En estos tiempos de amargura, causada como casi siempre más por la desazón que nos causa la duda, que por el dolor que la certeza es capaz de infligirnos; me sorprendo un día más acudiendo al recuerdo de todo un clásico, proferido en este caso por un amigo, sin que de ello pueda devengarse premura alguna a su saber; en base a cuyo aforismo: “no es que ahora haya más tontos, es que ahora hay más micrófonos.”
En estos tiempos de amargura calamitosa, a saber la única forma de caos capaz de arrebatarle a éste su otrora virtud, y que pasa por aceptar que la duda atrae la reflexión, antaño antesala del conocimiento; podemos establecer un paralelismo con su correspondiente deducción, de la cual habremos de extraer la conclusión según la cual las redes sociales, virtud máxima en la que cristaliza el acceso a los anteriormente tomados como micrófonos, se conciben hoy más como altavoces en los que unos y otros, pejigueras y plañideras a partes iguales los que más, vierten lo que sale por su boca, sin que ello permita suponer a priori que ha pasado por cerebro alguno.
Por eso, cuando hoy he sido bloqueado por uno de los que se dicen amigos en la red, lo cierto es que no me he preocupado en exceso. No obstante, y en aras de satisfacer mi curiosidad científica (más bien morbosa), he tratado de conocer la causa que ha justificado en el ínclito la toma de semejante decisión: “Quien se porta mal con los animales no puede ser buena persona.” Me ha espetado, y yo me he ido, sin más…
En estos tiempos dubitativos en los que más que vivir, es certeza decir que, a lo sumo, sobrevivimos; una muestra más de la sutil congoja en la que estamos instalados se ejemplifica en un salvaje proceso de antropomorfización al que sometemos a los animales, encaminado no tanto a privilegiar a los animales, que si más bien a justificar lo deleznable del trato que a menudo dispensamos a nuestros semejantes. Mas eso constituye terreno abonado para otras reflexiones en si mismas justificadas.
Sea como fuere retorno a la fuente que ha originado el presente, y constato cómo, efectivamente, me relaciono con personas y animales de parecida manera, es decir, igual que cocino, o sea, deprisa y sin gusto.
No significa tal cosa que no me gusten los animales. Mucho menos que no disfrute con la compañía de los que se dicen mis semejantes. A lo sumo habremos de extraer la conclusión de que en ambos casos yo determino los parámetros.
Hace relativamente poco, un viejo amigo acudió a mí en pro de solventar un problema. Sucesos que no vienen al caso le obligaban a mudarse de piso, y el lugar elegido no permitía la tenencia de animales, a saber, una pareja de hermosas ratas rusas.
Sabedor mi amigo de la debilidad que tengo no tanto por las ratas, que sí más bien por toda clase de calaña que se ve instigada a tener una supervivencia compleja a saber por el efecto que la tradición provoca (Como ya advirtió NIETZSCHE: “Si matas una cucaracha eres jaleado, si pisas una mariposa eres criticado, A saber, la Moral está cargada de Estética.) Es por lo que en definitiva decidí apiadarme no tanto de mi amigo, que si de las ratas.
Decía DESCARTES que un concepto no es real en tanto que no es receptivo a lo material, y poner nombres se erige en paso previo a tal menester. Por ello, para anticiparme al excesivo dolor de la inexorable pérdida, aventuré como solución el no ponerle nombre.
Pero de tal comportamiento no ha de extraerse conclusión que cuestione la intensidad de mi afecto hacia mis ratas: Las alimento, juego con ellas… en definitiva, ocupan mi tiempo y las observo.
Y de tal observación extraigo una conclusión, no sólo son agresivas, sino que dirigen en torno de sí y especialmente contra su compañera de jaula una forma de violencia pocas veces observada. Ejemplo, cada una de ellas es capaz de permanecer todo el día sin comer, custodiando el comedero, sin con ello logra evitar que la otra coma.
El hecho así observado me pareció provisto de la suficiente relevancia como para ser significativo a la hora de conformar el proceso de elección de nombre. La senda seguida por el perro del hortelano… me parecía a estas alturas demasiado transitada.
Había pues que mostrarse más exigente con la realidad, esperar una oportunidad que antes o después, habría de presentarse… Y se presentó, en un lugar y en una forma aparentemente impredecible.
Pues no fue sino el pasado jueves, en el transcurso de la sesión de investidura, cuando al emplazarme para tratar de comprender la actitud demostrada por los señores IGLESIAS Y SÁNCHEZ, el nombre que en justicia debía poner a mis ratas, se mostró ante mí de manera Clara y Evidente, que habría de decir DESCARTES.
Ahora seguro que ya saben cómo se llaman mis ratas.
Pd. Si tengo otra, ya formaremos banda…