Sin lugar a dudas, el PSOE se enfrenta el 26-J a uno de sus retos más grandes en democracia. Será esa misma noche electoral cuando el socialismo español se enfrentará a su particular batalla, que será doble, no sólo por el necesario intento, aunque complejo, de ganar unas elecciones generales –hoy complicadas por el alejamiento de los votantes tradicionales del PSOE–, sino también por el de evitar un ‘sorpasso’ consecuencia directa del estrechamiento del espacio electoral de la izquierda con la aparición del fenómeno Unidos Podemos, que día tras día avanza ocupando el tradicional espacio del PSOE en la alternativa de gobierno desde las opciones progresistas.

Y todo ello no sólo por la captación como electorado por parte de Unidos Podemos de una parte de la ciudadanía descantada de la política en su conjunto, sino también por la llegada al caladero de voto del partido morado de las generaciones de jóvenes votantes que hoy se sienten identificadas en el discurso, signo y mensaje de los líderes del partido de Iglesias, aun cuando los mismos descansen sobre un comunismo maquillado de actual, que con el nuevo taifa cordobés Julio Anguita en una versión 2.0 está aprovechando aún la losa que pesa sobre un PSOE aún identificado por parte de su electorado con ese fatídico Mayo de 2010, para lograr lo que alguna vez soñaron desde la transición democrática los insignes líderes del PCE:  el ‘sorpasso’ al socialismo español, ocupando  de paso el espacio del voto útil de la izquierda.

Pedro Sánchez cabalga, en definitiva, sobre una tormenta perfecta de difícil resolución, y todo ello aún cuando ha demostrado una capacidad  única para aguantar turbulencias y reinventarse tras el fatídico 20-D, superando para ello campos minados lógicos tras el peor resultado electoral del PSOE desde el año 1978.

Por ello, la noche del 26-J parece que podría convertirse en un quinario para un socialismo que podría verse relegado a la tercera posición en votos. Algo fatídico no para Pedro Sánchez como líder del PSOE, sino para un país que se vería abocado a un gobierno del PP en minoría o un gobierno multipartidista y de partidos minoritarios liderados por un  político como Pablo Iglesias,  que en poco o nada ayudaría a la estabilidad y el progreso de España. Máxime cuando su hoja de ruta tiene como referentes próximos a partidos como Syriza en Grecia o el pensamiento bolivariano y de  ultraizquierda latinoamericana, que ha servido para que países como Venezuela o Brasil, por decir sólo algunos que se encuentren abocados al conflicto social y la crisis económica.

Es aquí donde la opción del PSOE este 26-J se muestra como la de mayor solvencia para lograr el cambio necesario de un país que necesita hoy más que nunca de un programa de transformación económica, social, política y educativa a todos los niveles desde un consenso entre todos, algo que parece hoy sólo al alcance del PSOE, quien en su posición de partido central entre el PP y Podemos tiene ante esta desventaja su mayor ventaja como alternativa.

No obstante, y en caso de que las encuestas se confirmen dando la victoria al PP y la segunda posición a la confluencia de todos en uno Unidos Podemos, tal vez el mejor favor que el PSOE podría hacer a España y a su propia regeneración sería el de estar en una oposición necesaria, controlando la acción de gobierno y dando un paso interno hacía su necesaria refundación política en un tiempo, en donde el socialismo español es más necesario que nunca para lograr los cambios que nuestro país necesita.

En definitiva, en el PSOE uno no puede por menos echar de menos un papel más relevante de líderes natos como Eduardo Madina, capaces de conectar de manera directa con esos núcleos de votantes urbanos, jóvenes y vinculados a la cultura que entre otros hoy parecen haber cambiado el rojo por el morado y el puño por el corazón. No creo que el socialismo español esté hoy en esa situación de permitirse el lujo de dejar de contar con sus mejores cuadros, con esos hombres y mujeres como Eduardo Madina, que hacen que las siglas del PSOE crezcan y no se empequeñezcan ante los idus de junio que en forma de voto podrían situar en un particular Rubicón al partido con más historia de España. “O César o nada” parece ser la proclama con la que muchos enfrentan unos comicios en los que la ciudadanía nos jugamos el todo o el nada, el cambio o la continuidad, el sí o el no.

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