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¿Hasta dónde debemos practicar las verdades?

Eduardo Rivas
Eduardo Rivas
Licenciado en Ciencia Política
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análisis

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¿Hasta dónde debemos practicar las verdades?  se pregunta Silvio Rodríguez, plasmando en tan sólo una pregunta hasta dónde está dispuesto uno a sostener sus principios y sus valores, qué es lo que uno está dispuesto a ‘entregar’ en pos de la consecución de esos principios y esos valores. Y por estos días, hay muchos que de manera explícita, o implícita, están dando respuesta a ese interrogante por su actuación frente al caso ‘Lula’ en Brasil.

Esta realidad nos interroga acerca de la importancia que le damos a nuestra ideología, en tanto conjunto de ideas y valores concernientes al orden político cuya función es guiar los comportamientos políticos colectivos, y cómo reaccionamos y accionamos cuando dos valores intrínsecos de nuestra ideología entran en contradicción.

Al respecto el caso de ‘Lula’ es paradigmático puesto que colisionan la noción de igualdad, de la cual ‘Lula’ ha sido un abanderado nítido impulsando en su país políticas en pos de ella que generaron que más de quince millones de brasileños salgan de la pobreza, con la noción de honestidad. Es decir, hasta dónde defender la necesidad de exigir un accionar honesto y transparente, si los resultados obtenidos son buenos. En definitiva, aquel viejo dilema que muchos atribuyen a Nicolás Maquiavelo y otros a Napoleón Bonaparte… si el fin justifica los medios.

Y para muchos la resolución al dilema es clara, el fin justifica los medios. Es decir, dados los resultados obtenidos por ‘Lula’ durante su Presidencia, no hay lugar para discutir hecho de corrupción alguno, puesto que esto sería hacerle el juego a sus detractores quienes por no poder dar pelea en el terreno electoral lo hacen en la faceta judicial montándose en mentiras. Y toda esta construcción filosófica, montada sobre valores morales que defienden la honestidad como un bien supremo… para cuando la derecha roba, pero no se acepta cuando la izquierda pudo haber robado.

Para la izquierda, lo que está en discusión no es una cuestión judicial sino política, pero dado que no hay paridad en los comicios buscan revertir las políticas de ‘Lula’ a través del Poder Judicial. Lo curioso del caso es que este planteo se haga tras más de 13 años y medio de gobierno del Partido de los Trabajadores (PT), época en la que sin duda el gobierno pudo haber realizado, y de hecho realizó, modificaciones en la judicatura. Suena más a un argumento discursivo que a una cuestión fáctica. De hecho de los 11 Ministros del Supremo Tribunal Federal 4 fueron designados por Dilma Rousseff, 3 por ‘Lula’ y los restantes, designaron 1 cada uno José Sarney, Fernando Collor de Mello, Fernando Henrique Cardoso y Michel Temer. Ante esta conformación quien puede dar garantía de imparcialidad es el propio PT, pues es el responsable de que 7 de 11 Ministros estén sentados allí.

Enfrentados, estamos quienes pensamos que el fin no justifica los medios sino que los condicionan. Es decir, no son inamovibles las normas, pero las razones que las hagan violar tienen que ser del peso suficiente como para merecerlo. Un ejemplo básico de esto sería que pasar los semáforos en rojo está mal, pero si uno tiene una emergencia médica no está mal pasarlos del color que estén, ya que la emergencia lo amerita. El caso de la honestidad en el proceder del funcionariado no está dentro de este tipo de ejemplos.

No hay lugar para el ‘roban pero hacen’. No es defendible ni justificable que ciertos resultados gubernamentales den lugar a violar las leyes. Todos debemos cumplirlas, y nuestros representantes mucho más. Por eso hay verdades que se deben practicar siempre.

Los corruptos son corruptos piensen como nosotros o no. Los delincuentes son delincuentes piensen como nosotros o no.

Por eso duele lo de ‘Lula’, porque es un dirigente en el que muchos veíamos un accionar que no se reñía, ni se reñiría con ciertos valores básicos que compartimos, porque ‘Lula’ era ‘uno de los nuestros’, es muy triste y da lástima y vergüenza a los que lo votaron o, como yo, que lo hubieran votado y oportunamente lo tomamos como ejemplo de líder de masas. Duele porque creímos en el dirigente sindical que viniendo de abajo estaba dispuesto a actuar de manera diferente para construir un Brasil diferente.

El problema no es la política ni las políticas que llevó adelante ‘Lula’, el problema (y según la justicia el delito) es lo que hizo ‘Lula’ mientras llevaba adelante esas políticas.

Y no se es mejor por ser honesto, la decencia es una condición básica e indispensable para poder comenzar el análisis. No puede ser un plus, es algo básico. No es el diferencial que lo hace a uno mejor, es lo que permite ser parte de la discusión. No es como en Argentina en 1999 cuando durante la campaña de la ALIANZA, se ponía como una de las razones para votar a De la Rúa su honestidad… evidentemente con la honestidad no alcanza, pero sin ella no se puede construir nada. Uno puede diferir en la política pero respetar la honradez, tanto intelectual como pecuniaria, desde la que se proponen esas políticas, pero en ningún caso se debe aprobar la política pese a los métodos espurios desde la que se hace. Ya lo hemos dicho, el fin no justifica los medios.

Carlos Menem fue un ladrón, y así lo probó la justicia, que aplicó malas políticas. Fernando de la Rúa fue un tipo honesto que aplicó malas políticas. Cristina Fernández está acusada de ser una ladrona, aunque aún lo debe probar la justicia, que alternó buenas y malas políticas. ‘Lula’ fue un ladrón, así lo probó la justicia, que aplicó buenas políticas. La honradez no tiene que ver con las políticas que se apliquen, es algo que lo trasciende.

Y de nada sirve la cuestión comparativa, puesto que la honestidad es una cuestión absoluta. No hay posibilidades de relativismos al respecto. No se puede ser más o menos honrado. Se es o no se es. Y esto es más allá que otro lo sea. En el caso de Brasil no lo hacen menos corrupto a ‘Lula’ las acusaciones que se ciernen sobre Michel Temer. Quizás la justicia determine que Temer también es corrupto, pero si así fuera no me defraudaría, no me desilusionaría, de los traidores sólo espero traiciones, pero no espero traiciones de quienes no reconozco como traidores.

La ‘cuestión Lula’ es más compleja que el propio hecho de corrupción denunciado y condenado. Porque lo que está en juego es la matriz desde la cual se plantea el accionar ideológico, y al respecto lo explicó muy claro Cristina Fernández en la entrevista que le realizara el ex Presidente ecuatoriano Rafael Correa, al decir que los neoliberales buscan ‘convencerlos de que éramos todos corruptos’, el problema es que no pueden probar que no lo fueron (ni lo son), y en una clara diferenciación ideológica de ‘Lula’ afirma que ‘la gente va a empezar a comparar el nivel de vida que tenía con los populistas y el que tiene con los neoliberales’ y ahí va a revalorar sus gobiernos.

Bien, el gobierno de Cristina Fernández fue populismo, el de ‘Lula’ no. Y el riesgo de que la ciudadanía asocie corrupción con progresismo es alto. Por eso, es urgente dar respuesta al interrogante que planteaba Silvio Rodríguez, ¿hasta dónde debemos practicar las verdades?, hasta SIEMPRE. Hay principios que no pueden ni deben modificarse y que deben ser defendidos por su valor intrínseco, la honradez es uno de ellos, sólo entonces se podrá reconstruir una política progresista en serio en la que se gobierne para la ciudadanía y se viva trabajando en política sin pretender vivir de la política.

Ejemplos hay, sólo hay que saber buscarlos y estar dispuestos a enfrentarlos con la frente en alto.

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