La historia del feminismo ha sido marcada por mujeres diversas que rompieron los moldes sociales de lo «aceptable», marcando épocas y tendencias que siguen inspirando a todas las generaciones que luchan por la igualdad real.

Actualmente, el movimiento femenino ha alcanzado un alto tono de voz que jamás había tenido. Por eso, escuchamos discursos de reivindicaciones femeninas en la política, prensa, educación, cultura, movimientos sociales e intelectuales; pero también, hoy más que nunca, el feminismo es asfixiado por quienes creen que solo algunas mujeres merecen ser tratadas con respeto, aquellas mujeres que son feministas moderadas, las que no molestan con sus discursos, las que luchan por sus derechos, pero, al mismo tiempo, se dan cuenta de que existen causas más importantes que las que ellas defienden. Hombres y mujeres que se han encargado de sembrar divisiones, estableciendo una jerarquía feminista condicionada al lugar en el que naciste, la escuela en la que estudiaste, o de los círculos sociales y profesionales en los que te mueves.

Así, el movimiento feminista toma fuerza pero, al mismo tiempo, es fragmentado por la discordia y la envidia, muchas veces sembradas desde dentro. Las mujeres feministas ya no son un colectivo, sino que se encuentran divididas, las hay intelectuales, sociales, radicales, moderadas, locas, cuerdas, merecedoras de respeto o dignas de odio y repulsión; y, aunque definitivamente, no todo está permitido, lo peor que puede pasarle al movimiento feminista en este momento es perder la fuerza que tantas generaciones forjaron a través de la historia, desde Olimpe de Gauxes hasta Marcela Lagarde, mujeres que nos han mostrado que el camino hacia la igualdad real no es el victimismo, sino una auténtica sororidad.

El feminismo necesita que seamos nosotras quienes continuemos empujando, pero también quienes sigamos negociando en un mundo escrito y pensado en masculino, en el que pocas voces y plumas de mujer tienen oportunidad de salir a la luz. No estamos de acuerdo en todo, pero, ¿por qué las mujeres no tenemos derecho a discrepar o a ser distintas?, ¿por qué no podemos enriquecernos de todos los feminismos?; ¿por qué no comenzamos a ceder en lugar de imponer? Aunque se requiere de espíritu salvaje para pelear por aquello que nos es debido en justicia, actuar sin conciencia no nos hace más valientes. La sociedad necesita hoy más que nunca ser feminizada, y no masculinizada, aprendiendo que las mujeres somos valiosas por autenticidad y no por imitación.

Las mujeres no son prototipos de moldes que buscan encajar, sino auténticas obras de arte que guardan especial singularidad y se distinguen cada una por su propio valor y belleza. Las mujeres feministas tenemos la capacidad de ver más allá de las apariencias, el placer, el éxito, o el reconocimiento social, porque somos conscientes de que este movimiento no nos pertenece, sino que somos instrumentos del mismo. Valientes guerreras a las que una vez quemaron vivas o guillotinaron, mujeres y niñas a las que siguen violentando, torturando, acallando, corrigiendo e insultando, sin darse cuenta de que lo único por lo que luchamos es por acuñar un significado más profundo del amor y la libertad.

El amor feminista es la clave de nuestra lucha, muchas han defendido nuestra causa hasta la muerte, aunque no les tocara saborear el triunfo ni la libertad; otras han callado para poder construir desde el silencio, la fuerza que diera oportunidad a otras de luchar por sus sueños; las mujeres no somos iguales, no pertenecemos a un grupo genérico en el que estamos agrupadas para poder existir.

El amor feminista consiste en aprender lo más que podamos de las otras, incluso de aquellas con las que no estamos de acuerdo porque nosotras no conquistamos, no imponemos, ni violentamos; porque la historia nos ha enseñado que eso ya lo hicieron otros, y no funcionó. No podemos olvidar que las personas que luchamos por la igualdad real compartimos el mismo motor de lucha. La crítica constructiva siempre será bienvenida, las ganas de levantarnos unas a otras y hacernos mejores debe prevalecer. Lo que no podemos permitirnos es olvidarnos de que somos apenas un engranaje de esta gran maquinaria que avanza a pasos agigantados haciendo mucho ruido, atravesando muros, rompiendo techos y cadenas, enseñándole al mundo que se equivoca, si cree que hemos pasado por tantas cosas, como para dividirnos y rendirnos ahora, este es nuestro momento, es el momento del amor feminista.

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre