En el paisaje de caos que traza la actualidad de la especie humana, Donald Trump es un buen hacedor de la locura permitida, es el protagonista insensato y a la vez imprescindible en el argumento de esta película.
En esta trama mundial en que residimos, donde Europa no deja de mirarse el ombligo, y en el que, el yihadismo no deja de echar un pulso continuo a las demás religiones y creencias y sistemas sociales, así como Corea del Norte lo hace a nivel militar, y al tiempo que Centroamérica y Sudamérica residen en una orgía inhumana de mentiras, muertes y desapariciones, dictaduras, democracias hipócritas, Donald Trump es el protagonista insensato y necesario de todo este guion rocambolesco que, parados a observar, alimenta y eleva la calidad de la trama y la incógnita de las próximas secuencias. No podría erigirse los sucesos en la manera que suceden sin la grotesca irrupción del presidente de U.S.A y sus fanfarronadas y oligarcas preceptos y dictados. Nada sería igual, nada tendría la tesitura que lo tiene con su constante presencia.
Todos los que, de una u otra manera, hemos irrumpido y nos hemos acercado a la historia de la especie humana a través de documentos, bien sean escritos o visuales, (no de esos panfletos o documentales compilados para forjar la historia universal de verdades a medias) hemos constatado no solo por los hechos descritos sino por el pensamiento y la reflexión posterior de que, el ser humano es repetitivo y reiterado, y aunque las épocas se disfrazan con otros paisajes y otras vestimentas, el contenido y la semilla es la misma, y se arraiga a idénticas actitudes y pautas, por ello Donald Trump no deja de recordarnos a muchos otros personajes históricos que han ocupado parecido protagonismo en otras épocas. Lo preocupante y lo que “posiblemente” acabemos por lamentar es que, en el itinerario de su conducta no deje de sopesar otra cosa que no sea su U.S.A. en forma y manera de una empresa y no como una nación, y lo veamos desde nuestro sillón como el hacedor de la locura permitida, dejándolo que dibuje el trazo que le apetezca, como un niño caprichoso en ese protagonismo necesario en el que parece haberse establecido en este paisaje de caos que traza la actualidad.
En la dejadez que organiza la preocupación primera y principal de nuestra propia supervivencia, en la que nos hallamos imbuidos actualmente, no advertimos como de manera corrosiva, al tempo de una hormiga, poco a poco, Donald Trump se va asentando ante nuestras miras como hacedor de la locura permitida, y esa permisividad que otorgamos acabe con total seguridad en engordar las conductas y los disparates de un monstruo que, sin crearlo, alimentamos continuamente.