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Donald Trump: de ‘loser’ fracasado a cadáver político

El expresidente anuncia su candidatura a la reelección pese a que tiene todas las papeletas para salir derrotado

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análisis

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Donald Trump confirma su amenaza de volver a la Casa Blanca. El magnate neoyorquino ha anunciado su candidatura a las presidenciales de 2024 pese a los resultados “decepcionantes” cosechados por el partido republicano en los comicios legislativos de medio mandato. Trump había colocado a un peón de su cuerda, a cada cual más friqui y descerebrado, como cabeza de lista en la mayoría de los estados norteamericanos, pero muchos de ellos se han terminado estrellando frente al adversario demócrata de turno. Telepredicadores homófobos, negacionistas de la ciencia, del cambio climático y de la teoría de la evolución, presentadoras de televisión con escasas luces, machistas recalcitrantes y partidarios de la secta QAnon (esa fauna que cree a pies juntillas en la existencia de una red mundial de tráfico sexual de menores dirigida por demócratas y comunistas) llevaron a cabo la campaña más surrealista y descacharrante que se recuerda. “Dios no nos creó [a las mujeres] para ser iguales que los hombres”, declaró Kari Lake, la periodista de Fox News 10 que apuesta abiertamente por encarcelar a los reporteros y columnistas críticos con el trumpismo. “Creo en Jesús, en las armas y en los bebés”, proclamó Kandiss Taylor, aspirante a gobernadora de Georgia. “El aborto es un asesinato”, sentenció el polémico Mehmet Oz, un supuesto médico televisivo que se presentaba por el estado de Pensilvania. Y en uno de los carteles de propaganda republicana se interpelaba al votante con un agresivo eslogan: “Eres racista? ¿Odias a los mexicanos?”, rezaba la valla invitando a votar al representante trumpista de turno.

La mayoría de estos hombres y mujeres de paja de Trump, todos ellos clowns o caricatos puestos a dedo por el expresidente, han cosechado resultados mediocres, lo cual demuestra que la idiotez como programa político, gran invento y aportación del empresario metido a estadista, va perdiendo fuelle. Al final no solo no se produjo la ola roja que había predicho la caverna trumpista, sino que el bochorno para el partido republicano ha traspasado fronteras (antológico el programa Zona Franca de TV3 titulado “Los frikis más frikis de las elecciones americanas”). Está claro que la imagen pública de Trump ha quedado seriamente tocada en esta batalla electoral, como también es evidente que le ha salido otro gallito en el corral, un serio competidor que amenaza con arrebatarle la popularidad y el poder omnímodo de gran dictador que ostentaba hasta ahora. Ron DeSantis, el gobernador de Florida, va a ser un duro hueso de roer en las encarnizadas primarias que se celebrarán en los próximos meses.

Pues a pesar del escenario negro que se cierne sobre él, Trump insiste en volver a presentarse a presidente de aquí a dos años. ¿Qué posibilidades tiene de revalidar su puesto en el Despacho Oval? Muchas menos que cuando llegó a la cima en 2017. Para empezar, el opulento empresario ya no es aquel tipo mesiánico limpio de polvo y paja que aterrizó en el ring político como gran salvapatrias de Estados Unidos. Muchos estadounidenses de aquella época vieron en él la solución a la salida de la crisis y al período de decadencia en el que había entrado la primera potencia mundial, de modo que se dejaron engatusar con el manido eslogan MAGA (Make America Great Again). Sin embargo, el nuevo Führer del fascismo posmoderno no fue capaz de derogar las reformas sanitarias de Obama, el programa de infraestructuras quedó en papel mojado y ni siquiera cumplió su promesa de que los mexicanos pagaran el muro fronterizo. Por no hablar de la nefasta gestión de la pandemia, que Trump combatió pidiendo a sus ciudadanos que bebiesen lejía o se curaran en salud tomando cloroquina (muchos incautos acabaron en las urgencias de los hospitales con el estómago abrasado).

Hoy Trump está más cerca del perfil de loser que del de un ganador nato, un dirigente marcado por el fracasado asalto al Capitolio, el brutal ataque del 6 de enero de 2021 que terminó con un reguero de muertos y heridos y con la imagen de la primera democracia del planeta reducida a la categoría de república bananera. La estela de golpista del expresidente le perseguirá para siempre y aunque muchos adeptos le votan precisamente por eso hay un amplio sector de republicanos moderados que ya le han echado las cruces. Ni que decir tiene que un candidato investigado por la Justicia por haber alentado a las hordas que tomaron por la fuerza la sede de la soberanía nacional supone un serio hándicap para un partido que pretende recuperar la credibilidad como paso previo para reconquistar la Casa Blanca. El prestigio de Trump está por los suelos, como revelan las encuestas de popularidad, cruciales en un sistema político personalista como el norteamericano. Y no parece que el tiempo juegue a su favor, ya que en 2024 el hombre del tupé rubio y el abrigo de cien mil pavos tendrá 78 años y no estará para mover la cadera dicharacheramente, tal como le gusta hacer en sus mítines de campaña. Más bien estará para sopitas y paseos cortos por el campo de golf de su mansión en Mar-a-Lago. La democracia es un modelo de gobierno imperfecto y permeable que permite la infiltración de peligrosos personajes antisistema y corrosivos como Donald Trump. Esta vez, sin embargo, lo que no puede evitar la democracia puede conseguirlo la biología, que le está diciendo al histrión racista que su tiempo ya ha pasado.

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