viernes, 19abril, 2024
15 C
Seville
Advertisement

El ADN se puede editar y somos los candidatos perfectos

Javier López Astilleros
Javier López Astilleros
Guionista audiovisual y analista político
- Publicidad -

análisis

- Publicidad -

Es posible editar el ADN con el objetivo de aumentar la inteligencia. No es necesario un embrión: ya se puede hacer en seres vivos, en caliente ¿Es posible alargar la vida también con una correcta edición genética? Desde esta perspectiva, es natural que el culto a la ciencia se convierta en un dogma.

La literalidad de la reescritura en biología señala, paradójicamente, el fin del sentido del progreso, y apunta a la moral y a la ética, en especial ante la promesa de fuentes de energía inagotables y una salud perpetua. Para alcanzar la perfección, se precisa la fabricación rápida de compuestos de vacunas ARNm, destinadas a enseñar al organismo como defenderse mejor de un mal que siempre reside fuera. Poco importa la prodigiosa inmunidad natural; el entrenamiento del organismo es ordenado por burócratas de Bruselas dirigidos desde Washington. A cambio de un poco de paz, es preciso ceder la soberanía de las decisiones en favor de una inteligencia artificial cuya puerta es el código QR. Los que dudan del código de identificación rápida son herejes y ateos digitales.

Una cosa es cierta: esta crisis político-sanitaria explota las vulnerabilidades con gran precisión, con asombrosa crueldad. Dicen los astrólogos que esto sucede cuando algunos planetas lentos, aniquiladores y viejunos, como Saturno, Plutón o Júpiter coinciden en su trayectoria tal y como lo hicieron hace casi 700 años, cuando la peste negra encendió la imaginación del apocalipsis.

Es tiempo de terror, por eso la rata negra ha vuelto y ocupa algunas ciudades del suroeste del Reino Unido. Al parecer, tienen predilección por el plástico de la fibra óptica, el que roen con gusto. Si las ratas alcanzan el centro del continente solo resta el gran apagón. Así es: los medios alemanes enseñan a la población como acurrucarse junto al vecino bajo la luz de un candil en una casa congelada. La inducción del miedo genera un gran consenso que garantiza el éxito político.

Tal vez el error es interpretar la crisis político-sanitaria por lo evidente, por lo que transmiten los medios. La costumbre de creer exclusivamente en lo que los ojos ven limita la experiencia. Por eso, es interesante hacer un esfuerzo de interpretación inverso: conocer las cosas por lo que no expresan, por su negativo, como en un baile de sombras chinas. Los acontecimientos más relevantes en la historia en ocasiones son una incógnita. Se intuyen cosas, aunque no se conocen hasta que las autoridades desclasifiquen los documentos oficiales, lo que es una concesión al historiador del futuro, pero una negación al ciudadano del presente. El Estado es una apisonadora de almas vivas y un embalsamador de leyendas, héroes y heroínas.

Parece un proceso irreversible: la inteligencia artificial requiere de poder porque pretende sustituir a la conciencia. Pero su tragedia está en que siempre llega tarde, por más que se empeñen en registrar hasta el aleteo de una mariposa. Es una guerra desigual para ellos, porque la grabadora siempre llega en segundo lugar. Nada puede igualarse a la naturaleza intelectual porque no tiene par, tan solo réplicas.

Las vacunas ARNm precisan de la enfermedad, y ésta, de un sujeto en disposición de enfermar. Alcanzar esta locura cuantitativa requiere de esclavos voluntarios dispuestos a ceder su alma y cuerpo con tal de que les dejen vivir en una ensoñación prepandémica.

Y ahora pretenden inocular a los niños, de los que tenemos tanto que aprender, por ejemplo, a decir no. A ellos hay que atribuirles la virtud de la clarividencia porque su alma está desprovista de máscaras. Es una temeridad ofrecer el compuesto ARNm a un niño acostumbrado a negar las cosas de los mayores.

Toda polaridad requiere de cierto equilibrio para alcanzar la armonía. Por ejemplo, entre los simpatizantes del transhumanismo y los dudacionistas. Pero hoy estamos lejos de eso. Si no, observen la conjunción planetaria de Pablo Iglesias y Margallo: ¿quién es Saturno?, ¿quién Plutón? Ambos desean una vacuna universal obligatoria que nada tiene que ver con la renta mínima.  Hay quien sueña con la postración de una masa de ultraderechistas postrados en el Wizink Center, implorando una tarjeta de crédito y sometidos a la inoculación de productos experimentales, fabricados por empresas adictas al soborno de políticos y médicos. Tal es el caso de Pfizer entre otras.

El tiempo se ha llenado de crueldad. ¿Por qué negarlo? Desde las televisiones se anima al odio sin pudor. Esto envalentona a los insensatos. Sin embargo, todo carece sentido: los inoculados contagian igual que los no inyectados e ingresan también en el hospital: los del QR tienen sus derechos de libre contagio.

¿Qué mecanismo se activa en el cerebro para activar este linchamiento de los escépticos? En realidad, los no inoculados se parten la cara por el resto, que resultan la mayoría. Somos de la misma progenie.

Peter Dashi, editor del British Journal lo expresó con inteligencia: ¿Cómo te sentirías con el código obligatorio de las vacunas si no las llamamos vacunas? ¿Y si las inoculaciones fueran llamadas fármacos en su lugar?” Esta epidemia de control político viene en forma de pasaporte; y es cierto que se cede tan dócilmente al chantaje que tan solo resta convertirse en enfermos crónicos por decreto.

Es difícil de creer que la población no sospeche algo extraño en el comportamiento de las autoridades, de un virus que muta dependiendo de la franja horaria, el país de procedencia o el periodo vacacional. La locura cuantitativa tiene estas cosas: fíjense en la mayoría de los estados africanos; no hay noticias. Tan solo individuos que viven su tiempo presente.

- Publicidad -
- Publicidad -

Relacionadas

- Publicidad -
- Publicidad -

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre

- Publicidad -
- Publicidad -
- Publicidad -
Advertisement
- Publicidad -

últimos artículos

- Publicidad -
- Publicidad -

lo + leído

- Publicidad -

lo + leído