Hoy, 8 de marzo, al igual que muchos otros han hecho antes que yo y otros tantos harán tras mí (habitualmente con mayor acierto que yo), hablaré de la mujer. Multitud de contenidos en medios nos informarán y orientarán sobre la brecha salarial; se escribirán líneas y líneas comentando las características de estas diferencias salariales, en qué puestos se producen más habitualmente, cómo evitar esta discriminación, etc. Se hablará, también, del maltrato social, institucional y personal ejercido sobre la mujer; de las cifras del terrorismo de género; de la indiferencia social; y de cómo erradicar esta lacra. Se hablará, en definitiva, de defender a la mujer, de protegerla contra la barbarie y la discriminación. Sin embargo, hay un reverso para esta moneda: junto a la defensa de la mujer, debe tener cabida su auto empoderamiento, debe quedar espacio para la feminización de la protesta.

Parece claro que la protesta se ha feminizado. Además, resulta imprescindible que se profundice en esa vía (aunque el papel de la mujer como impulso para la historia no sea nada nuevo, ni sea éste un tema de minorías). El sufragismo en el mundo fue un ejemplo claro de esto: vosotras os lo guisasteis, crecientes partes del otro cincuenta por ciento os apoyamos, y hoy sois más dueñas de vuestro destino político. Y cada vez más. Las mujeres también fueron clave en la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos: sin el apoyo de ese cincuenta por ciento, la pugna por la abolición de la esclavitud antes, y por los derechos civiles y políticos después, posiblemente no habría tenido el mismo resultado (no al menos tan pronto). Por otro lado, ¿qué sería, en general, de la economía y la sociedad de cualquier país sin las mujeres? Sencillamente, no existirían.

La lucha sigue, y lo hace de manera cualitativamente distinta: el lema para este 8 de marzo se aleja de ese rutinario pasear de otros años; este año invita a parar, a decir “¡basta!” y a usar, como arma de lucha, no solo la solidaridad (como apunta acertadamente Víctor Arrogante), sino también el peso específico del colectivo dentro de la sociedad. Frente a la rutina de la manifestación, esta vez se nos convoca a la huelga. En mi opinión, se hacía necesario elevar el tono de las protestas, y éste es un buen paso. Por eso, tengo la sensación de que, sin ser la huelga nada nuevo, en este caso podría ser síntoma de una toma de conciencia, de carácter más global, sobre la importancia de las mujeres en la lucha. Al fin y al cabo, sin ese cincuenta por ciento no hay lucha que valga.

Unos hechos que me reafirmaron en esta idea fueron las protestas mundiales contra la toma de posesión y discurso de Donald J. Trump. En estas manifestaciones pudimos ver algo que a nivel local se viene observando desde hace tiempo (y que mi madre siempre me señala): la protesta está, de manera creciente, siendo protagonizada por mujeres. Tras la proclamación de Trump vimos algo muy curioso: las mujeres lideraron protestas mundiales de unas dimensiones sin precedentes. Ellas. Ni los afros, ni los asiáticos, ni los musulmanes, ni los latinos. Quienes las protagonizaron fueron ellas. Y lo hicieron, tal vez, porque ellas son, a la vez, negras, asiáticas, musulmanas, latinas… y mujeres. Ahora, casi dos meses después, el nivel de conflictividad es menor (como es normal), pero hoy estamos ante un nuevo síntoma de esa feminización de la protesta: al hacer un llamamiento a la huelga, se demuestra una toma de conciencia del propio poder que tienen sobre el conjunto. No salen a la calle solo a reclamar sus derechos; no salen solo a protestar por la violencia estructural de una mitad de la población sobre la otra; salen para algo más: para demostrarnos que sin ellas el mundo se para.

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