Régis Hautière lleva ya más de una década en activo, ganándose paso a paso su pertenencia a ese reducido club de guionistas de prestigio a los que les basta con presentar su firma para que el público reconozca en ella un marchamo de calidad.

En lo que llevamos de año hemos visto publicadas en castellano dos dípticos de este autor, en ambos casos reunidos en un único volumen. De esta forma, el lector podrá percibir, al menos en parte, su carácter ecléctico, ya que aunque estas dos obras mantienen algunos puntos en común, transitan por territorios totalmente diferentes.

La primera de ellas, Abelardo, fue escrita hace ya algunos años. Nos habla del fin de la inocencia, de los vericuetos de la existencia, de las ilusiones, de la amistad y de la desesperación. Resulta fascinante el poderoso recurso que se utiliza para dramatizar la sensación de estar acompañando al protagonista en su particular periplo: personajes de cuento que, estereotipados, nos harán presagiar los sucesos que tendrán lugar a continuación. En este sentido, el trabajo de Renaud Dillies es notable, aunque no hace mas que seguir el estilo que ya utilizara en Betty Blues (2004), más depurado si cabe. El resultado queda bañado por un toque melancólico muy difícil de describir sino es a través de sus imágenes.

Abelardo Guión de Régis Hautière Dibujos de Renaud Dillies Ediciones La Cúpula
Abelardo
Guión de Régis Hautière
Dibujos de Renaud Dillies
Ediciones La Cúpula

Ya se sabe que la línea que separa la cursilería de la poesía es muy fina y está muy afilada. Multitud de escritores atrevidos han transitado por ella, resultando damnificados la mayor parte de las veces, al resbalar por tan empinada pendiente. Abelardo discurre por esa fina línea, sorteando las muchas dificultades que se presentan a su paso, hasta dejarnos prácticamente a las puertas del nihilismo. Su sombrero, del que todos los días emana un aforismo, juega un curioso papel en la obra: no representa al destino, sino mas bien a la experiencia. De esta forma, aparentemente inocua, la obra nos inducirá a reflexionar sobre algunas peliagudas cuestiones: ¿estamos abocados al fracaso si prescindimos del aprendizaje y nos mantenemos inocentes? ¿nos volvemos mas tristes según vamos envejeciendo o es el panorama que vemos a nuestro alrededor lo que nos hace entristecer? No encontraremos ninguna respuesta en estas páginas. Hautière no las proporciona. Sólo la amistad, a pesar de los pesares, parece tener el poder de sobreponerse a las adversidades y proporcionar sentido a la existencia.

Abelardo ha tenido continuación en otro díptico, Alvin. Ojalá no tardemos demasiado en verlo por aquí.

La segunda de las obras de Hautière, Perico, es de corte totalmente diferente: una obra clásica de suspense, estupendamente planteada y brillantemente narrada, que hará las delicias de los seguidores de la línea clara.

Perico Guión de Régis Hautière Dibujos de Philippe Berthet Norma Editorial (VI-2016)
Perico
Guión de Régis Hautière
Dibujos de Philippe Berthet
Norma Editorial (VI-2016)

Ambientada a finales de los años cincuenta, la acción transcurre entre La Habana, Florida, Luisiana y Los Ángeles. El argumento contiene todo lo necesario para que Philippe Berthet se despache a placer dibujando coches antiguos, localizaciones de época y mujeres hermosas. Logra sus mejores registros en lo que al ritmo narrativo se refiere: si en trabajos anteriores se había mostrado irregular, en esta ocasión domina la situación con una fluidez digna de mención. Visualmente, sin duda, es su mejor trabajo, por encima incluso de Pin-up, su serie mas larga y conocida.

Destaca también la minuciosa descripción de los diferentes ambientes: frente a la fea costumbre de sobrecargar una obra con un exceso de localizaciones que no consiguen calar lo suficiente en el lector como para que llegue a imbricarse en ellas, aquí sucede justamente lo contrario: La Habana y Miami están espléndidamente recreadas; lo mismo sucede con los cafés, moteles y largas carreteras norteamericanas que conforman el decorado de la segunda mitad de la historia.

Los dos protagonistas, Joaquín y Livia, están construidos de una manera creíble y dotados de carácter, virtudes poco comunes en este tipo de obras, frecuentemente mas pendientes de la acción y de la trama que de profundizar en la psicología de sus personajes. A diferencia de la primera obra comentada, donde queda espacio para la reflexión del lector, aquí todo es instinto, todo es deseo. Las motivaciones que se muestran son primarias, las acciones impulsivas. La vida es entendida aquí como una huída hacia adelante.

Sin embargo, y a pesar de las insalvables distancias que separan ambos mundos, Joaquín y Abelardo, los protagonistas de ambas obras, son dos caras de la misma moneda. Es cierto que al primero lo mueve su encaprichamiento por Livia,mientras que el segundo se ve arrastrado a la aventura debido a su insaciable curiosidad; pero los dos son personajes inocentes al comienzo de sus relatos y deben ir aprendiendo como deben actuar sobre la marcha, sumidos en un entorno duro y deshumanizado. Lo que ven no les gusta y no les queda otro remedio que aceptarlo. Y en cierta medida, llegan al mismo sitio por caminos distintos. Claro está, dicho sea de paso, que para entender esta última frase tendréis que leer ambas obras.

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Juan Agustí nació en Madrid en 1962. Licenciado en Matemáticas por la Universidad Autónoma, ha orientado su carrera profesional al mundo de las Telecomunicaciones. Documentalista y catalogador de la historieta, ligado al proyecto Tebeosfera desde el año 2009. A partir de 2014 es redactor de la revista Tebeosfera. Dirige los blogs La mirada estrábica y Arte a las ocho.

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