y lento proceso de decadencia y destrucción de la civilización humana. La epidemia de infoxicación en las redes sociales seguirá causando estragos. Los bulos en las redes sociales y los negacionistas seguirán haciendo mella hasta destruir la sociedad desde sus entrañas mismas. Hoy cualquier bocachanclas indocumentado tiene más credibilidad que un economista, un científico o un Premio Nobel. Nadie cree ya en la cultura y en la razón y los portales digitales de baja estofa lo contaminan todo con sus noticias amarillistas para generar el clickbait. Se ha comprobado que el miedo es el mejor combustible del sistema capitalista. Miedo al terror yihadista, miedo a un ataque nuclear, miedo al virus, miedo al apagón o a un apocalipsis zombi. El acaparador de hoy es la riqueza del empresario de mañana, como cuando algunos hicieron el agosto durante la pandemia a costa de la neurosis del papel higiénico.

En realidad, nos da igual si el planeta se va al garete o se convierte en una gran caldera invivible a 50 grados en invierno con tal de dar rienda suelta a nuestros instintos más primarios en el Black Friday. Lo importante es que siga la gran orgía del capitalismo desbocado. Greta Thumberg es un producto más de mercadotecnia, los países ocultan las cifras reales del cambio climático. En el nuevo tablero mundial, el miedo es la excusa perfecta para seguir consumiendo y seguir enfermando los cerebros de las gentes, que buscan consuelo y refugio en la placentera religión del consumismo, en la futurista catedral del centro comercial y en el gran dios del dinero. Muchos están deseando que llegue el fin del mundo para comprarse un hornillo de camping gas y sentir la seductora excitación de ver cómo se hace un cocido a lo pobre. Qué emocionante es el Armagedón.

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