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“Dolcissimo sospiro”: una exquisitez de la música antigua en “Clásicos en verano”

Antonio Illán Illán
Antonio Illán Illán
Escritor. Licenciado en Filosofía y Letras. Catedrático (jubilado) de Enseñanza Secundaria de Lengua Castellana y Literatura. Ha desempeñado diversos puestos en la Administración. Tiene publicaciones de poesía, narrativa y ensayo. Colaborador cultural en medios de comunicación (prensa, radio y televisión), con más de 2.000 artículos publicados. Crítico de teatro en el diario ABC Castilla-La Mancha.
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“Clásicos en verano” de la Comunidad de Madrid es una apuesta musical inteligente y abierta, que en la presente edición ha cumplido treinta y un años de existencia. La excelente programación pasa por encima de los dogmas clasistas de la música y siembra esta semilla cultural por diversas localidades. En general son agrupaciones pequeñas, desde el instrumentista solo a ensembles que no suelen pasar del cuarteto, y la excepción es la presencia de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid. Más de sesenta formaciones y casi ciento cincuenta actuaciones con música de calidad dan cuenta de un buen hacer de la Administración, con Pepe Mompeán al frente de esta programación artística, en la que se evidencian los objetivos de la calidad del producto, de los intérpretes y la dignidad de la cultura, sin caer en la trivialización, banalización o la superficialidad del mero entretenimiento.

He asistido a varios de estos eventos. Y, como ejemplo, quiero escribir del último que he visto y escuchado, el que tuvo lugar en el auditorio municipal de Boadilla del Monte el pasado 21 de julio, que corrió cargo de la soprano María Espada y del instrumentista (archilaúd y guitarra barroca) Manuel Minguillón.

El concierto, titulado “Dolcissimo sospiro”, aunó en el programa una serie de piezas para voz y acompañamiento de Giulio Caccini (1550?-1618) y obras instrumentales de Alessandro Piccinini (1566?-1638).

Caccini con su música pretendía expresar las ideas humanistas que imperaban en la época e intentaba alejarse de todo academicismo. En innovaciones como esta se encuentran los inicios del estilo Barroco. Sus primeras obras (arias y madrigales), recogidas en el tomo Le nuove musiche, se publicaron en 1602.

A Piccinini se le conoce principalmente por sus dos volúmenes de música para laúd: Intavolatura di Liuto et di Chitarrone, libro primo (1623) y por el publicado póstumamente por su hijo  Intavolaturo di Liuto (1639). Además de las composiciones musicales Piccinini incluye en el prefacio de su obra un detallado manual sobre interpretación y la reivindicación de ser el inventor del archilaúd.

Yo, que profeso un respeto absoluto por toda clase de música y que siento especial fascinación por la historia y la tradición de la música clásica y por la música antigua, considero que no hay que entrar en discusión sobre la separación conceptual entre la música erudita y la música popular. Lo que hoy se considera erudito quizá era considerado popular en su tiempo. Este concierto me parece un ejemplo en ese sentido. Es una gran idea la de traer este patrimonio cultural casi olvidado para conocerlo, admirarlo y gozarlo en la actualidad.

La actuación con las obras cantadas de Caccini y las instrumentales de Piccinini que nos ofrecieron Espada y Minguillón, muy bien equilibrado entre lo vocal y lo instrumental, puede adjetivarse como sublime y delicado y fue un verdadero regalo musical del pasado para sentir en el presente.

María Espada, con su depurada técnica, a la que hemos escuchado tantas veces, y nos tiene acostumbrados, en su registro más sinfónico y grandilocuente, nos regaló en esta ocasión su otro registro más íntimo y nos embelesó, como si la encontrásemos en una velada íntima, donde llora, gime y se lamenta con ornamentos vocales muy cuidados y bellísimamente interpretados. Es ahí, en esos momentos del espectáculo, cuando la obra de arte despliega todo su potencial y transmite un conjunto de variadas emociones. La Espada es sencillamente genial y naturalmente espectacular.

Minguillón.

Minguillón sostuvo el peso del concierto con gran ductilidad y mucha seguridad. Sus piezas a solo ensamblaron los bloques vocales y brindaron momentos de gran virtuosismo, mostrando la solvencia de quien es grande en su oficio y en su arte.

El concierto se alzó como una gran arquitectura calculada en lo temático: amor y desamor. Y fue de extraordinaria ayuda que se explicara el contenido y que se recitaran los versos de las canciones.

Si la música de Caccini y de Piccinini resultó excelente, no lo fue menos el bis que ofrecieron de la compositora barroca Bárbara Strozzi (1619-1677), una maravilla de sensibilidad lírica.

El dúo de Espada y Minguillón, con “Dolcissimo sospiro”, tejió un concierto para el recuerdo. ¡Qué bella celebración del cuarto centenario de la muerte de Caccini!

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