Cuando las urnas se cierran, y con ellas los pronósticos se tornan equivocados, surgen ríos de tinta que pretenden explicar lo sucedido de manera que en realidad pensaban diferente de como lo habían expresado antes. Se trata de un auto-complaciente orwellianismo que evocaría la genial novela del escritor británico 1984, y su Ministerio de la Verdad y el trabajo de los funcionarios por conseguir que los datos reales se acomodaran a los fracasados planes del gobierno. Reescribir la historia, por lo tanto.

Hay algo de eso en la victoria de Trump sobre Clinton. Pero hay también algo de buenos e ingenuos deseos de que al final el desastre no ocurrirá porque tanta gente no se puede equivocar a la vez. Y, por eso, lo menos malo no avanzará más allá de lo necesario; aunque ya había avanzado mucho más de lo probable.

Es verdad que las primeras declaraciones del presidente electo suenan tranquilizadoras y que la división producida en la campaña ahora parece un mal a evitar, cosiendo -como algunos dicen por aquí- un cúmulo de descalificaciones que han desembocado en la inquina y el odio personal y fracturado el consenso en el que se cimentaba la sociedad americana. ¿Son las mujeres, los chicanos, los LGTB, los progresistas, los sin techo, los negros, los ciudadanos con formación universitaria y otros tantos sectores más de la población, menos americanos que los que han votado por Trump? ¿Están excluidos de la América que volverá a ser grande?

Porque más allá de lo que nos interesa al resto del mundo, la condición de aliado que tiene para con nosotros los EEUU, sus relaciones comerciales… lo más importante que ha ocurrido este martes en Norteamérica es esa fractura entre la América profunda, la de los WASP -blancos, anglosajones y protestantes-, la de los sectores agrícolas protegidos temerosos por el efecto de los acuerdos comerciales en su actividad y los sectores proletarizados y desclasados como consecuencia de la globalización y su consiguiente deslocalización. En suma, el hundimiento de la clase media y su afán por recuperar su condición de tal, amparada por las soluciones fáciles del proteccionismo y el retorno a sus orígenes, cuando América no necesitaba del resto del mundo para ser lo que era.

el hundimiento de la clase media y su afán por recuperar su condición de tal

Y ante ese discurso mentiroso nadie ha sido capaz de articular una respuesta creativa e ilusionante. Porque la vieja política de Clinton, contaminada por acusaciones de corrupción y especializada en la gestión oscura de los asuntos públicos nada podía contra ese populismo novedoso, de frases cortas y simples que prometen soluciones que al cabo serán imposibles.

¿Pero es que es nuevo el populismo, en realidad? Las elecciones americanas nos demuestran lo que decía un filósofo romano que vivió 200 años antes de Cristo, Polibio, que la democracia -una forma pura de gobierno- degenera en ocasiones en demagogia. Y eso es lo peor que nos aportan las crisis, cuando quizás ya pasa lo peor de las mismas y quedan sin embargo los rescoldos impregnados de resentimiento que se resuelve en voto a los populistas.

Y es mentira lo que prometen, los Trump, Iglesias, Le Pen o Tsipras que acampan de manera permanente en nuestras pantallas de televisión. Y quizás éste último el mejor ejemplo de lo que digo. Todas sus críticas a Bruselas, sus promesas de reactivación económica quedaban sepultadas en el barro de los recortes añadidos, de los sueños destrozados por un sufrimiento mayor.

Y es que existe una cierta tiranía del status quo, siempre que los responsables políticos no crucen las líneas rojas que no están definidas precisamente por los discursos pronunciados durante las campañas electorales, por muy largas que estas sean (y en EEUU duran un año por lo menos, entre las primarias y la campaña propiamente tal). Claro que Trump tendrá a partir del 20-E el botón que acciona las armas nucleares y el desastre poco menos que final de nuestra civilización.

No lo hará. Pero sí que desarrollará alguna parte de su estrategia. No es que me crea lo del muro en la frontera mejicana, ¿recuerdan lo del cierre de Guantanamo? -y fueron dos los mandaros de Obama-. El fracaso del acuerdo comercial TTIP ya estaba anticipado. En cuanto al paraguas protector americano está claro que proseguirá su alejamiento de los intereses europeos, cuestión de la que Europa debería tomar buena nota.

Lo ha dicho el presidente del grupo parlamentario ALDE en el Parlamento Europeo, Guy Verhofstaat: «Debería servir como la alarma del despertador para Europa».

Hagamos de la necesidad virtud.

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