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Donde no se espera que haya arquitectura

Jaume Prat Ortells
Jaume Prat Ortells
Arquitecto. Construyó hasta que la crisis le forzó a diversificarse. Actualmente escribe, edita, enseña, conferencia, colabora en proyectos, comisario exposiciones y fotografío en diversos medios nacionales e internacionales. Publica artículos de investigación y difusión de arquitectura en www.jaumeprat.com. Diseñó el Pabellón de Cataluña de la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2016 asociado con la arquitecta Jelena Prokopjevic y el director de cine Isaki Lacuesta. Le gusta ocuparse de los límites de la arquitectura y su relación con las otras artes, con sus usuarios y con la ciudad.
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análisis

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On no s’espera que hi hagi arquitectura


La ciudad de Olot presenta dos características que, combinadas, la convierten en una de las más singulares de España. De fundación romana, está envuelta y permeada por un parque natural que deja tres volcanes activos, el Montolivet, la Garrinada y el Montsacopa(1) como centro de la ciudad, dotada, además, de una vida cultural(2) extraordinaria que tiene sus orígenes en la Escuela de Arte fundada a primeros del siglo XVIII para formar artistas para la potente industria local de estampación textil, vida cultural que pervive hoy en día y que ha legado, entre otras cosas, una escena arquitectónica local con un número inusualmente alto de estudios de arquitectura interesantes.

El Ayuntamiento local, por desgracia, lleva años desconcertado encadenando una mala decisión urbanística tras otra producto, entre otras cosas, de una desconfianza manifiesta en los técnicos, singularmente en los arquitectos(3). Olot, dotada de una buena salud económica, afronta actualmente la consolidación de un nuevo tejido urbano mucho mayor que el actual el centro del cual ya no será la plaza mayor de toda la vida, sino los volcanes, el más importante de los cuales, por su posición central, es el Montsacopa. La decisión con la que empieza la explicación del proyecto que os traigo empieza con una mala intuición bienintencionada sobre cómo afrontar este reto. Consiste en la colocación de una pequeña ciudad deportiva, si tal nombre tiene sentido dadas las dimensiones del municipio, en la falda del Montsacopa opuesta al casco histórico, que cuando llega al llano se convierte en un potente polígono industrial. La Ciudad Deportiva, pues, queda en una extraña posición que la aprisiona entre la falda del volcán (bien) y este polígono que expulsa el tejido residencial de sus inmediaciones (ups), extrañeza reforzada por dos factores adicionales: uno, la ciudad no tiene medida suficiente como para dotarse de una red de transporte público rentable y, por tanto, fuerza a los usuarios de la ciudad al uso del coche para acceder y dos, la colocación lógica del equipamiento lo deja más o menos un par de metros por encima de la cota de la calle dificultando mucho su capacidad para hacer ciudad. Unamos a esto el que la entrada al recinto se se enfrenta a un enorme matadero que mata 3000 cerdos al día y el despropósito estará completo.

Las condiciones en que se ha proyectado esta Ciudad Deportiva son igualmente indignantes. Desde el primer momento el consistorio partió el proyecto en dos: los campos de juego y en equipamiento que los sirve. Los campos de juego fueron entregados a una ingeniería, que ha construido… bien, unos campos de juego. Los trabajos de acondicionamiento del lugar son de una insensibilidad que roza la actuación criminal. Los bellísimos terraplenes de greda volcánica, de un vivo color negro que siempre parece acabado de lavar y que tan bien juega con cualquier planta que crezca allí se han consolidado tapándolos con una especie de plásticos clavados en la falda del volcán que niegan el carácter del lugar. Cuando estás en el campo de juego ya no estás en Olot. No estás en ningún lugar.

Se reservó para los arquitectos el equipamiento de servicio. No resulta demasiado aventurado pensar que la intención del Ayuntamiento era no contratar ninguno, o al menos no contratar ningún arquitecto que tuviese intención de actuar como tal. Alguna razón legal lo debía impedir. El estudio escogido para rematar el trabajo, con instrucciones expresas, sin embargo, de no interferir en el trabajo de la ingeniería, ha sido el local Un Parell d’Arquitectes, formado por Guillem Moliner(4) y Eduard Callís. Que, afortunadamente, han llevado la arquitectura allí donde no se esperaba que estuviese.

La génesis del proyecto: Si eso es una Ciudad Deportiva bien tendrá que tener una Ágora, ¿no? Y esto es lo que han hecho. Guillem y Eduard han construido un vacío que lo estructure todo. Sí: construido, porque los vacíos se construyen. El pequeño programa de la construcción (un acceso, un bar, una taquilla, unos vestidores) ha sido organizado de tal manera que activa y unifica el espacio. No, mentira: que hace aparecer el espacio, formalizado mediante unos soportales más grandes que el edifico, integrados con mucha gracia a las construcciones cubiertas, que a tal efecto escalonan su silueta en un gesto que, además, posibilita que los interiores funcionen mejor. Los soportales de construyen con el material más barato al alcance de los arquitectos, un bloque de hormigón industrial de color gris dejado a la vista, material con un magnífico envejecimiento que juega muy bien tanto con el entorno industrial que aparece a un lado como con el natural del otro. Todo con aquella dignidad, con un espléndido sentido de la belleza, con unas proporciones y una disposición que lo emparentan con la mejor arquitectura clásica sin ningún tipo de necesidad de hacer un pesebre mimético: solo hay construcción pura, gracia, sensibilidad.

El proyecto hace mucho más que crear un lugar: crea también las condiciones necesarias para discutirlo. Si la ejecución del encargo hubiese sido mediocre no habría lugar y, por tanto, no habría discusión sobre él. Sólo habría una oportunidad perdida. Esta Ciudad Deportiva reabre un debate urbano de un alcance muy superior a esta pequeña construcción. Será trabajo del Ayuntamiento recoger el guante y escuchar, y confiar en, los arquitectos capaces de los que dispone la ciudad. Su entorno natural y su legado cultural lo merecen.

 

(1) La mitología de la Garrotxa, cuya capital es Olot, comarca con casi cuarenta volcanes, es riquísima. Hay volcanes y volcanas los cuales pueden ser buenos y malos independientemente de su sexo. Es fácil saber de los volcanes buenos porque su acceso es franco y fácil. Todos mis intentos de saber más sobre los volcanes malos han topado contra un muro de silencio que incluye incluso a los geólogos más eruditos. Si alguien me sabe decir algo al respecto prometo un nuevo escrito.

(2) Entre otras cosas la ciudad tiene la segunda plaza de toros más antigua de España (la primera es Ronda) ubicada, bellísimo detalle, sobre un cráter secundario del Montsacopa. De todas formas la discusión sobre los volcanes es académica porque los geólogos afirman que cuando vuelvan a erupcionar la lava se abrirá camino a través de la formación de nuevos cráteres.

(3) Desconfianza, insisto, tanto o más indignante si se conoce la tradición de buena arquitectura y de buenos profesionales implicados que ha tenido y que mantiene la ciudad.

(4) Los dos compañeros están muy implicados en la vida cultural de Olot, pero, además, Guillem es profesor de esta Escuela de Arte que he mencionado.

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