Doctrinos Mortinatos

El Fin de la Historia

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Conforme pasan los días creo que voy siendo consciente. Desde el comienzo tengo un algo raro que me impide reposar tranquilo, dicen que está todo el mundo leyendo como loco: alguno no parará de escribir para dejar constancia de su gloria en la guerra… Yo, estúpido quizá, estoy bloqueado; mi cabeza da vueltas a algo desde el comienzo de esta histeria y no sé localizarlo. Porque hablamos como si supiéramos qué ha ocurrido y no, no: cabe analizar.

Nunca he pretendido quitar importancia a la enfermedad, mis criterios no son científicos. Sí me inquieta saber, empero, algún por qué. Quizá haya que mirar con perspectiva. Las últimas décadas han sido la disolución paulatina, por dejación, del Estado del Bienestar posterior a la Segunda Guerra Mundial; la democracia se explicaba como un horizonte de dignidad para la ciudadanía, se protegía al lucro y a la riqueza y para eso también se cuidaba a las clases productivas, en el fondo por un interés: procurar la estabilidad a los rendimientos, porque el peligro de las revoluciones anticapitalistas acechaba y era sofocado en diversas partes del mundo, ahí estaban las friegas bélicas principales, no había otras.

Todo cambió con la crisis de los 70, el ascenso de Thatcher y Reagan, el Muro, el Fin de la Historia. Comenzamos a destruir las condiciones de la libertad… en nombre de la libertad. Porque si algo dijo Marx indiscutible es que los valores no son “objetivos” sino que son fruto del contexto socio-económico: y no hay libertad (antes la confundíamos con democracia) sin unas condiciones vitales básicas. Ésta es la idea que desbastaba a la derecha, que siempre ha sostenido la perennidad de sus conceptos. Mas el “Welfare State” ya había cometido el error imperdonable de la confianza en esas eternidades; cedió por comodidad al ideario según el cual sobraba con comer y consumir para tener la democracia en marcha. Y no. No hay ciudadanía verdadera sin educación y responsabilidades, primero es vivir pero después se ha de pensar. La decadencia de la democracia occidental ha sido, no puede ser de otra forma, una mezcla de la pérdida de posibles económicos y de pensamiento, de debilidad en los derechos pero también de la capacidad para ejercerlos. Nada es más racista que la Cultura de élite, no porque no pueda ser elevada: sino porque ésa es la única aspiración de “felicidad” verdadera para una ciudadanía libre.

Cultura y democracia son sinónimos, de ahí la caída: la victoria del capitalismo reaccionario ha consistido en conseguir desvincularse del poder estatal, dicho de otra manera, poco a poco arrinconó a la política como una rama sumisa del poder real: el financiero. La privatización progresiva de todo lo Público se cubría con un mensaje demagógico de eficacia, en realidad estábamos destruyendo lentamente la base para la convivencia pacífica: si es que entendíamos la historia como un conflicto permanente; la derecha ha llamado a ese conflicto Naturaleza (siempre con el discurso del vencedor), la izquierda ha buscado una superación sistémica de la injusticia (siempre con el discurso de la Cultura-Política): o Dios o el Humano… Yo soy un humanista.

Adónde quiero llegar, verán: lo que está ocurriendo es una Revolución Silenciosa, las estructuras del sistema han colapsado no porque las hayan destruido ni porque nadie las esté volando intencionadamente, no, no hablamos de conspiraciones: de pronto hemos constatado que haber arrebatado el Poder al Estado para ponerlo en las manos de los inversores, ha debilitado de tal forma nuestra capacidad de reacción ante una emergencia que todo se ha tenido que parar por terror, por miedo auténtico a la incertidumbre, por impotencia ante la realidad, por la asunción de nuestra imposibilidad para actuar.

La trascendencia del momento es tal que no entiendo por qué aplaude tanto la gente. Si la propensión a la dignidad en lo laboral, lo sanitario y lo educativo se hubieran mantenido en el discurso democrático mundial, con los diferentes ritmos, aumentando progresivamente derechos y responsabilidades, esto es: con un reequilibrio económico permanente (estatal), un acercamiento constante de la Sanidad a la población y una Educación en la excelencia, ¿el planeta estaría parándose o habríamos peleado de frente contra este enemigo que no es más grande que otro muchos que nos han rondado, nos rondan y nos han de rondar?

¿Es verdad que tener más hospitales Públicos y una prevención para emergencias posibles era un lujo que no nos podíamos permitir? Sí, era verdad porque la inmensa fortuna conjunta que es el presupuesto de los Estados se ha dilapidado en infraestructuras a favor del beneficio económico y en detrimento de los Servicios Públicos, usando esta teoría mortinata que da la razón a los vencedores de la supuesta selva social… y que, en realidad, sólo genera corrupción estructural y una clase creciente y mayoritaria de perdedores, de precariado que poco a poco va constituyendo la masa frustrada que es la base de toda revuelta violenta… cuidado.

Es decir, que la avaricia rompe el saco: por obtener beneficios sin fin, ellos han labrado su decadencia. Y si ahora no devolvemos el Poder al Estado, y no hablo de excepcionalidad ni totalitarismo: sino de su capacidad de redistribuir la riqueza bien gestionada para esos tres pilares de la democracia: Trabajo, Salud y Educación, si no recuperamos la democracia en su integridad (y no convertida en un entretenimiento más de la plataforma que nos la quiera alquilar), volverán a dejarnos a los pies de los caballos de cualquier otra emergencia mientras, ellos, los otros, ésos de la clase privilegiada, la minoritaria que cada vez posee más riqueza (poder), reorganizan su sociedad, preparan sus residencias, sus clubes, su mundo para las próximas crisis.

Termino; acabo de afirmar que estamos confinados por la impotencia de un sistema que ha sido debilitado durante cuarenta años, no por la enfermedad. No quito un ápice de gravedad a la misma ni a los criterios científicos, es una pandemia terrorífica; sólo afirmo que su impacto tiene un contexto histórico, y cambiando éste aquélla sería otra. Debemos defendernos lo mejor posible de este virus, pero cuidado: podemos regresar a vivir con orgullo, en sociedad con una dignidad, o podemos haber comenzado la nueva época en la que el miedo sea la herramienta nueva del Poder del dinero. El fin de la era democrática.

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